Nos escribe la Loba del adiós,
porque sabe instintivamente que llegó el momento de la retirada…porque conoce
su obligación de personificar la fuerza que sostiene a todas las mujeres.
Cuando digo que quiero reconstruir
esta falsa realidad, no es porque esté muriendo en ella, sino porque en algún
momento tenía que reaccionar a los estímulos de dolor causados por tus
desencantos y miserias. Y aquí vuelvo yo como un libro de hojas blancas esperando
a que los días llenen sus sedientas páginas.
No quiero ser una publicación de
moda, ni una revista con fotos en ropa interior, ni un libro de cuentos de
hadas, ni una historia clásica con personajes perfectos. Solo quiero ser un texto
real, único y con derechos de autor, con tintas de colores, negras y oscuras,
páginas de historias entrelazadas, dibujos de niños, paisajes, viajes y
operaciones matemáticas. Quiero ser un libro que cuente la cotidianidad, los
sueños y las frustraciones, sin ataduras, sin atajos, sin engaños.
Quiero ser lo que siento, lo que
necesito, lo que deseo. Quiero ser yo aunque no tenga una linda casa con
jardín, un carro último modelo, ni oficina de ejecutiva con un sueldo de
presidente. Quiero ser yo aunque tenga
una vida, un trabajo, una casa normal, sin tener la última colección de Christian
Dior.
Lo merezco. Soy una vivencia auténtica, con deseos y
encantos, con historias que contar y otras por construir, con la espalda llena
de cicatrices por los azotes de los años batallados y de las guerras ganadas.
Con problemas, como todos. Con invitaciones importantes en tiempos
gloriosos y monedas en las indeseables crisis. Con amores y desamores, días
felices y otros más bien oscuros, lluviosos y fríos.
Qué más da, si estamos aquí para
seguir viviendo, para luchar con el tiempo, para sacarle el pecho al abismo sin
lanzarnos al vacío, para superar los miedos y encontrar los caminos perfectos; conocer
y experimentar, crecer en número y en experiencias; para dominar cada paso y
aprender a caer con los pies sobre la tierra.
Cierro el telón y acabo con una mala
función de teatro. Abandono una mala película
de cine o una barata puesta en escena. Caminaré despacio, pensando que fueron
los 120 minutos más perdidos y malgastados de toda mi existencia.
No quisiera ser pesimista pero tus
cursilerías contradictorias, bipolares y sin sentido confundieron y aburrieron
al público. Tu discurso perfeccionado con los años te hace ver como un juego de
ajedrez medido y calculado, que pone en el momento justo la palabra perfecta de
esa retórica que ya te sabes de memoria y que a mí ya ni me sorprende.
Descubrir tus aberraciones en el
minuto 90 y tus engaños a 3 minutos del final de la función, son suficientes
para tomar la decisión de no ver más, de pararme sin decir adiós porque tu sobradez
se hizo una auténtica copia de la decadencia absurda que busca triplicar lo que
no se es y lo que no se tiene.
En todos los rincones de mi casa, tengo
pegadas las imágenes de tus historias, para que no se me olvide nunca que tus
demonios no son los míos, y que aquí cada quién decide si los domina, si los
vence, los oprime o los ama.
Puedo decirlo yo, que soy un demonio
con 33 agujas en el pecho, con intrigas y enredos propios, pero con los huesos
intactos en mi guarida natural. Atrás
quedó la criatura disfrazada que no puede caminar; le llegó la hora a la mujer que
vive al final del tiempo!.
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