Respiraba como diciéndole a las horas
que no corrieran más porque no iba a alcanzarlo. Perdía la mirada entre un pedacito de sí
misma…se concentraba en los movimientos
de su bebé, porque realmente la cautivaban y se llenaba de valor como
queriendo pensar en el después.
Se veía absolutamente convencida de
lo que vendría, aunque sus largas pestañas fueran siempre una extensión de su
tristeza.
Movía su fragilidad como para atraer
la mirada de quien no la amó. Él como siempre, tan ensimismado y retador de la realidad
que nunca conoció, no pudo descifrar el mensaje.
Prematuramente, medía una y otra vez
la temperatura del biberón, aferrándose a este nuevo símbolo, mostrando en
sus blancas manos de mamá agobiada por
el cansancio, la suma de sus insatisfacciones y debilidades.
Al menos, lloró. Él reía entre los juegos del destino, que le
ponen fecha de vencimiento a la falta de conciencia.
Nunca quiso dar más de esa medida
oculta….y ella llegó, en un último mensaje.
El médico dijo que apagó los ojos y ya no quiso verlos más.
No hubo imagen de la felicidad.
Cómo pudo abandonarse tanto y no
quedarse mirando a quien sí la amaba?.
No lo sé; lloro por ella. No entiendo
cómo fue dejando de respirar, sin sentido, porque no sabía que nunca lo iba a
alcanzar. A ella ya la había alcanzado
el adiós.