Para mi criatura preferida, con apellido de libretista
Desarmó sus prejuicios; empacó en
otra maleta rivalidades y desatinos. La
despedida se le convirtió en la excusa perfecta para el aplazamiento de sus
complicidades.
Se dio una licencia para retar lo
desconocido, por encima del agua que brotaba por sus poros, como si darle
salida fuera suficiente para editar el miedo tortuoso que se le atragantaba en
el centro de la tráquea.
Desconfiada, como siempre, se
auguraba una fatalidad repentina, que conquistaba a diario con una voz altiva, como
queriendo apagar de tajo los nervios que guarda por herencia.
Pensó y volvió sobre esa falsa preocupación
que el mundo le impone en su desfachatada forma de proceder.
Las señales se ocuparon de rodear los
múltiples afanes, y ella, como sorda de felicidad, se refugió en dos tragos
secos para ir apagando el repentino bombeo de sangre al corazón.
Al lado, las de siempre. La fuerte gata oculta en la velocidad de la
metrópoli; la rizada ansiosa de vida que suelta placeres con su baile; la
pausada, la de los ojos amarillos, con quien superó el vivido femenino.
Del otro lado de la línea, su vínculo
eterno de maternidad, de campo, de familia y raíces de identidad con sabor a
chocolatera a punto de reventar.
Ruido de polvo ensordecedor
Frío insensato del cemento gris
Caras amargas de los corredores de este adiós.
Se bajó del avión con la libertad del
color beige sobre su pecho.
La recibió el Pedro que trae en su
rostro el color de la primavera, la brisa fresca de un nuevo continente y un
flujo eterno de conexión de puntos, para que NADA…NADA se pierda antes de la siguiente
escala, allá sobre las nubes, muy lejos de la cordillera donde un chorro de luz
te devuelve a la vida.
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