miércoles, 21 de enero de 2015

Bajo la lluvia

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Por: Mary Luz Mojica Pisciotti

La lluvia atrapa mi atención. Danzando en una armonía perfecta de acordes y movimientos extraños, me ha cautivado desde siempre con su debilidad y fortaleza.

Las gotas de agua juegan a pasar de un estado a otro. Me gusta ver cómo se detienen en el vidrio y cómo algunas empiezan a resbalar. Me da una sensación de frío cuando me concentro en ellas.

Lucen demasiado naturales, comprensivas hasta cierto punto. Cuando la superficie está demasiado empapada, deciden arriesgarse y huir. Escapan de eso que eran. Se transforman. Como tú, como yo, como todos, como todo. Todo el tiempo.

Por un tiempo dejé de creer en tus mensajes silenciosos, en esos secretos que a voces y palabras enviabas para mí. Perdí la convicción de encontrarme contigo en la salida de la desdicha, así que cambié mi ruta hacia el portal de la esperanza y como una gota, me detuve a esperar. Te esperaba. Pero nada ocurrió.

El sol podría acabarme y entonces me moví a la puerta del olvido. Allí, a veces asomas tu cabeza y tus tobillos en una danza ridícula de dolor y alegrías fingidas. Eres un buen actor y eso seguimos siendo en medio de todo. Sigues siendo ineludible, inevitable, inestimable. Sigues culpándome por tu pena y ahorrándole la explicación a tu conciencia. Somos ajenos a las explicaciones, y eso es válido así prefieras negarlo.

Me estoy quedando sola. Desaparecida en medio de un desierto lleno de gente. El vacío no está en medio, ni en el borde, está jugando en la rareza del todo, en medio de esa nada que no existe y que insurgente resucita los latidos de una despedida.


La canción dejará huella y también cerrará su testimonio con una nota agraciada. Tal vez el concierto de tus labios se apague antes de llegar a los míos, y ese último amigo de nuestra dicha silenciosa, sabrá matar el encantamiento en ambas direcciones. Lo disfrutarás más. No te angusties, falta poco.

Carta a un pensador de lo inútil

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Por: Carlos Fernando Gutiérrrez T.

Así es escribir: un azar. Es intentar certezas con retazos de letras que se juntan para no ser sílabas muertas.

Quizá lance estas primeras líneas por ser las más difíciles para iniciar la aventura de escribir. Las siguientes continuarán ese ritmo lento de quien teclea buscando una boya en medio de un pensar  delirante.

Así debe ser la literatura: buscar lo incierto. Las demás personas persiguen certezas que les aseguren el porvenir.  Desean una pose definitiva que los sitúe en su lugar.  Adquieren un gesto que los reconozca. Ubican un sitio oportuno en el autobús del mundo.

Pero quienes estamos atrapados entre personajes, en historias e imágenes, no conocemos una estancia tranquila y definitiva, una taza caliente en noches de montaña. Quizá es la condena de quienes buscamos las huellas del tiempo en los libros, dialogamos con personajes inmortales o nos asombramos con páginas memorables; será la soledad.

Otros presumen de seguros oficios: médico, abogado, policía, conductor. Basta aprenderlo una vez y ya. Obtuvieron su tiquete definitivo. Pero decir: Mucho gusto, soy poeta, cuentista o novelista, seguro hará desconfiar a la mujer que tenemos al frente o sonreír al doctor que nos dará el empleo.  Así de simple será. Esta es la sensatez de esta vida de libros y seres de papel: la inutilidad.

La mayoría de personas se levantan todos los días y ejercen oficios útiles.  Recogen  basura, atienden animales enfermos, pintan uñas, conducen un bus urbano. Pero unos cuantos, además de estar frente a cuarenta y siete muchachos desencantados de estudiar o teclear cientos de páginas para un informe o soportar la sucesión de números de un profesor aburrido o trabajar en una oficina o huerta; también soñamos e intentamos tener otras vidas con historias propias y ajenas. Buscamos la belleza inútil, la verdadera, la que sirve para sentirnos inmortales. Dialogamos con otros hombres, en otros tiempos, en otras culturas. La historia de nuestro presente nos quedó corta y buscamos liberarnos en relatos memorables.

Por eso intento escribir esta carta, dirigida a un pensador de lo inútil, a quien la lectura o la escritura no le permiten ocupar su lugar.

Así debe ser la buena literatura: sin verdades definitivas. Para quien se asombra de nuevo con una página, a quien golpea la verdad escrita o se acongoja con la línea única. Como el niño que, frente al espejo de agua, lanza la piedra con breves saltos y se hunde sin aspavientos, dejando ondas de nostalgias en quien sintió ese instante leve y eterno.

Quizás muchos ambicionen pertenecer al jet set literario. Ser el escritor más importante de la cuadra o aparecer en una reseña de un aficionado articulista. Todo eso es válido para quien roba horas a lo útil y asume esta vocación con entereza.  Pero más allá, debe estar la decisión de hacer la siguiente línea mejor, la otra historia más novedosa, dedicar más horas a la página en blanco.  Así de simple debería ser, sin dejarse obnubilar por situaciones extraliterarias. Hay quienes posan, visten y hablan en voz alta, alardean de obras y citas, memorizan líneas y fragmentos. Luego de despojarse de máscaras y trajes, estarán desnudos y libres ante la página o pantalla en blanco.  Solo allí se validarán sus horas, su vida sincera, su masticar lento.  Siempre he pensado que es más importante quien lee, que lo leído.  Es creer en uno, pensar lo distinto, no seguir el camino común, ser sincero con la escritura.

Leí que lo único auténtico es lo autobiográfico, que lo demás es plagio.  No sé qué tendrá de cierto, pero puede ser una iluminación para mirarnos con profundidad, afilar el lápiz y empezar desde lo pequeño, pero constante.


Me faltan más líneas, hacer más catarsis con ustedes, pero quizá así es la literatura: fragmentos, líneas inconclusas que se abandonan para no cerrar el diálogo.

Mi testamento de ilusiones

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Oculté la lágrima para no darte más explicaciones sobre todas esas noches en las que el anhelo de un beso tuyo me hizo quedar tendida sobre mis propias dudas y silencios.

Asumí como una mejor alternativa el que no sepas acerca de mis descubrimientos. Que no te enteres más sobre la loca idea de que un buen día por fin estés ahí, perdido y sin razones, claro y contundente como apareces en mis sueños.

Una fecha de esas en las que coincidan los afanes irreales por ser protagonista de tus letras, por beber momentos coleccionables que dejen de ser broma y se acerquen a la pasión desmedida de los ya femeninos instantes de playa, con música de otras latitudes, como antídoto para el adiós.

En el fondo, la lágrima, que era mi aliada y amiga, supo desde hace mucho tiempo que censuré sus intervenciones en mi vida.  Que aprendí a callar mi sentimiento, salido de toda dimensión, porque era incomprensible para los afectos que aún tramitabas descubrir.

Lloré serenamente como despidiendo el instante que nunca existirá entre nosotros.  El día en el que escritures a mi nombre tus afectos y me permitas nombrar las palabras a las que le huyes por miedo a incorporar en mí la desmesura de lo ilimitado.

Firmé la renuncia y acepté quedarme con mi testamento de ilusiones.  Ese que me permite cantar en la soledad de la mañana  las canciones que me dejan sin fuerza, las que me animan al después, me devuelven la cordura y eliminan la idea esperanzadora del futuro.

Las que nos recuerdan, incluso en esta lejanía, que no tenías que convidarme, porque yo creía en tus palabras, en tus gestos, en tu cuerpo, en tus manos que se acaban, como me lo contó tu amigo.
Releo tus cartas, sin esmerarme en encontrar los detalles que ocultas.

Tendida en soledad, encuentro cada vez las respuestas de tu verdad: la necesidad de imaginar nuevas conversaciones, con besos y abrazos en los que no se imponga la razón, sino la irreverencia y el girar de la ruleta de mi ensoñación.

El día que la llamaron bruja

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Fueron otros tiempos.  Otra época.  Una generación que también la llamó bruja por intentar ser libre, y hablar duro, y opinar que la mujeres no debemos someter las pasiones a los delirios de los machos.

Tenía una estatura natural que le permitió tener siempre una mirada privilegiada; una férrea contextura que la hacía rechazar esas ideas falsas de que no podemos soñar con un futuro sin ataduras.

Intentó conciliar para ella los designios del amor, buscando las razones y una respuesta al silencio que le impusieron los demás.

Entonces le hizo caso a las señales que le palpitaban en su cabeza rubia; y dedicó horas a fumar las tardes para contar a sus clientes las visiones de mundo que se podían publicar, porque quizá, ofrecían una acertada solución a sus problemas.

Sus palabras fueron bálsamo, y otras noches, avivaron el brote del a rebeldía. En ocasiones, desaciertos disfrazados de locuras.

Pero ella siempre tuvo la intención femenina de arraigar el hoy, de garantizar los derechos, de soltar exigencias y promover la búsqueda de la felicidad.

Un día, algunos la llamaron bruja, sin darse cuenta de que su caminar era de diosa.

Se equivocaron quienes no vieron el poder de su energía; la magia volcada de su creatividad; los días en los que vivió radicalmente una vida extraordinaria.


La llamaron así porque no se dieron cuenta de que amó con intensidad, disfrutando ese nombre puro y de seis letras con el que la conocimos, y descubriendo que las horas no le eran suficientes.  Que era mejor perder para avanzar; ser valiente y otra vez valiente para cambiar su destino y el de quienes supimos que una mujer así como ella, jamás podrá llamarse bruja.

Cuando te dejé dormir



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Por: Irina Juliao Rossi

Las noches en que te dejé dormir
me volví sigilosa de tus sueños
contemplé el techo y la pared
jugando a hacer el amor con tu sombra.

Apacigüé los sentidos cerrando los ojos
adormeciendo los oídos
atando las manos para dejar libre el olfato
amilanado de romance sobre tu cuerpo.

Me esparcí entre sábanas
mientras repartías besos vociferados con los labios cerrados

dormidos sobre retazos de tiempo.

domingo, 11 de enero de 2015

Un mundo sin señales



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Me empeño en descubrir qué ves detrás de la hendija que separa nuestras habitaciones.

Soy curiosa, peor aún, caprichosa y sé que cuando encuentre la respuesta trataré de acomodarla a mi antojo.

Entendí que no percibimos igual los acontecimientos, aunque el día a día nos lleve a censurar los pensamientos puros del otro, a creernos dueños de la cotidianidad que compartimos y que ahora desarmaremos para placer de quienes no apostaron por nosotros.

He tratado de encontrar a tu lado, ese punto que nos permita vivir un par de días más, juntos, sin el temor latente del adiós.

Admito que amarro ese sentir a la fuerza oscura de mi voluntad.  Una voluntad tan frágil como tu ausencia, tan sintonizada con mi inconformidad.

Sueño que existirán un par de días en los que descubras al fin mi espontaneidad, mis elecciones, hasta mis incertidumbres.

Unos días extras en los que entiendas, sin que hable sobre la inmediatez del contacto, todo aquello que era necesario antes de asumir esta separación.

Pero tú te concentras en el agujero, porque en el agujero están tus egoísmos y tus falsas prácticas acerca del vano lugar en el que crees, te tienes que arraigar.

En cambio yo, puedo observar por encima de mi fragilidad, compartir la conciencia y superar la trampa.  La trampa de no identificar las señales que eliminaste con tu ausencia, y que lo único que hicieron fue advertirme de tu suicida adiós.

Ahora que estás lejos, te darás cuenta de que en las habitaciones de la vida, yo estaba del otro lado de la puerta.


Que con los ojos del amor pudiste entender el secreto de esa llave que nos hacía entender con certeza, esa idea de que aunque la vida es un juego duro, cada partida puede comenzar de cero si decidimos olvidar los resultados del último duelo y despedir un mundo sin señales.

Idealistic: el abismo de las princesas


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Por: Mary Luz Mojica Pisciotti

Se despierta la princesa y de inmediato llega a sus labios el aroma de una ausencia. Sonríe porque el efecto es abrumador, y le recuerda esa imagen que ella tanto adora. Y quiere repetir ese tímido beso en la mejilla, equivocarse, girar la cabeza y quedarse quieta con sus labios a pocos milímetros de los suyos como una tentación latente, dejar que el instante perdure por eternos segundos y darle al tiempo la oportunidad de escoger el desenlace. Dejar el capricho hacerse sombra y cubrirlos.

Ella cree ser como Cenicienta algunas veces, pero no trabaja en los quehaceres todo el tiempo, ni tampoco su príncipe se quedó con la zapatilla. La busca, aunque no tiene pistas tangibles que le indiquen dónde hallarla. Ambos juegan a esperar algo que no tiene tiempo, el primer paso. Estando descalza es difícil, pero lo intentará. Cruzará el camino fijándose en todas las direcciones.

En ocasiones se siente tan pequeña como Pulgarcita, probablemente demasiado pequeña para él. A veces él parece no verla, ella siente que él no la ve. Otras veces lo siente demasiado alejado, y sin rendirse toma nuevamente fuerzas. Él reacciona y viven en un continuo intercambio de palabras. Su delicadeza hace que sea un blanco demasiado extraño de lograr.

Piensa entonces que tal vez es como la Bella Durmiente, pero a veces no se siente bella y además no duerme mucho últimamente. Ha decidido acostarse tarde mientras su oscuridad se duerme. Quizá Rapunzel. Ella también tiene el cabello largo y se siente aislada, aunque no en una torre, sino en un abismo. Sin embargo, no espera que su príncipe la alcance halando su cabello. Piensa que es tal vez la forma más primitiva del maltrato, sin dejar de ser la más coherente de las actitudes humanas. Generar amor y dolor indistintamente.

A veces se despierta como Blancanieves, en un lugar donde todo es demasiado pequeño y se siente desprotegida, sin nadie a su alrededor porque todos están demasiado ocupados para atenderla, y de repente se da cuenta que ya no piensa a menudo en su lejano amor. Piensa que tal vez lo está olvidando, que él la está olvidando a ella. Entonces se asusta y se aleja corriendo de los enanos.

Un día, incluso llega a sentirse también como Caperucita. Ya no siendo una princesa, solamente una niña vestida de rojo porque el color le gusta y le recuerda su boca. De inmediato esa visión escarlata se desvanece y se le viene a la cabeza la historia de la Bella y la Bestia, aunque luego se confunde y no sabe cuál es su personaje. Entonces piensa en su príncipe y nota que no vale la comparación. Él quizá no le haría daño. Ella no lo dañaría a él. Ambos lo saben.

Hace mucho tiempo, ella se encontró algunos perversos seres que quisieron jugar con su vida y resistió el ataque. Es fuerte. No siempre, pero usualmente lo es. Así aprendió que en una primera cita, es mejor no exponerse demasiado, no para confundir ni para ocultarse a sí misma, sino para dejar que cualquier efecto ulterior tenga un ritmo de desarrollo normal. Es extraño, y aunque de muchas formas también es confuso, no quiere contrariar a su cómplice. Hace mil travesuras antes de hablar de sí misma, se lleva su cabeza llena de nervios y, a pesar de todo, luce tranquila, disfrutando algo que la hace salir de su rutina. 

Conoce la fascinación que solamente genera la belleza y se deja cautivar.

Quizá sea una nueva princesa. Una con desórdenes alimenticios porque se le olvida comer, y también con inclinaciones artísticas porque escribe y canta. Una de esas que aparecen en el libro apropiado y desconocido para enviar mensajes sólo a personajes selectos. Una que teme a la soledad y está sola, que quiere estar con alguien y no sabe cómo, la misma que espera mirando fijamente a su otra parte. Parece que todo se confabula para que las cosas se desarrollen desesperándolos a los dos. Una que ya no sabe qué espera, excepto aquello que sigue aguardando. Imagina entonces que debe ser como Pocahontas, y dejaría de ser un cuento de hadas.


No insiste. No es un cuento. A ella en realidad no le gustan esas historias porque reconoce que no está en una y que son tan irreales como ella las imagina. Ocurre así que anoche, mientras se soñaba invocándolo, su tímida aparición le recordó que una vez fue feliz.

Las ventajas de ser hombre

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Hemos estado tan líquidos, mi querido amigo, que es la primera vez en tantos años que desnudas sin reserva tus pretensiones.

Me sorprende verte crecer, buscar, esperar, como alguna vez lo hice yo. Desconfiar y pensar que éste puede dejar de ser el terreno firme con más caminos para recorrer.

Ambos hemos perseguido la misma respuesta. Eso sí, quiero aclararte que muchas cosas pasan cuando lo que nos separa es una década de ansiedades y negaciones, una década de pensamientos entre hombre y mujer.

Soy de las últimas, por fortuna.  Entonces, he calmado forzosamente esas vagas ideas para revaluar los discursos que me impusieron a punta de malas experiencias. He alterado el estado normal de las cosas adelantándome para ganar una batalla absurda por el control definitivo de todo lo que no me pertenece.

En ti ha sido diferente, quizá más agobiante.  Yo no estuve expuesta a la virtualidad, a los ataques desobligantes que te cargan a la espalda, ni a las miles de teorías novedosas de salvación que has probado, desilusión tras desilusión.

El vínculo que nos une es el pálpito de la verdad, de la libertad, de la tranquilidad para mirar a los demás y saber que les cumplimos.  Las compensaciones de las hablamos en cada encuentro y que tu has contemplado como una protección superior a tus sentidos.

En realidad la tienes.  Eres hombre pero tienes un aire sensible, femenino, que yo le agradezco a la vida.  Eres un alma capaz de solidarizarse con el tiempo perfecto capaz de perdonar.

Entonces.  Para qué quieres saber qué hay al final de camino? si yo he avanzado casi 4 mil días y unas muchas horas de recorrido,  sin hallar la respuesta en el mundo real.

Agradece mejor, tener la ventaja de ser hombre.  Saber que inconscientemente no tienes más dosis de feminidad, pues de lo contrario, sufrirías por pensar menos en el abandono, cuando diste todo lo que otro no valoró.

Agradece no angustiarte por el tiempo siguiente, pues tienes un halo de tranquilidad hormonal que te hace más práctico.

Agradece no padecer el dolor de la mentira armada, solo por preferir los cuerpos de mujeres más cercanas al ideal de armonía estética que nos vendieron a todos.

Piensa en que es una ventaja estar preparado para no esperar nada, sencillamente nada, porque en tu mente masculina solo existe el hoy.

Me sorprende verte crecer, mi querido amigo. Saber que celebras mis vanidades y temores, que lees las ideas que construyo para no destruir más mi mundo, y que estás de acuerdo, muchas veces conmigo y el resto de mujeres.  Nos une la sensación de libertad, un estilo líquido y aterrizado…un hilo que entiende lo que estamos pensando de los demás.

Un aguijón en el pecho

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Por: Federico Acevedo Ramírez

Hace ya algunos años que tengo un aguijón clavado en el pecho. Me lo clavó una mujer.  Algunos me corrigen y dicen que es en la cabeza porque “todo está en la mente”.  Sea como sea, lo cierto es que me amarga la vida.

Cada cigarrillo que fumo es un intento por olvidarla. Miles no han sido suficientes, pero proporcionan tres minutos de arrolladora esperanza.

A veces despierto con el firme propósito de vivir como si no la hubiese conocido, pero a medida que cae el sol voy cayendo de nuevo en el pesimismo.

Hay días que son peores: amanezco oscuro desde que abro los ojos. Avanzo a marchas forzadas. Siento que camino como si me estuvieran halando hacia atrás. Así es muy difícil sonreír. Cada persona que te cruzas en la calle te lo exige. Hay que complacerlos. No siempre puedo.

Los primeros días de cada año me exijo a mí mismo cambiar la situación. Doy todo de mí. Voy con el impulso del nuevo año, los buenos deseos y la firme convicción de cumplir con todos los propósitos. Liberarme de ella será siempre mi propósito.

Hace años que no la veo, pero vive conmigo. Ya ni me acuerdo cómo era mi vida antes de conocerla. ¿Cuáles eran mis sueños? ¿Cómo vivía? ¿Cómo sentía? ¿Cómo pensaba? ¿Qué hacía ella mientras tanto? Siento la tonta necesidad de recrear su infancia, su adolescencia, su juventud, todos sus años antes de que se cruzara en mi camino. Hace poco conocí el colegio donde estudió. Mi imaginación voló. Prefiero imaginarla sola, se me revuelve el estómago cuando pienso que alguien más la toca.
Recuerdo con exactitud todas las fechas: el día en que la conocí, la primera pelea, cuando me dijo “te amo”, el día en que la vi por última vez…me aterra la idea de morir y no volverla a ver. Me paso el día haciendo grandes esfuerzos por recordar los momentos que pasamos juntos. El tiempo ha ido tergiversando la versión de los hechos en mi cabeza.  He ido olvidando sus facciones.

La recuerdo en conjunto, completamente bella, pero olvido los detalles. Es inevitable que los años no hagan estragos en mi memoria, siempre tan infiel. Siento odio, amor, frustración, rabia, rechazo, soledad, todo al mismo tiempo. Es un torbellino de emociones que arrasa con todo el amor propio.

Reconstruyo nuestra historia todos los días, como si la tuviera que recitar. Probé otros cuerpos, ninguno sabe igual. Ya no lo hago más. Es inútil. De cada intento por enamorarme no he obtenido más que soledad.

A veces siento rabia con Dios. A veces siento que Dios es una creencia irracional. Tal vez todo lo que he sentido responda a creencias irracionales. Seguro así es, pero hace daño.

El aguijón inocula su veneno todos los días, sin falta. Unos más que otros, siempre cumple.  Su ponzoña anula la razón, suprime la cordura y me atemoriza con el peor de los finales: la enajenación permanente.


Sin palabras, sin cobardía



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Por Jessica Cruz

Debo prometerme a mí misma que ya no voy a pensarte en la cocina, porque si hay algo peor que la filosofía en el bus, es la filosofía del fogón.  Por lo menos en el bus no se me queman los plátanos.
Haré una lista de lugares para no pensarte porque es evidente que si te imagino por momentos correré un grave riesgo.

Debes saber que nada es parecido al peligro que estoy corriendo al intentar escribir pensando en ti. Vivo cada vez más de excusas que de motivos, y me parece peligroso, bastante peligroso, desnudarme al trascurrir de las letras.  Decirte de manera directa lo que debes descubrir al trascurrir de los besos.

Está perdiendo sentido escribirte.  Pierde cualquier sentido porque vivo en una constante interacción con querer nombrar tantas cosas y no poder hacerlo. Se me olvidan las definiciones y las palabras. Ya no es sencillo descubrir lo que siento, jamás lo he sentido.

Se me escapa la elocuencia y si sigo así olvidaré escribirte. Esto es cada vez más fuerte; tan fuerte que arruina toda sintaxis, toda métrica, toda capacidad de comunicación. Tengo tanto miedo que finalmente tendré que regalarte tarjetas impresas de miscelánea o mensajes prefabricados que puede enviarte cualquier persona que no siente ni la mitad de lo que siento por ti.

Estoy corriendo un grave peligro al escribir esto porque siempre ha sido más fácil escribir de la tristeza que de la alegría y como a casi todos los seres humanos, me resulta una emoción desconocida, casi alienígena ¿Será por eso que no puedo escribir nada?

Soy feliz y estoy plenamente convencida de que las palabras se están ahogando con la cobardía. Si me enamoras es por la historia que provocas. Una que puedo apenas mencionar, una que se inició cuando podía atreverme a tener miedo.

Pasa el tiempo, los años, los centenares de personas que conocemos, las historias que vivimos y que finalmente nos llevan a este lugar. Este es el ahora y con el peso de la madurez inconclusa, de la vida en obra negra,  no siento la presión del tiempo, sino del significado.

Todo se vuelve más complejo pero tú estás a mi lado y puedo entenderte, puedo poco a poco descubrir quién eres; ya no tengo adjetivos para describirte porque estás más allá de cada palabra que conozco. Cada instante contigo carga tras de sí un conjunto de simbolismos, de pensamientos y recuerdos en los que sólo puedo sonreír, no escribir.

Tal vez cometa un grandísimo error al escribirlo, pues se me hace más difícil creer en los momentos perfectos. Así que escojo un momento al azar y será éste, ocupado y distante como siempre, inoportuno.


Leerás este mensaje quizás cuando estés en el autobús, en tu casa planeando la vida, durmiendo o simplemente existiendo y yo no estaré presente.  No es momento para ser cobarde. Ojalá entiendas lo que quiero decirte porque estoy perdiendo el habla. Me encantas y no puedo mencionarlo. Me encantas como la luz a las mariposas.

domingo, 4 de enero de 2015

Brindis para tres

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Estoy segura de que tus ojos frente a mí, vendrían a decirme que necesariamente tuvimos que conocernos para aprender a sobrevivir.

Retomar la historia y replicarla a quienes osadamente nos hablaban, en aquella época, del futuro.

Lo hicimos una vez.  Nos ocupamos insospechadamente de los caprichos y volteamos la página en silencio, como entendiendo que el destino teje su telaraña sobre nuestros egoísmos.

Dejamos de lado la ruta alterna, porque era más fuerte la realidad que nos esperaba.

No sabíamos que tenía que ver con la felicidad.  La que hoy tú resuelves en compañía. La que yo armo a punta de expectativas, de regaños, de condenas, y también de esperanzas y olvidos momentáneos del silencio y la felicidad.

Estoy segura de que tus ojos, y los de Adriana, junto a los míos, podrían girar y gritar en torno a una alegre conversación sobre la vida.

Sobre las veces en las que preferimos ser racionales antes que sensibles; en las que herimos sin tener intenciones aparentes; en las que aprendimos cuando llegaron los mensajes que desciframos, minutos después, en la tragedia de la soledad.

Podríamos los tres, sin miedo alguno, hablar con la libertad del afecto de quien se reconoce sincero y respetuoso, libre de las pequeñas sensaciones que alguna vez ocuparon su agenda.

Y entendería yo, como he venido profesando, que la vida vale la pena con mujeres valientes, capaces de llorar por sus sueños; defensoras de segundas oportunidades y extremadamente hábiles para enamorar con el perdón.

Estaría perfectamente cómoda con una mujer amiga que lleva mi mismo nombre.

La mujer que pudo salvarte de los rigores del abandono; inteligente y con la dulce paciencia para esperar tus dudas y valorar el corazón de quien acepta nuevas oportunidades.


Habría una mesa para tres. Y el brindis sería por una pareja admirable, que nos invita a defender el deseo de cuidar a los nuestros.  Los nuestros…los verdaderamente importantes.

Regalo anticipado de primavera

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¿Acaso yo sabía que los temores podían hacerse realidad y separarme de ti?

Sollocé varias veces y me culpé por exagerar mi racionalidad. Repetí que era mi culpa. Me dejé ganar por tontas imaginaciones y volví a condenar mi forma de sentir.

Yo, que creía que te molestaba mi libertad, supe que precisamente era lo que más esperabas de mí.  Que la mantuviera, incluso para decirte que no cabían entre nosotros algunas restricciones.

Los aires de los primeros días te traen como un regalo de primavera anticipada.  Y yo, que tantas noches imaginé tu odio y lo intercambié por mis imperfecciones, cuando en realidad debí suponer que sabes quién soy, tengo ahora la certeza de que conoces cómo te espero, así pasen los días y aumenten las obligaciones.

Sé que puedo narrarte la nostalgia, hablarte desparpajadamente de los cambios, ceder a tus peticiones de virtualidad y sentirte aquí, a la vuelta de mi realidad.

En tu ausencia, me lo dije una y otra vez, y ahora que apareces de nuevo te anuncio verdades que conocemos los dos, de esas que a ti no te da miedo escuchar.

Tú.  Que sabes sonreír, vivir tu hoy, ir tras los momentos que deben coleccionarse.

Que vibras si me escuchas y celebras mi incompatibilidad con el mundo. Tú que ya te robaste mis incertidumbres hace tanto tiempo, y empacas mis certezas en el día a día, porque no tienes miedo de abordarme.

¿Acaso los dos sabemos que pueden separarnos?


Pueden cambiarnos las horas, pero no el pasado y los vínculos que nos unen. Los dos sabemos que en esa bolsa de acontecimientos, la memoria retiene todos nuestros placeres, y que entre nosotros, el olvido jamás será un sitio para visitar.

Una pregunta plena


plenitud

Por: Laura María Rincón Arteaga

Fuera de su salón de clases y sin decir ninguna palabra, un amigo me hizo ayer la pregunta. Lo observé sintiéndome pequeña, tonta, ingenua. No sabía qué decir o pensar.  Entendía la pregunta pero no la respuesta.

Ayer me ocupé de otras cosas, no me detuve a pensar, no quería hacerlo.  Pero ahora no puedo escapar.  La pregunta se me ha presentado de tantas maneras en la mañana que ya no soy capaz de ignorarla, y aun no sé qué responder a eso.

¿Qué es sentirse plena? ¿Alguien lo ha sido alguna vez? ¿Cómo lo ha logrado? Personalmente, pocas veces en mi vida.  Es una hermosa sensación que no supe cómo logré.  Simplemente ocurrió.  Era feliz con todo, era una con el universo.

¿Es algún estado de perfección inalcanzable? ¿o es algo tan humano como el mismo hecho de respirar? ¿Qué es? La misma palabra suena a maravillas, quién no quisiera ser ejemplo de su significado. Realmente, ¿soy plena?, la respuesta sería no, pero podría serlo, si me lo propusiera.

Aunque también parece difícil, debió preguntarme algo así como ¿cómo llegar a ser pleno? Bueno, nadie es igual a nadie, aunque todos tengamos iguales derechos.  Cada persona es diferente, tiene su propia filosofía, su ideología, su modo de ver las cosas, de sentir.

Ser pleno es algo personal.  Consiste en ser quien eres realmente, en obtener lo que verdaderamente deseas, en sentirte bien con quien eres. Supongo que eso es la plenitud: estar como de verdad deseas estar en cada aspecto de tu vida.

Imagino que debería encontrarme conmigo misma, entender mi corazón y mi cerebro, conocer mis reglas y aplicarlas completamente en mi vida. Mejor aún, vivir sin ellas.

Reconocer cuánto me gusta lo que hago y en qué medida estoy comprometida con ello; recordar las causas por las cuales lo inicié. Incluso, hacer unas visitas de vez en cuando, porque el tiempo no regresa y no sabes si mañana algunas personas seguirán allí, donde están ahora.

Tomar con seriedad muchas cosas, organizar mis prioridades, satisfacer los deseos, necesidades y responsabilidades, como alineando jerárquicamente la pirámide de Maslow.

La plenitud no solo es un estado, es una forma de vida, es una forma de realizarse. Plenitud es sentir que todo marcha bien, tomar los problemas y no angustiarse porque identificas las soluciones alternativas; conocerte y amarte sin ningún prejuicio.


Es algo que todos queremos, pero poco tenemos. Tal vez, un posible camino a la paz.

viernes, 2 de enero de 2015

Recuerdos para los días de tristeza

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Mis pensamientos son como paredes que se desmoronan.

De pronto pienso una cosa y luego es otra.  Recuerdo el día en que una persona muy sabia me dijo: desea poco y sufrirás menos.

Yo le debatí esa frase. Pensaba que la vida sin ilusiones, sin deseos no era nada. Pero estaba equivocaba; ahora entiendo la magnitud de esa frase.

Recuerdo nuestra siguiente conversación. Él era un viejito.  No recuerdo su nombre, pero sí, que era especial para mí.  Lo veía casi todo los días en la playa donde alguna vez fui a descansar y a enterrar mis lágrimas, cuando volví a mi mundo sin ti.

Solía andar por la orilla del mar con mi perrita Cándida, y cuando me cansaba me fijaba que había formado una hilera con nuestros pasos. Me sentaba y observaba cómo las olas venían y se alejaban, llevándose consigo las huellas de la orilla.

Era una manera rara de extrañarte y desahogarme.  Rara, pero real.  Cuando me aburría de estar sentada, me acercaba hacia un bote en busca del hombre solitario y sabio. Lo encontraba sentado en la cuesta que llegaba a la playa, mirando su barca, diciendo que lo había perdido todo en la vida, que ya sólo le quedaba su barquita, y que siempre la estaba mirando porque tenía miedo de que también se le fuera.

Era preciosa. La había hecho cuando llegó a este lugar, cansado de su vida en su tierra.

Recuerdo la conversación del último día. Hablamos de las maldiciones.  Le dije que no creía en ellas, por el contrario, creía en la envidia que podía ser igual o peor que las maldiciones.

Es verdad, las maldiciones no existen, me contestó. No existen, son supersticiones, y una superstición es un temor innecesario. Las únicas maldiciones en la vida son las preocupaciones de las que no conseguimos librarnos.

Cuánto me hizo pensar.  No tuve demasiadas palabras para decirle algo adicional; sólo un ojalá nunca olvide lo que me acaba de decir; ojalá un día pueda ayudar a alguien con las mismas palabras con las que me ayuda siempre.

Esa fue la última vez que lo vi. Nunca más he encontrado un sitio como aquel.

Me estoy haciendo mayor. Lo noto en mis pasos, en mi cara, en mi memoria, en mis recuerdos, y sí, me gusta, la vida ahora.  No es tan confusa, en todo caso soy yo.


Me paro, cuento hasta diez, me calmo y reflexiono, aunque he de admitir que a veces mi mente y mi cuerpo se desploman.

2015 deseos para lloronas

lloronas1

El último día del año es un camino obligado de regreso para todas las lloronas. Un tiempo de balances impuestos, de indicadores automáticos, de recorridos por rutas en las que muchas veces no salimos bien libradas.

Acaso alguien se preocupó verdaderamente por escuchar nuestras ocurrencias, cuando miramos entre la hendija del pasado y explicamos por qué soñamos recurrentemente con esa habitación de la cual no podíamos salir?

Estos días, de listados y promesas, en los que soportamos estoicamente el resultado de esas lágrimas que un día nos permitieron sanar, solo tienen un mensaje para todas ustedes, mis amigas lloronas:
Si fuimos felices o no; si vagamos por la incredulidad; si de pronto nos sentimos malas madres; mujeres aturdidas y sin rumbo; arrastradas por nuestro ego; exigentes e implacables con nosotras mismas; vulneradas por el silencio; dudosas del presente y del día siguiente; mujeres que cambiaron absurdamente el destino de las horas y prolongaron sus desvanecimientos.  Si fuimos felices o no, podemos nacer uso racional de todo lo que nos costó vivir y atraer 2015 nuevas razones en qué creer.
Sentir que estamos vivas; que arrasamos la luz de nuestro espíritu para cuidarlo amorosamente; que buscamos con carácter percibir lo insólito; tener más experiencias y dejar de ser frágiles por los conceptos de los demás.

Para que nada nos distraiga, ni las lágrimas.  Para dejar de llorar y hacer una pausa que sea vital en nuestras artes, sueños, esperanzas, bondades y honores, para armar nuestra única línea de tiempo, sin aterrarnos por el resultado, visibilizando la ingenuidad, la claridad y la recuperación de la conciencia.
Les deseo 2015 nuevas razones para ser felices, sin fragmentaciones, sin engaños, con relatos que combinen nuestros verdaderos deseos.  2015 motivos de sobra para restaurar nuestro sentido gregario y de humanidad, de encuentro, de perspicacia y deseo a la hora de conocer, de ir y volver, de quedarnos o huir, si  así lo deseamos.

Hagamos el balance con menos culpas y más habilidades para adaptarnos a nuestros ciclos; para actuar con coraje y sin fatigas, para recuperar nuestro sendero y saber, instintivamente, cuándo tenemos que dejar de llorar.

Correr por la ruta que nos lleve a la felicidad, a un final del tiempo en el que seamos tejedoras de libertades.

Que atrás queden las mujeres inseguras, peligrosas y reprimidas.

Este tiempo nos trae nuevas sensaciones de libertad, creatividad, de recuperación de la fuerza de vital para entender que no estuvo mal ser frágiles, confusas, apáticas, volubles o dubitativas.

Teníamos derecho, y en el nuevo año, preferimos seguir adelante, decidir y sentirnos vivas, imponiéndonos solo el ritmo de nuestros propios límites.


Feliz año a todas las lloronas de abril.

La próxima cita

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Habrá algo de tensión en sus miradas.  No se deja de repente el miedo y se cruza el océano para encontrarse con las señales del destino, ni se reacomoda el territorio para verificar que esas señales son verdaderas.

Habrá algo de ansiedad en sus cuerpos.  Sin embargo, también identificarán los indicios de que era una historia propia por vivir.

Bajarse del avión será el punto de partida de acontecimientos similares, de búsquedas incomprensibles, sin afanes.

El acercamiento empezó por imágenes que llegaron a sus manos, por comentarios de deseos femeninos, por muestras de querer un mañana con menos soledades. No comparten el mismo idioma ni la misma cultura, pero se afianzan a punta de traducciones fugaces, de fotos en la mañana y en la noche, de narraciones escasas sobre la cotidianidad.

Él, allá en sus rutinas de viajero.  Ella aquí, en sus obligaciones de mamá adelantada a la vida, pero con el ímpetu de la aventura en sus ojos.

Aunque no se han dado la mano ni han hecho visible la red que los une, intuyen por una extraña razón que pasar esa frontera será saber que llegó el momento adecuado.

Preguntas por montones.  Certezas pocas.  Y un afán de asombrarse por lo que represente el otro, son la única condición excepcional.

Proclives a la famosa condición del amor, se verán hoy por primera vez.  Algo les dice que después serán recurrentes, susceptibles de quererse, de repetirse, de armar en compañía sus interrogantes, en el idioma de su mínima experiencia vital.

Que su momento será único y que acertadamente o no, habrá tiempo para el asombro, para definiciones románticas impensables, para un parentesco que les exigirá vigor e importancia.
Ellos, los desconocidos que empiezan a amarse, se pegarán en la primera cita a una súbita abundancia, a destrezas que luego serán experiencia acumulada, sueños por contar y el sentido final de una historia que un día decidió ignorar los riesgos y abrirle la puerta a un desafío de atracción y seducción.


Ella sonreirá como en los últimos días y se abrazará al deseo de armar su próxima cita.

Un sí definitivo al amor


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Desde hace días, tiene en su rostro la señal de que nada puede ser confuso, sobre todo hoy, cuando se levanta para darle el sí.

Atrás quedó el tiempo flojo en el que se desvivía por desanudar el pasado de ese hombre que apareció para quedarse con ella e instalarle nuevas ilusiones que esta vez no van a evaporarse.

Se propuso, sin quererlo, retar el deseo de otras tantas amigas, narrándoles una historia definitiva en la que los protagonistas saben entrar en el único juego que vale la pena jugar.  El juego de tener un horizonte puro y sin frustración, con una inesperada felicidad que las haga sentir plenas, sin sobrecargas.

Le habló una y otra vez, sin afanes, antes de aventurarse a la decisión final. Entendió que podía recorrer la burbuja del amor, sin estallarse, sin tener culpas por las impurezas recurrentes que le dejaron los demás.

Enamorarse dejó de ser par ella un reto incomprensible.  Algunos la calificaron de osada y valiente.  Supo, en las horas previas a su decisión, que no valía la pena preguntarse más por los por qué.
Dejó de merodear. Se conectó con la voluntad de lo indisoluble y se plegó al privilegio, al merecimiento, al logro del amor en los tiempos líquidos.

Hoy, en su día especial, no tiene miedo. Sabe que sólo podrá entrar en esta aparición irrepetible, impostergable, en esta historia propia, una única vez, esta vez.

No quiso perder más tiempo y le dijo que sí. Lo miró, confío, y lo demás le pareció superable.

No pudo estar fuera de su alcance y cuando llegó el indicio, la tomó desprevenida y a la vez, susceptible a esta apuesta por el sí, para no repetirse, para trascender las fechas, simplificar las demostraciones, e inevitablemente, amar.