Nos escribe una Loba que aprendió a ver más allá de sus limitaciones, con el ánimo intacto de la esperanza y el afecto por quien compensará su verdadera esencia...
Eran
tan sonoros como el hilo invisible que los conectaría hasta enredar las almas
que estaban destinadas a encontrarse. Desconocían que la casualidad iba a
volcar los ojos sobre sus miradas esquivas y sus sonrisas traviesas, en el más
bizarro de los escenarios, en medio de todos y de la nada, burlándose con
ironía “en la casa del Dr. Matanza”.
Ella sonreía y vendía ilusiones, que
traía en forma de sabores y olores llamativos como el más suave café que alerta
los sentidos. Tan segura se veía que nadie imaginaba lo difícil que era
no tener argumentos para referirse a lo que hablara, como si fuera una niña
temerosa dada a la tarea de aprender un nuevo idioma.
Traía, sin embargo, el encanto de la ingenuidad, propio de la juventud;
la maravillosa energía de las posibilidades infinitas; y el color caramelo que
llamaron la atención del solitario hombre en el balcón.
Por un instante creyó tenerla. Presuroso, la observó por encima de los
lentes, pensando cómo conocerla, cómo parecer más alto, más inteligente,
más atractivo, más interesante. La abordó y la escuchó. Le
gustó más, compró sus ilusiones y la invitó con una vaga excusa, a profundizar
en las transacciones, porque cuanto más la miraba y la escuchaba, más le atraía
la certeza de descubrir esa mujer que ni siquiera ella había visto.
Ella lo vio y lo escuchó tan
desprevenidamente que no captó las señales. Tal vez nunca las ha
interiorizado porque el destino inquieto y caprichoso ha dispuesto nuevos
caminos.
Con la tranquilidad que traen los
años, tomó su gusto por ella y lo guardó en un rincón de su ser, donde no le
molestara ni le inquietara, pero donde estuviera disponible para el momento
oportuno. Paciente, años después la encontró de nuevo…diferente…con el
gusto masculino intacto.
Ella, enmarañada en sus angustias,
seguía sin imaginar lo que vería después. De repente y sin más, una mañana, porque así
lo quiso el universo, se agitó al verlo llegar, sintiendo en el corazón la
fuerza inequívoca del amor, la misma que la acompaña en cada suspiro.
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