viernes, 26 de diciembre de 2014

La resistencia

amor



Por: Tatiana Cardona López


Aunque temió abrirla, no pudo dejarla entreabierta. La resistencia perdió la batalla y no tuvo opción sino dejarla pasar de par en par.

Temió modificar su estructura, tan cómoda y segura. Comenzó, sin darse cuenta, a remodelarla.
Sintió, vibró, soñó, suspiró de nuevo, pero todo en pasado.

La sensatez – intrusa, inoportuna, malvenida – se instaló en su lista de prioridades y la dejó de nuevo, como a muchas mujeres, despojada de toda esperanza, de toda posibilidad, de todo porvenir.

Para qué tantas palabras, para qué tantos proyectos, para qué tantas preguntas si en el momento menos esperado y de la forma menos indicada decide renunciar, y renuncia.

El camino no ha dejado de ser.  Tiene ahora nueva ruta, otra textura, olores diferentes, aunque el sentimiento se esconda en lo más profundo de la razón y pretenda desaparecer sumergido entre las paredes de lo correcto.

No deja de ser, no de repente.

Podrá desvanecerse lentamente, perder su fuerza paso a paso, cuando todo lo que los mantenía vivos se muestre ausente.

Y cuando deje de existir, cerrará, esta vez con fuerza y determinación, la posibilidad que nunca antes debió abrir.

La esquina del adiós


esquina

¿Y qué tal si nos volvemos a encontrar en la misma esquina?

Volvería a sorprenderme por el frío de tu afán, tus músculos destapados expuestos a las bajas temperaturas, pero sobre todo, por esa espesa barba que me impedía descifrar lo que decías aceleradamente.

Los demás, tan concentrados en lo inmediato.  Digamos mejor, ocupados de la insignificancia.
Margarita, tu hermana, tan festiva como siempre, a pesar del afán de la temporada y el tránsito desaforado de gente.

Fue tan rápido todo, tan desconocido, que a lo mejor, si hubiéramos sabido de tu ausencia, la pausa habría sido la adecuada, la necesaria, la definitiva.

Ahora tenemos la certeza de que también en la esquina del adiós, los seres humanos nos dejamos sofocar por el paso exagerado del tiempo y cuando echamos un vistazo al lugar que habitamos es demasiado tarde para volver.

Cuando te desaparecieron, también yo albergué la insípida esperanza de un nuevo abrazo. Nutrí, como las mujeres de tu vida, esa sensación de esperar lo imposible en un país que cultiva la felicidad sobre el fango de la guerra.

Otra vez vi a tu Margarita, despachándose en sonrisas a pesar de todo su dolor.  La admiré por caminar sin descanso tras tus pistas, bombeando fe y optimismo en una tierra desconocida.

Sin mucho que hacer, en la distancia me solidaricé con tu fría soledad.  Sumé conjeturas y oraciones; leí de otros casos que anunciaron tragedias, y recreé varias veces nuestro paso fugaz por la esquina en la que nos conocimos.

Me pregunté una y mil veces, quién tiene el coraje de destruir el futuro y dormir una siesta, como si nada, armando un nuevo rompecabezas en el que solo se advierten lágrimas despiadadas, cortantes, insalvables, destructoras.

Entre tanto, se acabó la espera.  La esquina ya no sabe de nosotros.  No entiende que pasamos en un acto de inconciencia, abandonando múltiples posibilidades de encuentros, de verdad, de anuncios de felicidad.

Nos obligaron a reemplazar esa esquina por un espacio de cuatro paredes. 4 puntas en las que nos dieron a cambio de la tristeza una flor de alambre; tus músculos hecho polvo y la permanencia del recuerdo de tus respiraciones y tu energía vital.

4 puntas que guardan tus visiones de mundo. 4 mensajes para recordar que es hora de quemar el círculo irremediable del dolor, para que el giro de la muerte se convierta el color y vida.

Vuela, Kemel, a la esquina de tu libertad.  Por fortuna, aquí quedan las mujeres que te aman, reescribiendo la historia para incrustarla en tus nuevos ojos.

Kaddish

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KADDISH
Para Kemel Arteaga
 
“…I’ll see him soon,
But now I’ve got to cut through
To talk to you,
As I didn’t when you had a mouth…”
Kaddish. -Allen Ginsberg-
 
 
Entonces pongo una canción
Y me doy cuenta de que se trata de un juego de bafles,
No de una boca divina que canta letanías
En el amarillento mediodía de mi apartamento en Manizales.
 
Me imagino los recuerdos,
Esos que negué para nosotros durante diez años,
Hechizándolos con mi danza del orgullo
Y mis principios de lodazal endurecido.
 
Eras arcilla caliente
Y siempre te observé desde mi palacio de miedos.
 
Te suponía sin preguntar
Y te evitaba en la calles como si te debiera dinero o una explicación.
 
Abogué por tu raza mientras
Enterraba un cuchillo de palo en tu corazón de herrero,
Cantaba tus himnos a la vez que
Maldecía tu celebración de la vida.
 
No conocerte es irreparable,
Pero no recordarte es imperdonable.
 
Tu cabello negro brillante,
Tu pasión por la mecánica convertida en artesanía,
La cicatriz en tu estómago,
Tu risa estridente,
Tus ojos miel flotando en un mar teñido de rojo,
Tu oscura adolescencia,
Tu terquedad,
Tu modo de caminar.
 
Tu hijo te conserva mucho más vivo
De lo que logrará juzgado alguno,
Tu partida es ese final macabro que no se comenta
Cuando hablan del árbol,
Aquel que jamás su tronco endereza.
 
Lo que nunca entendieron
Es que tu alegría era una enredadera de flores pequeñas y vistosas,
De esas que recortan con fusil y expediente
Por ser cultivo sin impuesto.
 
Tu figura se conjura en la puerta sin hacerse vieja.
 
Café y cigarrillo y la distancia en tu cabeza.
 
Lo heredaste de tu familia gitana:
El escozor de la estadía,
Lo insoportable de la permanencia.
 
FEDERICO AC.
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Soplo de lunares


parejas-audaces

Hago la pausa sobre las visiones de mi cuerpo.  Las que me devuelves con la marca de mi asombro y el reconocimiento de lo que creía perdido.

Me permito un respiro de aventura y me quedo con la imagen de un abrazo largo y suspendido, sin afanes.

Apareciste como un soplo de domingo, con una invitación para refutar la nostalgia y proponer un tiempo extraño de sensaciones que espero plegar a tus recuerdos.

Intentaré sugerirte nuevos placeres, solo con la excusa de un encuentro fallido, para que me ayudes a explorar el interior de mis verdaderas turbulencias.

Te mojaré una y otra vez en el arranque de cada cercanía y haré una invitación íntima y cerrada a mis límites, para narrarte más que cerca, cómo es que se ve desde la hendija de los sueños ocultos.

Me recrearé en el espejo de las renuncias a los miedos, para añadir en mi lista de pendientes una marca de libertad que vaya un paso adelante de tu protocolario silencio.

Me dejaré seducir por tus velocidades y ahí, bajo el calor de la novedad, te narraré cómo es que haces que me encuentre conmigo misma para saber que es pleno, que me pertenece y que llegó para liberar la carga de la incredulidad.

Voy a gozar que me quites la venda, de a poco, sin que te asustes, esperando que en ese ejercicio privado de pasiones, te quedes a escuchar el nuevo susurro y te acerques para ver a qué sabe la marca de lunares que brilla en el cruce de las pieles sudorosas color gris.

Abrazar el silencio

El-silencio-de-los-corderos


Despertamos juntos.  Despertamos de nuevo juntos. Me venció mi poder infinito de desgarrarme en equívocos, de acomodar el dolor a una nueva condición que como mujer, solo yo conozco y entiendo: la manía de pensar lo impensable.

Me olvidé del sueño de la mañana, que también era tan irrisorio como tu ausencia, tan capaz de añadirle bondades a tu novedosa debilidad.

Esto de ser una buena chica, hace que nos imaginemos tristemente en ires y venires; en condiciones culposas evaporadas sin querer.

Así como llegan, pesadas de la nada, se ríen de lo que en últimas todas aspiramos tener,  y me dicen salvajemente al oído que no es el tiempo de los merecimientos, que aún no llegan los días contigo.
Mientras te espero, hay noches en las que nos gana la soledad.  Se burla insistentemente de las condiciones que me dejo imponer y me reta a rechazarte, a admitir que aún no estoy preparada para recibirte.

Me frustro, claro. Literalmente, me cambio de posición. Y solo puedo decir en sueños que bombeo sentimientos para revivirte de esa extraña sombra que a veces quiero recuperar, absorber, armar de nuevo y  traer a mi red, aunque no me pertenezcas.

Uso el recurso de género.  Hablo por cualquier vía con quienes día tras día se hacen la misma pregunta.  Algunas se han hecho fuertes; otras han renunciado a su caprichoso proceder.

Se cansaron de dormir sin despertar, de tener que mirar por la hendija y acomodarse a la partida; de ser menos y tener que empujar la vida; de ser más y tener que cargar con las miserias de la indecisión;  de jugar a ser pacientes y tener buenas posturas, cuando en realidad solo quieren locuras, nuevos planes, desafíos de un soplo que sin explicaciones, motivar movimientos que acaso den que hablar.

Aman y gritan querer opciones que las alejen de la soledad del cuidado de los suyos y las adentren en el mundo vetado del placer.

Dormimos juntos.  Amanecimos juntos.  Te he visto pocas veces y ahogas mis imaginarios apareciéndote enrollado, ligero de equipaje, cuando te observo tras el círculo pequeño de la pasión que reprimo.

Tú del otro lado de la habitación.  Yo en esta, la misma a la que te invité, la misma en la que pospones el regreso, porque no has entendido que no te necesito, que solo avivas mis ganas antes de que yo cierre los ojos.

Que podrías ir y volver sin preocupaciones porque ya estoy preparada para abrazar tu silencio.

Una historia sin muros



aero


Me levanté tan apresurada, porque algo me decía que debía verte.  Dormía el sin afán del domingo, el sueño de la libertad y la holgura por la evaporación de las responsabilidades.

Creo que siempre, del otro lado, hay señales que van y vienen para decirte cómo es que hay que potenciar las pasiones, moverse con convicción; como tú mismo me dijiste: viviendo una vida que no tenga paredes.

Claro que me sorprende tu energía.  La vitalidad y la fe en el futuro, las ganas de sonreír y pensar que hasta lo imposible puede llegar a nuestras manos.

Pensé en cómo devoraste los secretos de tu personaje favorito para encontrarle una nueva faceta, para erradicar los miedos y aprender de su similitud.  Supe que a eso se le llama pasión y que tus pestañas la desbordan.

Despertar de ese marasmo que nos impide creer en nosotros mismos, imaginarnos dueños de un tiempo y un espacio que es tan ajeno a nuestras propias convicciones.

Me levanté para que tus ojos me lo recordaran.

Fuiste mi soplo de vitalidad.  Mi recuerdo mágico de que todo es posible, de que si lo persigues con afecto, lo logras, lo alcanzas, porque te pertenece.

Tu no sabes de categorías.  Eres pausado y medido porque crees con fe.  Te maravillas con la disciplina de los demás, y aprendes, aprendes a moverte a pesar de los tropiezos, y me muestras, me muestras cuál es el camino de una historia sin muros.

Retazos


corazón roto

Por: Luisa Rojas

Estamos llenos de posibilidades, de sueños hechos y desechos, de besos reprimidos, de amores imposibles, de recuerdos con sabor a nostalgia, de rompecabezas incompletos, de miedos latentes.

Somos un cúmulo de sin fin de sentimientos encontrados y no resueltos. Esa sonrisa que murió antes de nacer en nuestros labios.  Ese beso que jamás dimos y ese ´te quiero´ que nos quemó el alma pero que nunca dijimos.

Somos promesas incumplidas y esa vida que imaginamos junto a alguien que decidió partir, que ya no está.  Somos las lágrimas de quien herimos y  las que rodaron por nuestras mejillas en nombre de quien nos hirió. Somos lo que soñamos y lo que hacemos realidad. Somos la determinación de andar, de vivir.

Estamos hechos de pedazos rotos, de retazos. Venimos completos y nos desarmamos en el camino;  nos damos, nos entregamos por partes y cuando quedamos incompletos volvemos a crearnos con los trozos del pasado, de la experiencia, de quienes nos dieron todo y se fueron vacíos, de personas inciertas, de lo que ayer fue amor y hoy es olvido.

Somos una pieza imperfecta, abstracta, confusa. Lo somos todo sin serlo nada; todo al darnos completos y nada al quedar vacíos.

El tiempo perfecto de la soledad


soledad

Si me lo preguntas, claro que puedo esperarte. Tomarme sola el jugo de naranja y entender los compromisos que tienes en la mañana.

Brindar sin compañía por la satisfacción de alargar un poco más la estadía en la cama, pensando en que algún día podrás reemplazar mi soledad.

Esperar a que seas tú el que no tenga afanes, ni delirios. Ser tan comprensiva para entender que debo acomodar el tiempo de las oportunidades, a tus tiempos, a esos tiempos en los que probablemente no soy yo la que figura en primer lugar.

Me he acostumbrado a ver las señales, a soñarlas y a disfrazarlas de conveniencias. Esquiva, he aceptado tus excusas de medio día, las que planteas como retrasos del trabajo, cuando realmente tienes pánico de que nos descubran.

He tenido que dejar de pasar rabias.  Consumirme sola porque no puedo gritar a los demás que busco un cúmulo de minutos de mujer caprichosa, y que realmente he detestado tus frágiles posturas, que a la larga, resumen mi estado vulnerable y segundón.

Te he visto planear viajes sin mí.  Me he quedado esperando a que un día de repente me sorprendas, y sea yo la que tenga que decidir entre quedarme o marchar, siempre con la prioridad por marchar para ser tu compañía.

Nunca he entendido tus descordinadas palabras de afecto.  No las digo yo, y creería que tampoco necesitarías decirlas, si acaso solo quieres que pasemos un tiempo corto, descomprimido, desconectado y sin después.

En el fondo, tal vez todos probamos el mismo picante de la soledad.  La diferencia es que yo lo lleno con pasiones que me permiten desaprobarte.  Añorarte sin más pretensiones que las de conocer mi propio cuerpo.  Odiarte temporalmente y vincularte sin remedio a nuevos tiempos.  Saber que vas y vienes.  Que por alguna exclusividad que te gusta, aún no me dices adiós.

Lo que no sabes es que el tiempo perfecto de la soledad, duerme y se levanta conmigo como un aliado natural.  Se vuelve sólido sin ti, mientras yo dejo de preocuparme por una carrera social en la que tengo que mostrar un trofeo.  Ya avancé con más placer que culpa y  me llené de verdaderos motivos para hacer de tu compañía una opción evaporada.


Si me lo preguntas, claro que puedo responderte. Crees que te necesito, pero en el tiempo de la soledad, YO MUJER, soy perfecta para mí.  No te has dado cuenta que no hay brindis, ni despertares, ni viajes por planear. Que soy la misma loca que te mira y aún no te has dado cuenta de que no existes en mi tiempo cómplice y perfecto de la soledad.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Pigmalión



Carolina Rodríguez Mayo


Muchas veces las manos a su obra allega, tanteando ellas si sea
cuerpo o aquello marfil, y todavía que marfil es no confiesa. 
Ovidio 

Aquel hombre no parecía real. Estaba tan quieto, y eran tan perfecto que más parecía una estatua. No podía dejar de mirarlo. Quería ver su pecho moverse al compás de una respiración tranquila, comprobar que parpadeaba, saber su nombre, su edad, lo quería mío. Estaba tan quieto, y era tan hermoso que me hacía sentir dolor y fatiga.

Sentado, ahí, en medio del parque, cabizbajo; ese hombre parecía ser de mármol. De repente, dejó de observar sus propios pies y subió lentamente la mirada. No podía ver el color de sus ojos, mi posición no me dejaba más que recrear un perfil perfecto.

Pero, si bien su mirada se escapaba de mi riguroso estudio, algo me decía que aquél hombre estaba triste. ¿Es acaso posible que las estatuas sientan dolor?

Hermosa estatua. Firme y poderoso. Ese misterioso hombre de traje azul oscuro, camisa blanca sin corbata, zapatos negros lustrosos, ese hombre no podía ser real. ¿Respira? Me preguntaba preocupada. Tal vez no sea una estatua, tal vez sea una visión mía.

De repente, pasó lo imposible. Giró un poco su cabeza y me vio.

En medio del parque, cabeza alta, mirada fija en él, creo que también yo parecía una estatua, pero no de mármol ¡Una mujer como yo no puede compararse con Afrodita! Una estatua de esas acartonadas, de esas estatuas grises sin gracia que representan políticos que ya nadie recuerda. ¡Qué cuadro pintoresco! Dos estatuas que se miran y no se entienden.

El hombre-estatua se levantó, caminó y salió del parque. Por un instante me miró y me dedicó media sonrisa. -¡Vaya!- pensé ¡Las estatuas caminan!

martes, 2 de diciembre de 2014

Realidad encantada


hadas

A pesar de que creo ser una princesa, siempre he sido una mujer sensata y pocas veces suelo pensar que el príncipe azul de los cuentos de hadas sea un humano de carne y hueso.

Solo uno se acercó a lo que como mujer joven y luchadora pude desear.  Alto, piel blanca, ojos grandes y de color marrón, piel suave y fina como el algodón, carácter fuerte y realista, mente aventurera. Su gusto por la música y su incomparable olor, su caballerosidad y su paciencia lo hacían soñado. Su defecto: la nicotina.

Tuve a mi disposición lo que siempre añoré.  Con él quería arreglar el jardín, conocer nuevos paisajes, decorar el castillo, dormir sin límites y ver películas toda una tarde, bajo el disfraz de una pijama. Solo una mujer fuera de sus cabales podría despreciar algo así. Quizá iba ser la envidia de muchas y solo yo la afortunada de encontrar el príncipe.

El desenlace de la historia no fue como en los cuentos de hadas.  Nunca me casé con el príncipe. Lo dejé libre y tuve que verlo cabalgar en su jinete blanco hacia otros cuentos, donde princesas de vestidos rosados y moños en sus largos cabellos se permitirían disfrutar de su magia.

Mi final fue diferente.  Escogí un hombre de carácter fuerte, trabajador, piel trigueña y ojos aguileños; no tan aventurero, ni tan paciente, más orgulloso y menos romántico. Su defecto: no ser príncipe.

Pero como en la vida real tampoco soy princesa, me conquistó diciéndome cada día que era su reina. Finalmente entendí que el amor no se encuentra en las páginas de un cuento sino en una tarde gris, fría y con olor a lluvia evaporada.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Mi última pregunta al amor


la maga2

Cata-Luna

Primera cuestión.  Me preguntas si eso lo escribí yo.  No, no lo escribí yo, pero parece hecho para ti.

Segunda cuestión.  Es cierto que escribo?.  A veces me permito locas ideas que cruzan mi cabeza.  Tomarme en serio la vida, acomodarme a esa barca que se llama escritura.  Salir a pasear por mis ríos sin orillas esperando que de una u otra manera, quizás, por fin, encuentren el puerto de los ojos que soñaron desnudarlos.

Tercera cuestión.  Escribo bien? Quién lo sabe? Quién puede decir sí?.  En el reparto de las simples musas mortales, ni Pizarnick, ni Benedetti, ni Cortázar y menos Yourcenar o Neruda (te he dicho que mi favorito es Benedetti?. Creo que toca el dolor y la belleza con la misma realidad y aun así sonríes.  O que Yourcenar toma cien hojas y las convierte en una parte de la historia, tal vez más real que la real?  Y qué me dices de Pizarnick que sabe descuartizar un momento para volver a crearlo como una obra de arte? No? No te lo había dicho, claro.  Tantas cosas que no tienes por qué saber…) Una simple mortal a la que la inspiración le llega cuando en una noche loca el mundo se duerme y solo quedan dos en la burbuja del aquí y el ahora.

Hablando en franco castellano, solo escribo cuando algo o alguien traspasa mi coraza cotidiana.  Sin abandonar la tercera cuestión, entonces te diría que sí, q escribo y que puedo escribir bien solo cuando la inspiración es real.

Hay una cuarta pregunta?. Claro que sí.  Hay una cuarta pero no por ello menos importante: te he escrito?

Al llegar a este punto del camino, me encuentro, y cómo sigo?.  Qué escribo que no sea una locura? Acaso no tengo ya una realidad acomodada? Acaso no están dispuestas las cartas en la mesa? Qué culpa tengo de cuestionarme y embriagarme por el deseo de tocar a alguien encantador pero de mentiras, como las chicas de la televisión.  Abrumador por la forma de hablar sin palabras, con esa chispa de brillo que le baila en las pupilas, con esa cuidadosa habilidad casi estudiada pero inocente de inspirar ternura, a pesar de la sensatez con la que puedo mirarlo.

Se me va la cabeza, el alma y el cuerpo en pensar y repensar qué pasó.  Cuándo se me olvidó el mundo por tu presencia y me convirtió en una especie de loca e inmadura colegiala inconsciente.
Igual fue bello.  Permitirme desaparecer en  instantes, sin desligar los recuerdos de un par de ojos inquisidores que me llevan a la misma cuestión a destiempo.  No lo sabías? No?…claro… tantas cosas que no tienes por qué saber…

Que mis sentidos se embotan con el recuerdo de un algodón de azúcar, que sumergirme en rayuela me ayudaría a descuadernar mi propio orden.  Que La Maga y Oliveira no sean como son, que el club de la serpiente no se muerda la cola o que el jazz no suene a tristeza.  Eso ya lo tenías presente.  Mi primera piedra cayó en el purgatorio y rayuela se fue a la mier…a.

Estoy por creer que no hay respuestas. Solo es una puerta de otra vida que de repente se abre.  Una realidad alterna que me quiso mostrar que hay seres eternos, evocaciones imperecederas que están sin estar pero viven tras el aroma de una misma piel.  Un tiempo entre espacio y realidad que me lleva a temblar  por dentro por este afán a destiempo, por esta felicidad inconclusa que en cualquier descuido de mi cordura hace bailar una sonrisa entre el alma y la mejilla.

Hay alguna última cuestión? Solo decir que nunca los diálogos a besos pudieron ser mejor, que nunca me había infartado en un segundo, que liberaste carcajadas de un torreón y que vivir que se acabaran los cigarrillos nunca pudo ser más encantador.

Que no tener futuro puede ser más inspirador que la certeza de algún

 Infarto

Tu pie de repente
junto al mío
y mi corazón
sorprendido

 El adiós se vistió de lentejuelas. Nos espera en algún próximo día por venir, en abrazo de alguna noche por pasar, en el adiós que no sabe que el olvido no va a la fiesta.

De los amores no correspondidos

anillo

Federico Acevedo Ramírez

Hace días recibo llamadas de una amiga muy cercana, que conocí en la adolescencia y que llamaré Aracely (por aquello de proteger su identidad). Sus comunicaciones se han incrementado y son más asiduas que de costumbre. La razón: está pasando por un drama sentimental. Conoció en su trabajo a un hombre que la tiene loca. Ni ella misma sabe por qué. Acepta que no es el hombre más lindo con el que ha soñado, ni la mejor persona, ni siquiera el más adinerado (algo que cuenta mucho, aunque no se acepte, ni se mencione), pero  que tiene un “algo” que la enloquece, aún más.

Aracely es muy tímida y no toma iniciativas durante el cortejo, ni llama la atención del hombre que le gusta (cuando ya los tiene es ella quien propone y da las órdenes). He pensado que es muy buena estrategia suya. Se muestra dócil, tierna, de poco mundo y cuando los atrapa en su red, saca sus malas mañas y se las da de tonta. En este caso, la estrategia parecía no funcionar. El caballero no se mostraba interesado y eso, obviamente, incrementó en un 100% el deseo de Aracely por tenerlo.

Cuando parecía que su interés no podía ascender más, se enteró de que vivía con otra en unión libre. No es tan mala mujer como para tratar de quitárselo, pero tampoco tan buena como para no haberlo pensado. Se resignó y se propuso olvidarlo. Pero ya se había metido y de cabezas en el terreno del amor no correspondido.  Ese amor que es más parecido a una obsesión y  que ha acabado con grandes como Truman Capote: no  temía a nada, excepto al amor no correspondido.

Cuando Aracely me llamaba lo abandonaba todo para  destinar por lo menos una hora a escucharla hablar de aquel amor. Fantaseaba con que un día llegaría él al trabajo con unas enormes ojeras (de tanto llorar) y con la noticia de que se había separado. Y, claro, ella estaría ahí para consolarlo y mal aconsejarlo. Varias veces imaginó ser su esposa y hasta pensó en cómo saldrían sus hijos, si más parecidos a él o a ella o, quizás, una perfecta mezcla de los dos. Hizo lo que hacemos todos (mentalmente) con la persona idealizada: pasear de la mano por un parque, tomar caipiriña en Bali, casarse en Cartagena y ser la envidia de todas sus amigas; arruncharse en una abullonada cama king size una tarde de domingo lluviosa, tener su propio y modesto nidito de amor (estrato seis, por supuesto), abrocharlo del brazo en los eventos sociales, reírse en secreto de las que aún besan sapos, y más.

El día de las enormes ojeras y de la noticia de la separación llegó. Aracely saltaba en una pata, por dentro, porque debía disimularlo. Se convirtió en su confidente, su paño de lágrimas y su apoyo incondicional. Aquel caballero terminó fijándose en ella. Yo estaba inmensamente feliz, en especial porque eso significaba el fin de las eternas y dramáticas llamadas. Pero, no. Aracely ahora llama a quejarse. No fue sino que el amor no correspondido empezara a corresponder para que ella encontrara “peros”. Yo que pensé que por fin sería feliz en una relación sentimental. Ahora resulta que el hecho de que él gane menos que ella es complicado, como si no hubiese sabido eso desde un inicio.

El problema de Aracely, que es el de todos, pero que parece mayor en las mujeres, es su inconformismo. Si el hombre es juicioso, entonces es un “dormido”; pero si, en cambio, es avispado, entonces es un “sin vergüenza” o un “coqueto”. Tal parece que es intrínseco en el ser humano anhelar algo con todo el corazón para después no saber qué hacer con eso cuando lo tenemos.  Si bien el inconformismo ha permitido (lo sigue haciendo) que avancemos, que luchemos por mejorar las condiciones actuales (qué sería del desarrollo de la ciencia sin el inconformismo), también es cierto que impide disfrutar de lo que se tiene en el momento presente. Entonces, condenados a vivir siempre en un tiempo futuro (¿quién nos garantiza que sea mejor?) y llenarnos de ansiedad.

Bueno.  Finalmente Aracely empezó a tomar conciencia y está decidida a conocerlo mejor y a vivir el tiempo presente.  Ella tiene muy claro que uno nace y muere solo (que si no funciona no pasa nada), aunque, y cita a Isabella Santo Domingo, “la vida se vive mejor acompañados, así sea de un bastón, de un perro o de un novio virtual en Chechenia”.

Nota aclaratoria: en la mayoría de los casos el amor no correspondido no nos corresponde nunca. Lo mejor, para que no se quede pegado ahí toda la vida, es que abandone la partida. Hay que entender que hay batallas que no se libran. A veces la rendición es la mejor estrategia, sobre todo si se quiere conservar algo de dignidad.

Pintarse los labios


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A veces pienso en cómo serían sus posturas si fuera mujer. Eso de que la historia la construye una acumulación de futuros no resueltos que esperan estallar, suena lógico y a la vez, tan femenino, que no parece usted estar de lado de quienes ostentan el poder.

El poder para volvernos invisibles, para añadirnos en una etiqueta que no da fe de nuestra fuerza creativa, para ocultarnos en una historia que se ha construido desde abajo.

Cómo pueden hablarnos de una construcción colectiva, si la espera está rezagada, si a veces parece una utopía.  Nos cuestan lágrimas y discusiones privadas, pero también solidaridades y expectativas por el siguiente sueño.  Nos cuesta el trabajo decidido por un nuevo orden.

Claro que usted tiene otra visión de mundo, porque trata de ser objetivo, cuando en realidad la autonomía tiene que ver con las motivaciones internas: las que quedan luego de la soledad, las que se cobijan cada mañana al calor de la compañía de los pequeños a quienes protegemos.

Esa historia, ese patrón universal heredado, filosofado, creado por la ciencia, se revalúa con las implicaciones del ser mujer.

Porque no importan las fechas, ni los días clásicos, ni las conmemoraciones.  La vida de las mujeres viene con conciencia propia, nos permite encontrar certidumbres, dar pequeños pasos por modestos que sean, controlables y seguros, como usted bien lo teoriza.

La historia que escribimos es otra, porque simplifica la condición humana y la acerca al corazón.
No necesitamos límites ni acumulación de futuros.  Estamos para celebrar el derecho a ser libres, a derrumbarnos y luego recomponernos, a transitar de nuevo los caminos, a preocuparnos y despreocuparnos, a disfrutar solas y en compañía, a pedir ayuda, a admitir que fracasamos, a negociar, a amar, a volver a empezar.

A llorar y secarnos las lágrimas, a suspirar y a replantearnos, incluso si hay dolores, que podemos ver hacia el futuro y escribir nuestras propias historias, incluso cuando los demás vaticinen que no hay después.

La lucha de la mujer es por vivificar su historia de vida personal, por pintarse los labios de rojo, como muestra de la esperanza y en rechazo a la historia oculta.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Confesión

melancolía

María Fernanda Villamil Villamil

¿Cuánto tiempo más precisas de mí?

¿Cuánto tiempo más vas a tomarme?

Debes saber que aunque te abraces a mi cintura y aprietes tus labios en los míos no estaré, ni seré, ni amaré para ti. Porque en cuanto el sol aparezca y la noche silencie con ella los secretos y mis culpas, olvidaré cuan tormentoso eres en mi adentro. Tú sabes, el refugio del caos en mi pecho y lo indispensable del perdón en la piel.

Te crees inmune pero estás en mi respirar, frágil.  Subes y bajas en su ritmo, a mi ritmo, y te acaricio el pelo que entre mis dedos es un poco mío, y te crees inmune y te descifro, y te crees inmune y te pienso en tu fatal anhelada soledad.

Hacen falta aún algunos días para que me recuerdes cuán pasajera soy en tu vida, porque así mis alas siempre estarán abiertas y mis maletas listas, mientras te crees inmune. Mientras yo me levanto de tu cama y cruzo la puerta. Mientras decido que no hay muertos, más muertos que los que se olvidan.

-Te olvido, mientras te crees inmune. Y das la vuelta. Y ya no estoy-

Mientras, te pesará el cuerpo en recuerdos, en ausencia y entonces te habrás extinguido.

La montaña de miedos

matrimonio

La escena me persiguió toda la noche.  Y no por el reflejo de lo que ustedes tienen que resolver.

Más bien fue una mirada medio fugaz a mis límites.  En el día, van y vienen las insatisfacciones; ese afán de querer controlarlo todo, de ser la primera, de cazar; el capricho de que nadie me cuestione, y la inquietante manía de encontrar explicaciones reales a todos los sinsentidos.

A la final, creo que son valientes.  La verdad, los percibí tan distantes, justo ahora que tomaron la decisión que se acepta solo una vez en la vida bajo juramento, de ir y acompañarse hasta que la muerte la separe.

Me sorprendió imaginarlo a él, impávido, sin poder alguno sobre sus excesos y culpas.  Incapaz de responder a los odios femeninos,  a los fantasmas que le salen a flote, a la debilidad de tener que ser el mismo, viéndose a un espejo que no le reconoce la imagen.

Creí conocerlo, por lo que me contrarió verlo así como siempre, incapaz de responder con una firmeza tan grande como su tamaño.  A la final no me equivoqué. Detrás de semejante estatura solo hay un hombre temeroso.  Una mente brillante y luminosa, aún con trabas por resolver.

A ella, no la culpo.  La vi desbordada, como algún día todas hemos estado.  Menos lúcidas y más arbitrarias, queriendo ser las guardianas de los sueños de amor de quien poco nos merece, queriendo añadir bondades a un espíritu que no despierta; nombrando a la fuerza, la forma estrecha que no encaja.

Como buena recién casada, lo quiere a morir, aunque no sabe que se debilita en la agonía de encontrarlo, y que al final de esas furias poco puede encontrar, porque es una apariencia que tampoco le pertenece.

Tan joven y se ha salido de sus barreras morales, innecesariamente, gritando, huyendo, sacando las garras, cuando al final la idea del amor la obligará a darle el último adiós.

No quiere entender que sí, que también yo he sido incomprendida, obsoleta, dañina, caprichosa, víctima, monotemática, mentirosa, pero inofensiva.

Que sería más fácil respirar antes de dejar ganar la rabia de sentirnos solas.  Que la regulación debería llegarnos, así, tan natural como fluye esa adelantada habilidad para fantasear con el futuro.
La escena me persigue cada noche. El problema no son ellos, son mis excusas.  Mejor cierro los ojos y pongo luz a la montaña de miedos que duerme con las dos.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Sin armaduras

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Luisa Rojas

No sé si esta vez me falta inspiración para escribir, o por el contrario me sobra. Tengo la mente en pleno tornado y si mis conocimientos no me fallan, no hay manera de frenar uno. Solo queda resguardarse, ver cómo se lleva todo a su paso, esperar a que pase y tratar de salir con vida.

En algún momento entré a un par de cafés, hablando de todo un poco. Un buen amigo hizo alusión a que mis escritos están impregnados de mí y no porque sea yo quien los escriba, sino porque es mi manera de, entrelineas, hablarle al mundo de mí. Y sí.

Digo las cosas que pienso tal y como las pienso, pero cuando se trata de las que siento: mis anhelos, mis miedos, mis fracasos, mis sueños; cuando la cuestión es desnudar el alma ante otra persona, me quedo muda. Así que de manera sigilosa me escabullo entre las letras, los relatos, y mi particular manera de describir la vida para mostrarme plena, transparente, muy yo.

Hoy sin embargo no quiero disfrazar el asunto. Solo quiero escribir para desatar nudos, para alivianar la carga, para descansar del mundo por un instante. Soy una persona tan complicada como sencilla; complicada para quien pretenda entenderme y sencilla para quien quiera vivirme.

Me vuelvo fría, distante y me rodeo de barreras cuando alguien se acerca a mi vida, pero cuando me quito la armadura y quedo en mi estado más sincero y vulnerable, soy fogata, ternura, entrega, pasión y persistencia, y aunque la mayoría de veces parece no valer la pena, es esa mi versión predilecta.

Me gusta demostrar las cosas, me gustan los pequeños detalles y sorprender con ellos, me sonrojo con increíble facilidad, hago pucheros inconscientemente más veces de las que quisiera. Sonrío, lloro cuando me lastiman, callo y hago caras cuando me enojo y me decepciono cuando me mienten. Soy impaciente, ansiosa, malgeniada, no me peino y cuento con muchos más defectos.

Soy impulsiva, intuitiva y loca. No sé lo que es pensar las cosas dos veces antes de hacerlas; si me nace, me prende, me motiva y me hace sentir bien lo hago sin importar a dónde voy a ir a parar, porque para mí ha sido más importante el camino que el lugar de llegada. Y no es que esté bien, generalmente me lanzo, me dejo llevar por la corriente y al final del recorrido solo me espera una caída libre. Sin embargo en la vida estamos para aprender y seguramente siga siendo impulsiva pero tengo la firme intención de que la próxima vez que decida dejarme llevar, tendré conmigo un mapa, un plan de emergencia, un botiquín de primeros auxilios y que en vez de ir corriendo, iré a paso lento pero seguro.

Estoy llena de miedos, pero mucho más, de sueños; tengo miedo a caer pero son más fuertes mis ganas de volar; me asusta amar y dejarme amar, pero sé que en algún momento valdrá la pena. Sé que tropezaré mil veces, pero cuento con la fuerza para levantarme y la disposición para aprender.

Me disculpo si esta vez no los conduje a nada, si no llegué a ninguna conclusión o si no les aporte algo valioso. La verdad, sin armaduras, esa era la intención.

Borras las lágrimas

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Federico Acevedo Ramírez

Quisiera llorar tres días seguidos y borrar con cada lágrima un mal recuerdo. Secármelas y con un alma limpia emprender mi camino. Quisiera que fuera realmente mío, el que me corresponde. No quiero volver a andar caminos errados ni a lastimarme en sus desniveles.

Quisiera ser invulnerable al dolor. Qué nadie me pueda hacer daño. Que no anide nunca más la pena en mi alma. Que no llegue ningún altivo  a estropearme la vida. Que los estafadores de sentimientos encuentren la puerta cerrada y asegurada con candado doble. ¡Que quien piense en hacerme daño se lo haga a sí mismo y en doble proporción!.

¿Que hay que tener cuidado con lo que se desea? ¿Que se han vertido más lágrimas por plegarias atendidas que por las desoídas? Yo asumo el riesgo.

A mí que el dolor no se me acerque, que ni me mire de lejos. Lo pido una y otra vez. Con toda seguridad.

Me acuesto a dormir con la esperanza de que todo cambie. Es lo que se hace para no enloquecer, lo que hacemos todos para aceptar las cosas tal y como son.

¿Si resistes, persiste? Lo he comprobado. Pero aceptarlo me convierte en cómplice.
Si no es peleando, ni aceptando, entonces es llorando. Quisiera llorar, pero no puedo.

Gris


ciudad


Carolina Rodríguez Mayo

por mi nadie atraviesa la ciudad
nadie escala montañas
no hay quien desafíe la gravedad
las leyes generales de la física

no soy nadie
soy predecible
soy la fácil

muchas verán contiendas
verán caballeros de brillantes armaduras

yo soy la que acepta las sobras
-o bien- soy la sobra que ellos aceptan
no soy nadie

hay otras diferentes
otras que han visto hombres
correr maratones
por ellas
yo soy sólo observo
los veo a todos correr
todos en dirección contraria

no soy nadie
soy la sobra que ellos aceptan.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Un día para prolongar



Déjame creer que es posible acercarse sin miedo al después, sin restricciones, ni depósitos del pasado, ni culpas a las que fastidiosamente nos acostumbraron los que no buscan señales en la fuerza del amanecer.

Creer que los imaginarios también maduran y que el paso del tiempo no solo tiene que ver con lo finito, lo externo, lo inagotable, sino con explicaciones entendidas por un humano corazón.

Señálame con tu sonrisa el camino de la nobleza y déjame ser la misma de siempre.

Descubre tú mismo que el pálpito de lo que soy es verdad, aunque hayan querido contaminarnos. 

Demuéstrame que adentro nuestra reserva real espera su salida y que este encuentro es algo más que una metáfora atemporal.

Que por más que intentamos cruzar la línea de la frontera, no pudimos dejar de ser los mismos de siempre: soportables en las imprecisiones, las habladurías, las ganas de separar las misiones impuestas por el qué dirán.

Acércame solo a las complicidades privadas que alguna vez soñamos y que ahora compartimos en extraños y amplios saludos de mañana, de tarde, de noche, de madrugada.

Deja que ate el sabor de un emblema que marcas para mí, tan lejos de los miedos, tan cerca de lo que podemos decirnos en absoluta libertad.

Piensa como yo, que hay un día siguiente para prolongar lo que nadie puede arrebatarnos, las palabras contadas en un tiempo más oficial, más burbujeante y prometedor.

Raya tus vínculos sobre mis líneas blancas. Dímelo una y otra vez. Déjame creer que este es un día para prolongar y que es posible acercarse sin miedo a los minutos.

Gris



Carolina Rodríguez Mayo

por mi nadie atraviesa la ciudad

         nadie escala montañas

    no hay quien desafíe la gravedad

                    las leyes generales de la física



                                            no soy nadie

                                                  soy predecible

                                               soy la fácil



muchas verán contiendas

              verán caballeros de brillantes armaduras



                                     yo soy la que acepta las sobras

                           -o bien- soy la sobra que ellos aceptan

                                                                 no soy nadie



hay otras diferentes

     otras que han visto hombres

                      correr maratones

                                   por ellas

                                                     yo soy sólo observo

                                                     los veo a todos correr

                                                                  todos en dirección contraria



 no soy nadie

soy la sobra que ellos aceptan.




lunes, 10 de noviembre de 2014

La fuera de Britanny Maynard




Cerramos los ojos en la misma noche, acompañadas por el afecto que inmortalizamos.  Tú de una forma masiva y polémica.  Yo, en rutinas privadas, compartidas con unos cuantos que llegan a acercarse.  Esos que nos quitan la timidez y nos invitan a volar, sin miedo a decirnos lo que realmente opinan acerca de nuestras decisiones.

Sé que estuviste en una carrera contra el tiempo, en una pelea para descifrar la inmortalidad, en un mar de dudas que también nos dejaste conocer.

Tenías derecho.  ¿Quiénes somos nosotros para cuestionar tu dolor?  Si acaso, podemos reprocharnos la falta de claridad y decisión con la que corremos por el mundo.

Tú en la distancia, quien sabe con qué sentimientos.  Nosotras, de este lado del mundo, debatiéndonos entre el deber ser y los caprichos del universo material al que nos acostumbraron de niñas.

Imaginé miles de veces qué tan temerosa estuviste de quemar las naves y soplar vientos en lo desconocido, lo irremediable, lo inalcanzable.  El fin de tu tiempo y tu felicidad.

Y me quedé pensando qué tanto nos ocupamos con desdicha sobre los demás. Cuánto los utilizamos para nuestros placeres, sin acercarnos a su bondad, sin reflejarnos en sus preocupaciones; solo cuestionando su opinión, creyéndonos las reinas de un tiempo que es tan limitado.

Superé la rabia que me dio pensarte tan pública. Llegué a imaginar que podías dar marcha atrás, y aun así, me dije un par de veces que no me correspondía imaginar los motivos, porque tus silencios y tus palabras elevadas, también hacían parte de lo que no tiene nombre.

Me solidaricé, a pesar de mis miedos y vetos.  Tu decisión es solo una invitación a que entendamos el futuro como un ruido que sabotea las noches y las mañanas.  Que planta la duda sobre si estamos equivocados y no nos deja mirar la esperanza que se posa alrededor de lo que tenemos.  Una carrera contra el reloj.

A primera hora del nuevo día, mis ojos volvieron en sí, con la calma que da escuchar el agua que corre cerca, con la felicidad de recrearse en lo importante.  Pensé que aún tenemos tiempo para recordar a los demás lo que significan en  nuestras vidas.  Eliminar el insano efecto del dolor y acercarnos, en una búsqueda de equilibro, de sensatez, pero también de ternura y palabras nuevas.

Miré por última vez tu foto del pasado.  Fuiste una mujer que decidió sobre su destino.  Una fuerza que superó la portada de revista, la imagen de la virtualidad, amada u odiada.

Mi querida Britanny.  No volverás a abrir los ojos.  Y en cada mañana, muchos te recordaremos, intentando descifrar a dónde nos lleva el camino en el que tú ya tienes una ventaja ganada.

Quizá un mejor lugar que este que nos dejaste, y la gran reflexión que compartiste: “Si cambiamos nuestros pensamientos, cambiamos nuestro mundo. Amor y paz a todos ustedes”.


El dolor del desamor



He de decir con toda franqueza, que es difícil mirar atrás y despedirte.

Apareciste cuando las mareas de mis impulsos y la profundidad de mis confusiones no me permitían deslumbrar el norte de mis sentimientos.

Fuiste una bocanada de aire fresco, que rememoraba la felicidad y me hacía sonreír. Llegaste sin que te buscara y me llevaste a límites insospechados.  Sentí de nuevo la emoción de amar intensamente, aunque viva ahora en carne propia el dolor del desamor.

Luché a diario con la vaga sensación de que nada es para siempre, de que el tiempo contamina lo que un día fue mágicamente inesperado.  Comprobé contigo que la magia se acaba.  Decidiste seguir tu camino sin mí, dejándome en una espiral de dudas del cual no he podido salir.

Extraño nuestras conversaciones.  Los instantes en los que hablábamos de todo y de nada mientras el tiempo parecía esfumarse entre palabras y besos.

Mi lógica exige respuestas, pero admito que aún eres mi mayor incógnita. Me consume la melancolía y llego a este punto sin retorno; sin fuerzas para intentar volver, no me queda más que marchar aunque no haya lugar a donde ir.

Nunca entenderé dónde se rompió y no funcionó, ni por qué no tome de la decisión de buscarte.  Es momento de aceptar que no existen réplicas, que tu forma de ser siempre será difusa.

La luna que me dedicaste será testigo de que recordaré con nostalgia la soledad que esconden tus ojos. Dejaré para después este sentimiento, antes de que termine por llevarme a la ciudad del llanto, donde mi paraíso se convierte en un infierno.

Adiós, llego el día de partir. Confieso lo que no he aprendido aún: el dolor del desamor; la manía de olvidarte.

Corazón de papel




Irina Juliao Rossi

Quisiera tener el corazón de papel para tachar con colores las miradas extraviadas, los te amos escondidos, escritos en versos, untados de rosa.

Un corazón de papel para arrugarlo si persistes en irte con salvaje silencio, en las noches donde las mariposas salen a volar perseguidas por el viento celoso de tenerte.

De papel liso, un corazón sedoso que pueda jugar entre mis manos, que se deje untar de caricias, de duendes que jueguen por sus orillas, haciendo escalas, escondiéndose de ti, de mí, entre fuegos que ardan, se apaguen y vuelvan a encenderse.

Tapizado de sílabas que sólo hablen de ti, de la partida que prometes hace tiempo en cada mirada, en las palabras que se conjugan en tu lengua y en las manos que no dejan de tentar los adioses esperados.

Pálido, casi ciego de tanto verte.  Así, un corazón orgásmico, que ría cuando bailas sobre el piso, emergiendo de diminutos silencios, en la oscuridad que se hace ciega de tanto poseerte.

Un corazón cómplice de mis escenas, de los retratos que pinto con tintas festivas, rayones que se estiran en colorido, dejando leer sobre el tapiz el nombre que me ciega la vida.

Un corazón que se deje doblar, encarcelado en una maleta, que vaya solo, que me acompañe cuando quiera amarte o que calle cuando silencio su propio sonido para desistir del amor que se acerca a la ausencia, al arrullo que bailan en nuestros cuerpos. Así quiero un corazón!

martes, 28 de octubre de 2014

Contemplar la esperanza



Silvia Estefanía Vélez Montenegro

La belleza y el significado de la perfección, se hallan en el ambiente de un pequeño rincón, de un pedacito del mundo, que aguarda a la mirada de quienes viven la magia de su esplendor.

Y es un manto verde de un sinfín de matices que asaltan a la razón y la imaginación, forjando en el horizonte los más imponentes y espirituales montes que cautivan el alma tras un derroche de formas, aromas, colores, que inundan los sentidos y aceleran los latidos tras el descubrir entre caminos, pedregosos caminos en los que reinan las flores, de bellos e imperfectos colores, asimetría invaluable, delirante, ante la que se postra el alma de su fiel espectador.

Caminos, cuántos caminos, colmados de historia, que conducen a la simple beldad de las corrientes de aguas, que perpetúan la vida de un pueblo pujante, amable, de nobleza incalculable, característica innata que se percibe en el aire de una afable región.

Cómo olvidar, cómo no resaltar la suavidad de su aroma, sutil y embriagante olor, tan simple y elegante su apariencia, que baña de belleza con su rojo resplandor el verde de las montañas que se enternecen con su pequeña aparición.

Crecen como gotas de rocío que se posan unas tras otras formando una linda y particular flor, o tal vez un rosario de esperanza de sutil transformación del verde de las montañas al rojo de la pasión.  Al borde, cuelga con delicadeza una pequeña y frágil flor, imagen de la apariencia de la mujer que endulza los días del buen caficultor.

Degusta el alma de tan mágico esplendor y queda perpleja al vislumbrar una sábana blanca que descansa en las montañas de la imponente cordillera, y en las mañanas como queriendo alcanzar el sol que se rompe en pedacitos, como saboreando el viento, abriendo sus alas, transformándose en garzas; o el baile de los guaduales del que emana un suave canto al son de la cadencia del viento que ondula sus verdes cabellos con benévola pasión.

Al amanecer, al fijar la vista al horizonte, desaparece el poder del viento que concentra su aliento como un manto blanco que envuelve el lugar.  Se percibe el trasegar en cual sublime y envidiable armonía.  Los pasos de quienes cada día se dejan impregnar del sello de la tierra, en sus manos, mentes, historia, y que historia, de quienes despiertan antes de que el sol toque sus cabellos y entrelazan sus dedos con la bondad de una invaluable creación, a la que un día Dios pensó con especial amor.

Y al atardecer, se aprecia con imperiosa admiración como un juego de pinceladas de ensueño, cuando el cielo se convierte en un lienzo de la mejor exposición.  El caprichoso sol de la tarde destella sus últimos rayos deslizando entre algunos espacios las ventanas por donde conduce su adiós.  Formas y colores de enigmática expresión que atrapan a aquellos enamorados que con tal fascinación acuden a su encuentro para decir tan solo adiós.

domingo, 12 de octubre de 2014

¿Medio hombre?





Olga Patricia Botero y Milena Agudelo

Entonces surgió otra intención que no tenía propósito. Era momento de sentir y dejar los pensamientos insistentes, de llevar ahí, lejos de mi realidad, las planeaciones del futuro, las de los cuentos de hadas.

Elegí asumir ese nuevo momento, tan interior, tan mío, invisible y reservado, acomodando su mirada, sus palabras, sus caricias.

Solo quería encontrarlo y dejar atrás el pasado, como debe ser.  No podía ganarme ese tonto orgullo infantil.

Estaba matando, sin querer, un amor que tomó años en cultivarse, un amor que superó obstáculos y algunas cicatrices, marcadas en él.

Me di cuenta de que éramos débiles el uno sin el otro, que nos necesitábamos  para incubar vida.

Finalmente esa es nuestra naturaleza, así a veces parezca absurda. 

Me perdoné.  Dejé que ese sueño perturbador de soledad quedara a un lado y que el enemigo egoísta de la culpa se consumiera en los pensamientos que matan la opción vital de amarte.

Qué más da entregar más, si ese es el punto de partida de esta historia de amor casual, de amor real, una de esas opciones creadoras de un todo que no mata ni la indiferencia, ni la distancia, ni las burlas, ni las reconciliaciones del medio hombre.


Voy a intentarlo.  Simplemente, serás más que aquel que en esos años solía poner límites y parecer completo.

sábado, 11 de octubre de 2014

El arco iris no es de dos colores



De repente se dio cuenta de que hay un caminante nuevo.  Curiosa, lo observó con sigilo.  No pudo dejar de pensar en que la figura masculina del pasado, la que tal vez mantiene solo para ella, no la espera y no la mira.  Tampoco, dejar de cuestionar la absurda lógica en la que dice amarlo. 

El desconocido la inquieta. Le refresca emociones protegidas donde no pudo añorarlas más, porque fueron al sitio secreto en el que el ermitaño las olvidó.  Sabe, en su autocensura, que no le dará más, y entre otras cosas, aún tiene miedo de pedirle, de entregarle.

Volvió a emocionarse con el saludo en la mañana. Le entraron ganas inevitables de besarlo, de tocarlo, de sentirlo.  De paso, las pesadas culpas por permitírselo, bajo el halo de la condena social, fiel a la idea vaga de que ama a su hombre del pasado.

Sin pensarlo, se rindió al placer, tan tranquilamente que no parecía la primera vez. Estaba tan cómoda que nada importó.  Ni el tiempo, ni el feo lugar en el que desataron su pasión.   

Recordó el suave roce de las pieles, escuchó su agitada respiración y sintió el infinito placer de una caricia.  Hace años otro cuerpo no vibraba junto al suyo con una exaltación tan sincera.  Se asombró al notar que ya se había acostumbrado a aquel rutinario amante, y por ratos sintió que lo traicionaba.
Engaño.  Tal vez una idea, un concepto creado por sí misma, para sí misma; nada más que un asomo de nuevas vibraciones en su vida.  Aun así, amor hacia ese fantasma que va y viene con una molesta actitud de indecisión.

Tal vez amará seguir buscando la idea de que la vida se compone de pequeñas emociones que le dan sentido.  

Aún con la conciencia armada de nuevos delirios, piensa en el hombre misterioso.  Dice entenderlo.  Cree que la quiere. A lo mejor llegó el momento de seguir.

Mariana duda.  Sólo quiere esperar. Por primera vez en su vida atenderá esa inclinación que le dice que no es el momento de decidir, que es hora de perseguir nuevos alientos, porque el arco iris no es dos colores.  

miércoles, 8 de octubre de 2014

El brazalete dorado con flores púrpuras





Juan Alberto Zapata Caycedo


Atónito y sorprendido, Mateo se despertó desesperado, con los pelos enroscados por la almohada y los párpados casi inseparables de los ojos.  La alarma del reloj vibró a las 7 y 35 de la mañana de un viernes 30 de octubre.

Era el día del prometido acontecimiento con su enamorada. El mismo que cambiaría su vida por completo y lo dejaría inmóvil en un letargo profundo que hoy la ciencia nombra coma; en una ausencia absurda del dramático y absurdo mundo ávido por el devenir del agua y la tierra.

Porque como agua y tierra eran aquellos dos enamorados, a veces inseparables como el océano profundo y a veces tan distantes como un desierto seco sin lluvias.

El agua, sin lugar a dudas lo representaba a él, a Mateo Bonante, un famoso nadador que hacía 2 años vivía de una medalla de plata conseguida en los olímpicos de Barcelona, al sur de Paramaribo en una residencia corriente. Como agua, era viajero y atraído siempre por nuevas experiencias, aún cuando en los últimos dos años había dejado de recorrer periplos.

La tierra, por el contrario, era de la misma naturaleza de Sofía, una paleontóloga algo rígida que en sus días libres se iba al campo fértil a maravillarse, y que como la tierra misma se aferraba a aquello que valoraba, el amor, la ciencia y su pueblo. El mismo pueblo en que hacía cuatro meses se había conocido con Mateo en aquella fiesta de final de año cuando un beso ensordecedor acalló el silencio incómodo entre dos miradas que se movían cual danza armónica y precisa.

La alarma del reloj de Sofía, por otro lado, ya había sonado 35 minutos antes, pero nunca se silenció después de aquella mañana.

 Aquel domingo nublado y lóbrego ya llegaba a su crepúsculo cuando Mateo empezó a sentir una extraña sensación luego de haber esperado una hora y veinte minutos en el estacionamiento, junto a la casa de Sofía. El desespero se apoderó de él y moviéndose a grandes zancadas tumbó el pórtico principal de una patada fuerte pero propia y subió las escaleras infinitas que daban justo al frente del cuarto de ella.

La mujer que tantas veces observó en aquella cama de mantos blancos, que ya la sangre cambiaba de tonalidad, no se encontraba en el lugar. Sin embargo, las señales que rodeaban el espacio ofrecían muchas interpretaciones. La sábana tumbada en el suelo, la ventana abierta de par en par, un brazalete de oro, el reloj molesto que no callaba y protagonizaba el silencio de intriga, y una carta que se encontraba fijada en el centro de la cama con la única palabra en su interior: gracias; atravesada por una daga afilada que todavía desprendía de los rastros de sangre. No obstante, aquel brazalete dorado con flores púrpuras no correspondía a las pertenencias de Sofía, y Mateo alcanzó a notarlo.

Reflexivo y elucubrando sobre qué sería lo mejor, decidió no informar a las autoridades, pues podría verse implicado. Venció aquel temor inmenso de perder lo que más amaba, estropeó confundido toda evidencia que comprobara que en aquel lugar había sucedido un suicidio y decidió continuar la búsqueda por sus propios medios.

Pálido y apenas con la capacidad para recibir aire arribó a su residencia y como si los recuerdos de Sofía le estuviesen hablando, encontró una fotografía plasmada en su mesa de noche. La sostuvo firme para poder observarla y avivó aquella tarde de verano en la que sorpresivamente su hermana había llegado a visitarlo. Ese era el único recuerdo que tenía de ella, antes del accidente y antes de que Sofía la conociera, pues Mateo nunca le había hablado sobre ella.

Juntó más su rostro para analizar un elemento extraño que no había percibido antes, pues a lo lejos de la imagen se apreciaba un brazalete muy parecido al que se había traído de la casa de Sofía. Sí, era lujo brillante de flores púrpuras que estaba junto a la carta que el puñal había enraizado en la cama de su amada.

Mil pensamientos lo rodeaban y confundían. Entonces decidió llamar al único ser en quien podía confiar en aquel instante, Carlos, su amigo de infancia que siempre lo había acompañado en los triunfos y desencantos, aquel que siempre había estado enamorado de su hermana, y el mismo que le había informado sobre su muerte en aquel trágico accidente.

El teléfono continuaba timbrando pero el silencio era el único que respondía aquella llamada. Colérico, encendió el vehículo y se dirigió a la casa de su amigo. Al llegar, el vigilante extrañado le explicó que justo el día anterior se había ido de la ciudad y había desocupado la residencia.

Aunque hace mucho no hablaban Mateo siempre era bienvenido en la casa de Carlos y era tal la confianza que el último día que lo visitó, le indicó el lugar secreto en donde guardaba las llaves. Casualmente, todavía se encontraban en el mismo lugar, por lo que sin dudarlo, Mateo entró a observar el vacío del lugar, y justo ahí, solo, en el fondo de lo que antes pertenecía al comedor, allá entre las juntas de las dos esquinas encontró un papel ya rasgado que identificó fácilmente como un boleto hacia Groenlandia, el país donde su hermana se había accidentado en aquel avión, que según le había informado Carlos, no había dejado sobrevivientes.

 Los hechos lo confundieron en demasía. Lo único que quiso fue encontrar a Sofía. Solo podía pensar en el brazalete de su hermana, que había encontrado en la casa de su amada. Se devolvió con la única evidencia de un boleto rasgado de viaje y el brazalete dorado con flores púrpuras.

 Llamar a las autoridades era lo único que tenía en mente. Buscó el teléfono de su salón de estudios y antes de marcar observó que tenía un mensaje en su contestadora a las 7 y 37 de la mañana. De inmediato reconoció aquella voz: “después de tanto tiempo, tantas aventuras y tantos momentos juntos aún no puedo encontrar un motivo para que lo hayas hecho. Debí atender las advertencias de Carlos, pero fue hasta ese día en que él me demostró en la foto que tienes junto a tu mesa de noche que ella es la que realmente quiere.  Ella, la de la vestimenta marrón, de ojos negros y un brazo pálido apenas visible por aquello que cuelga en su muñeca. Ella que ha dejado a una mujer desilusionada, que ha incitado la llegada de mi muerte y que ha dejado a una madre soltera en un mundo injusto que prefiero vivir en las profundidades de la tierra. A ella, gracias”.

martes, 30 de septiembre de 2014

Un último respiro



Respiraba como diciéndole a las horas que no corrieran más porque no iba a alcanzarlo.  Perdía la mirada entre un pedacito de sí misma…se concentraba en los movimientos  de su bebé, porque realmente la cautivaban y se llenaba de valor como queriendo pensar en el después.

Se veía absolutamente convencida de lo que vendría, aunque sus largas pestañas fueran siempre una extensión de su tristeza. 

Movía su fragilidad como para atraer la mirada de quien no la amó. Él como siempre, tan ensimismado y retador de la realidad que nunca conoció, no pudo descifrar el mensaje.

Prematuramente, medía una y otra vez la temperatura del biberón, aferrándose a este nuevo símbolo, mostrando en sus  blancas manos de mamá agobiada por el cansancio, la suma de sus insatisfacciones y debilidades.

Al menos, lloró.  Él reía entre los juegos del destino, que le ponen fecha de vencimiento a la falta de conciencia.

Nunca quiso dar más de esa medida oculta….y ella llegó, en un último mensaje.  El médico dijo que apagó los ojos y ya no quiso verlos más.

No hubo imagen de la felicidad. 

Cómo pudo abandonarse tanto y no quedarse mirando a quien sí la amaba?.


No lo sé; lloro por ella. No entiendo cómo fue dejando de respirar, sin sentido, porque no sabía que nunca lo iba a alcanzar.  A ella ya la había alcanzado el adiós.

lunes, 29 de septiembre de 2014

El desapego de su sonrisa



Lo sedujo la idea de verla aparecer en la pantalla del computador, insistente y divertida, salida de los patrones oscuros de la ciudad que no lo dejaba respirar.

Ella era ese reto escondido, un experimento de provocaciones, un apuro de mala educación. Una nueva forma de dialogar con la materia inexistente.  Un registro válido de lo que está del otro lado del puente.

Quería comprobar que sus hipótesis podían extenderse más allá de las fronteras, y que al final de todo, nada podría conservarse.  Y que la miraría a los ojos para refutar sus influencias, para negarse en la oferta, para revolcarse en su defendida idea de que todo acaba y nada es para siempre.

Y con el paso del tiempo le redujo las exageraciones, las prevenciones atrevidas a medio camino.  La condenó sin conocerla y le dijo, de forma respetuosa pero limitada, que cesara en su empeño. Que era la opción más ajustada.

Creyó, como tantos, que había en ella una dosis de ingenuidad.  Y le limitó la lujuria, evitó que volara a partir de sus tragedias y le recordó que el amor era como todos decían: trágico.  Doblemente trágico.

Cuando quiso censurarla ya era tarde.  Probablemente se dio cuenta del alcance, de lo que nunca fue sacrificio o pena, sino una mezcla de reinvenciones con pálpitos de curiosidad y certezas armadas a punta de historias de pasarelas, poderes y revistas.

Se despidió antes de tiempo, ocultando que ella le copió sus palabras.  Que entendió los tiempos de la corta conversación, y dejó de equilibrar el deseo para ocultarse y leer a Borges, repitiendo para sí, que SÍ, que estar con él o sin él era la medida de todo su tiempo.


Que el amor fue eterno mientras pudo sentirla. Casi loca, imprudente, llena de peticiones inapropiadas, desbordada, lista para poner en tela de juicio sus eternas variables, respondiéndole a sus curiosidades con el desparpajo de su sonrisa.

Los monstruos de Absurdistán


Federico Acevedo Ramírez

Llegó el día en que todos los monstruos de Absurdistán se presentaron a la Primera Audición Nacional de Monstruos para conseguir un cupo en alguno de los 23 circos que construiría el rey alrededor del país. Los intelectuales aplaudieron la medida y se alegraron de que los abortos del demonio, como han sido llamados, pudieran desempeñar una función distinta a la de limpiar baños públicos y recoger basuras. Los duques, los condes y demás ostentadores de títulos nobiliarios estaban furibundos. Les parecía inconcebible que esas criaturas ocuparan un lugar más digno en el reino. Nacieron para lo más ruin. En general, a ellos no les gustaban los cambios. El orden social existente era el dictado por las divinidades y no se debía alterar. El Rey pensaba lo mismo, pero era más inteligente. Según su último censo, los monstruos habían crecido más en la última década de lo que crecieron en el último siglo.  Era mejor tenerlos contentos y evitar insurrecciones.

La fila de monstruos era interminable. Cuando uno pensaba que había  llegado el último, ahí mismo aparecía otro. Era la oportunidad de oro. La mayoría estaban disfrazados. Sus deformidades, decoradas. Quienes tenían habilidades circenses practicaban con esmero mientras esperaban la audición. La diversidad de la fauna monstruosa era inmensa. Eran monstruos, pero eran diferentes. Había altos, bajos, gordos, flacos; de piel morena, blanca, negra, azul, roja, verde, gris y de colores inexistentes; con narices aguileñas, garfios, ñatas, respingadas, rectas, gibosas o griegas. La variedad en su máxima expresión.

Como siempre, no faltó quien quisiera sabotear las audiciones. Desde el cielo, los unicornios de los nobles arrojaron agua. La ventaja es que la piel de los monstruos absorbe rápidamente la humedad. En cuestión de minutos estaban secos y con la misma disposición. Nada los iba a detener ese día. Sus almas, sus vidas y sus corazones se dirigían lanza en ristre a aprovechar esa oportunidad.

Y la oportunidad se aprovechó. El 70% de los monstruos de Absurdistán fueron elegidos para actuar o trabajar en los circos. Unos harían parte de los espectáculos; otros, trabajarían como meseros y anfitriones. Los 23 circos iniciales tuvieron tanto éxito que se construyeron diez más. Gente de todo el mundo asistía a los espectáculos. La economía creció, pero también creció el resentimiento de los nobles hacia ellos. En los baños públicos y en las basuras seguían trabajando monstruos, pero también gente “normal”. Había escasez de monstruos, casi todos estaban en los circos. Este hecho era imperdonable. La raza normal no había sido creada para desempeñar esas vilezas. Era un insulto a las divinidades que debía ser reparado.

El odio fue avivado cuando los monstruos se organizaron alrededor de un partido político y obtuvieron un tercio de las curules en el parlamento. Era imposible que la monstruosidad tuviera voz y voto. La indignación fue masiva. Se organizaron huelgas generalizadas por todo Absurdistán. Las protestas se convirtieron en revueltas. Los circos fueron quemados. Al principio, eran normales contra monstruos. Al final, eran todos contra todos. El país quedó reducido a ruinas. El auge económico se convirtió en desgracia. La pobreza, la desigualdad y la mediocridad volvieron a ser el pan de cada día. La nobleza recuperó el parlamento y negoció con el rey su permanencia en el trono. Nunca más los monstruos serían tratados como normales. Ese error era irrepetible.


Hoy, Absurdistán sigue siendo lo que siempre fue: un paraíso para unos; un infierno para otros.