martes, 30 de septiembre de 2014

Un último respiro



Respiraba como diciéndole a las horas que no corrieran más porque no iba a alcanzarlo.  Perdía la mirada entre un pedacito de sí misma…se concentraba en los movimientos  de su bebé, porque realmente la cautivaban y se llenaba de valor como queriendo pensar en el después.

Se veía absolutamente convencida de lo que vendría, aunque sus largas pestañas fueran siempre una extensión de su tristeza. 

Movía su fragilidad como para atraer la mirada de quien no la amó. Él como siempre, tan ensimismado y retador de la realidad que nunca conoció, no pudo descifrar el mensaje.

Prematuramente, medía una y otra vez la temperatura del biberón, aferrándose a este nuevo símbolo, mostrando en sus  blancas manos de mamá agobiada por el cansancio, la suma de sus insatisfacciones y debilidades.

Al menos, lloró.  Él reía entre los juegos del destino, que le ponen fecha de vencimiento a la falta de conciencia.

Nunca quiso dar más de esa medida oculta….y ella llegó, en un último mensaje.  El médico dijo que apagó los ojos y ya no quiso verlos más.

No hubo imagen de la felicidad. 

Cómo pudo abandonarse tanto y no quedarse mirando a quien sí la amaba?.


No lo sé; lloro por ella. No entiendo cómo fue dejando de respirar, sin sentido, porque no sabía que nunca lo iba a alcanzar.  A ella ya la había alcanzado el adiós.

lunes, 29 de septiembre de 2014

El desapego de su sonrisa



Lo sedujo la idea de verla aparecer en la pantalla del computador, insistente y divertida, salida de los patrones oscuros de la ciudad que no lo dejaba respirar.

Ella era ese reto escondido, un experimento de provocaciones, un apuro de mala educación. Una nueva forma de dialogar con la materia inexistente.  Un registro válido de lo que está del otro lado del puente.

Quería comprobar que sus hipótesis podían extenderse más allá de las fronteras, y que al final de todo, nada podría conservarse.  Y que la miraría a los ojos para refutar sus influencias, para negarse en la oferta, para revolcarse en su defendida idea de que todo acaba y nada es para siempre.

Y con el paso del tiempo le redujo las exageraciones, las prevenciones atrevidas a medio camino.  La condenó sin conocerla y le dijo, de forma respetuosa pero limitada, que cesara en su empeño. Que era la opción más ajustada.

Creyó, como tantos, que había en ella una dosis de ingenuidad.  Y le limitó la lujuria, evitó que volara a partir de sus tragedias y le recordó que el amor era como todos decían: trágico.  Doblemente trágico.

Cuando quiso censurarla ya era tarde.  Probablemente se dio cuenta del alcance, de lo que nunca fue sacrificio o pena, sino una mezcla de reinvenciones con pálpitos de curiosidad y certezas armadas a punta de historias de pasarelas, poderes y revistas.

Se despidió antes de tiempo, ocultando que ella le copió sus palabras.  Que entendió los tiempos de la corta conversación, y dejó de equilibrar el deseo para ocultarse y leer a Borges, repitiendo para sí, que SÍ, que estar con él o sin él era la medida de todo su tiempo.


Que el amor fue eterno mientras pudo sentirla. Casi loca, imprudente, llena de peticiones inapropiadas, desbordada, lista para poner en tela de juicio sus eternas variables, respondiéndole a sus curiosidades con el desparpajo de su sonrisa.

Los monstruos de Absurdistán


Federico Acevedo Ramírez

Llegó el día en que todos los monstruos de Absurdistán se presentaron a la Primera Audición Nacional de Monstruos para conseguir un cupo en alguno de los 23 circos que construiría el rey alrededor del país. Los intelectuales aplaudieron la medida y se alegraron de que los abortos del demonio, como han sido llamados, pudieran desempeñar una función distinta a la de limpiar baños públicos y recoger basuras. Los duques, los condes y demás ostentadores de títulos nobiliarios estaban furibundos. Les parecía inconcebible que esas criaturas ocuparan un lugar más digno en el reino. Nacieron para lo más ruin. En general, a ellos no les gustaban los cambios. El orden social existente era el dictado por las divinidades y no se debía alterar. El Rey pensaba lo mismo, pero era más inteligente. Según su último censo, los monstruos habían crecido más en la última década de lo que crecieron en el último siglo.  Era mejor tenerlos contentos y evitar insurrecciones.

La fila de monstruos era interminable. Cuando uno pensaba que había  llegado el último, ahí mismo aparecía otro. Era la oportunidad de oro. La mayoría estaban disfrazados. Sus deformidades, decoradas. Quienes tenían habilidades circenses practicaban con esmero mientras esperaban la audición. La diversidad de la fauna monstruosa era inmensa. Eran monstruos, pero eran diferentes. Había altos, bajos, gordos, flacos; de piel morena, blanca, negra, azul, roja, verde, gris y de colores inexistentes; con narices aguileñas, garfios, ñatas, respingadas, rectas, gibosas o griegas. La variedad en su máxima expresión.

Como siempre, no faltó quien quisiera sabotear las audiciones. Desde el cielo, los unicornios de los nobles arrojaron agua. La ventaja es que la piel de los monstruos absorbe rápidamente la humedad. En cuestión de minutos estaban secos y con la misma disposición. Nada los iba a detener ese día. Sus almas, sus vidas y sus corazones se dirigían lanza en ristre a aprovechar esa oportunidad.

Y la oportunidad se aprovechó. El 70% de los monstruos de Absurdistán fueron elegidos para actuar o trabajar en los circos. Unos harían parte de los espectáculos; otros, trabajarían como meseros y anfitriones. Los 23 circos iniciales tuvieron tanto éxito que se construyeron diez más. Gente de todo el mundo asistía a los espectáculos. La economía creció, pero también creció el resentimiento de los nobles hacia ellos. En los baños públicos y en las basuras seguían trabajando monstruos, pero también gente “normal”. Había escasez de monstruos, casi todos estaban en los circos. Este hecho era imperdonable. La raza normal no había sido creada para desempeñar esas vilezas. Era un insulto a las divinidades que debía ser reparado.

El odio fue avivado cuando los monstruos se organizaron alrededor de un partido político y obtuvieron un tercio de las curules en el parlamento. Era imposible que la monstruosidad tuviera voz y voto. La indignación fue masiva. Se organizaron huelgas generalizadas por todo Absurdistán. Las protestas se convirtieron en revueltas. Los circos fueron quemados. Al principio, eran normales contra monstruos. Al final, eran todos contra todos. El país quedó reducido a ruinas. El auge económico se convirtió en desgracia. La pobreza, la desigualdad y la mediocridad volvieron a ser el pan de cada día. La nobleza recuperó el parlamento y negoció con el rey su permanencia en el trono. Nunca más los monstruos serían tratados como normales. Ese error era irrepetible.


Hoy, Absurdistán sigue siendo lo que siempre fue: un paraíso para unos; un infierno para otros.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El miedo de caminar atrás



Avanza sin ella. Corre hacia adelante, con un poco de prisa, sin saber que ya la acompaña la sombra de otro caminante, seducido por la forma en cómo le narra el mundo, atrapado por la manera en la que le va alineando ese lado humano que ha tenido que anular.

Camina despacio junto a ella, analizando cada uno de sus movimientos, sin entender cómo ha podido soportar ese silencio durante todos estos años. 

Por el contrario, él quisiera llenarla de detalles que suplan la  ausencia eterna que va y viene entre sus pensamientos.

Lo anima la idea de levantarse en la mañana y explorarla, de descifrar los enigmas que lo cautivaron lejos de su realidad, lejos de una cálida zona de confort que eliminó sus miedos y le censuró algunas palabras, desde hace muchos años.

Ella, tan segura y metódica, tan fuerte para defender un amor para el que no acepta cuestionamientos, camina atrás, autorizando una estela de insatisfacciones que ha ido justificándole.  Él, camina a su lado como una nueva sombra, y la escucha, a veces sin entender los pensamientos que se le atraviesan.

Quizá también tiene miedo de abrir una puerta que corra por los sentidos de la memoria, que le devuelva la idea de no tener miedo a nada, ni siquiera a la soledad o a la  muerte.

Con la grata costumbre de los elogios en la mañana y en la noche, Mariana dudó sobre la idea de tener un hombre frio y distante, que piense si está bien que lo amen o no.

Descubrió que quiere cercanía, aliento, ánimo, continuidad, frescura, vibraciones, encuentros, ganas de nuevos atardeceres.

 Y aún, en compañía del nuevo caminante, duda.  Duda de una condición que le desbarate la vaga idea de felicidad que el mundo armó para ella.  Esperemos entonces cuál será el siguiente paso que den los tres.

El mundo es ancho pero cercano



Tras su aparición, la dejó pensando qué tan ancho y cercano, qué tan ancho y ajeno podría ser su mundo.

Se atrevió a decirle nuestro, sin ningún afán de autosuficiencia o control.  Se lo dijo porque supo que en sus imaginarios, valoraría que el paso del tiempo no la dejara ver como una mujer absurda o equivocada.

Las imágenes recorrieron otra vez los adjetivos que se quedaron a medio camino. Era su profesor y esa ya era una barrera para decirle abiertamente que con los años  la vería valiente.

Muy por el contrario, ella supo desde el primer encuentro, que él viajaría a conocer África, que articularía sus investigaciones a nuevos territorios, que jugaría más partidas de ajedrez en torneos internacionales y que en cada viaje, visitaría una nueva librería para comprar libros recomendados sobre el tema.

Que se verían en Cuba o en Moscú, intermitentemente, porque el mundo no era ancho y ajeno, y porque al calor de un buen trago tendrían que discutir la idea de que el tiempo del amor es efímero, pero el de los afectos, eterno.

En el recorrido de esos caminos pasados, de los absurdos espacios del presente, la agónica sensación del abandono, la añoranza de un  húmedo, intenso y volátil  amor de oficina…solos contra el mundo, mucho más que los seres humanos resilientes del desgano.

De nuevo, la virtualidad, y la pregunta eterna de la vida, sobre por qué su tiempo es tan corto…por qué dos horas de nuevas cercanías no fueron nada, o pueden ser mucho para el placer de saber otra vez de los dos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

A un día del adiós




También en el día del después del adiós, se paseó por los lugares que habitó su amor interminable, como queriendo decirle que esa historia no acabaría jamás.

El día que todo el mundo celebró, fue para él pasmoso y especialmente desgastante.  Prefirió que pasaran 24 horas y entender mejor lo que sentía.

Repasó sus temores y volvió a echarle la culpa a ese cruce de miradas a destiempo; a esas ganas de vivir con ella, de verla de una vez por todas en el sillón rojo que su mente no quiere abandonar.

Encontró excesos de corazones rojos colgando por los almacenes, y flores desbordadas en cada esquina.  Prefirió ir al lugar de siempre y comprar unas margaritas, para que adornaran su prohibida mesa de noche con algún pretexto, con el deseo vago de que al menos esa energía entendiera sus limitaciones.

Era la única forma de cultivarla, de acercarse a su racionalidad, de explicarle con símbolos que también él padece la condena del paso del tiempo.  Que se debate entre la racionalidad del adiós y que no quiere sentir el Frío de la canción, “el miedo a cruzar la calle que lo lleve al olvido”.

Quería decirle con cada movimiento, que para él la espera es como un puente colgante en el que el peso del cuerpo lo invita a tomar una decisión, y que tambalea de un lado a otro sin comprender las probables direcciones.

Ni siquiera él entiende por qué esa voz femenina se le atravesó, ese pensamiento salido de los cánones y la armonía de una cara que lo ataca insistentemente sin posibilidad de rechazo, para que bese cada noche, al lado de las margaritas, las señales de su alma gemela.

En la lucha contra el olvido todo le habla de su loba.  Las nuevas circunstancias, la carga del pasado, el deseo de que exista un último relato.

No cuestiona que en la distancia, a ella también le cueste entender su estrategia de tener un molde de halago y placeres, muy natural; la necesidad de que un día habiten el mismo paraíso.

Sin embargo, ÉL tan lejos del camino.

Ahora, Él, rayando las frases que no puede escribir y que abrigan el paso de su nueva diosa.

Cansado, esperó 24 horas, porque pensó que en el día después del amor encontraría menos fastidio en los corazones rojos y blancos que volaban por el centro comercial.

Pasó un nuevo tiempo, y todavía los dos, a muchos pasos de distancia, sin saber qué hilos teje el destino.


https://www.youtube.com/watch?v=heJFzHhbh3g


viernes, 19 de septiembre de 2014

El tiempo del adiós



Nos arrebataron hasta el deseo de soñar.  Nos hicieron creer que la vida tenía que armarse a prueba de los tiempos impuestos.

Les creímos eso de que era mejor transitar la ruta de la falsedad, y que el tiempo podía ir y venir por encima de nuestros afanes.

Que era mejor olvidar la idea de un vínculo palpitante, porque también ahí, nosotros nos encontraríamos con nombres diferentes, siendo ya seres diferentes.

Nos hicimos en la silla de atrás, ocultándonos, porque la bandera  real y ganadora era la de las burlas, la de los secretos, la de la infamia.

Nos contagiamos sin querer y confiamos ingenuamente en ese nuevo lenguaje de intimidaciones.  Aplaudimos, muchas veces sin querer, cuando en realidad lo que debimos haber hecho fue gritar que no estábamos de acuerdo.

Aprobamos las restricciones del sistema en nuestra piel.  Cada vez que nos salíamos del libreto, alguien comprado y sin rigor, estuvo ahí para recordarnos que hay dignidades que no vale la pena defender.

Y así transformamos la esperanza y rotamos a un concepto más social y articulado con el pensamiento de todos, pero tan lejos de nuestros sentimientos.

Los vimos al frente, secarse el sudor e ignorarnos.  Nunca entendimos que su voz exploraba nuestras miserias, las indecisiones, y un falso aliento al hedonismo.

Solo queríamos entender que la vida era tan musical y fenomenal como se siente lejos de la montaña, cerca de la arena.

Para qué recordarlo, si cada día nos entregó múltiples señales.  Nos llamaron una y otra vez, cuestionando nuestra voluntad.

Del otro lado hubo una voz que dijo entenderla, un tono cálido que nos compró temporalmente las culpas y habló de nuestra fe, sin despedirse.

Estuvimos a punto de creer que ya no había flecha para marcar la dirección de ese tiempo.

Por fortuna, también en el adiós, en la otra ruta estaba la esperanza, las letras, las voces cercanas, la luz del amor, el infinito de nuestra verdadera esencia.

martes, 16 de septiembre de 2014

El espejo del amor



Hemos peleado tanto y tanto, sin comprender que con un detalle más podemos hacer la diferencia, si dejamos la vaga idea de aferrarnos tercamente al olor del futuro, a las categorías en las que los demás nos quieren ubicar.

Reconfortante que palpite en el pecho, la idea propia e inagotable que argumenta los sentires.  Lo inimaginable, retador a muchos metros de los delirios, imprescriptible, pero al fin y al cabo, nuestro, contundente, exprimible solo para los adentros.

Palpita en las mujeres para legitimarnos en convivencia, sin paradigmas, sin prejuicios, con la expectativa de la relación que se tiene únicamente en la amnesia femenina.  La compartimos con mujeres capaces de leer las señales, de escucharnos horas enteras de monotemas y ecuaciones sin equilibrio.

Nos vamos volviendo amorosas, en la presencia del otro, sin tener que disculparnos, en  la compresión del respeto a nuestras prioridades, en la superación de un mundo real de competencias y falsedades, con argumentos de tarde que nos reflejan en el escenario del amor.

Nos damos sermones cuando nos vemos en ese espejo de círculos privados. Imaginamos que avanzamos en un único camino, refrendando la idea de hallarnos bellamente ruidosas, preocupadas por el color del esmalte, pero también por la idea que se nos presenta cuando nos vemos en el espejo del amor.