domingo, 11 de mayo de 2014

Los novios rojos de la abuela



Para todas las cómplices de esta categoría universal...

Aunque vivíamos en un barrio con nombre de árbol gigante, las flores preferidas del antejardín, fueron los novios.  Nunca pasaron desapercibidas por sus notables colores, pero además por esa conexión terrenal que les impedía hablar con la abuela.

En su cabeza de jefe de un cielo sin límite, todos los días recibían calor y vitalidad; consumían sus expectativas; rodeaban sueños; superaban las tristezas del día; respaldaban sus locuras y silenciosamente, admitían ser cómplices de la libertad que promulgó su corazón para la extensión de su legado aquí en la tierra, bajo ese Arrayán de barrio de niños ruidosos.

Respiraban sus principios de vida, su inteligencia para retar lo condenado al olvido, la mágica percepción de fe que revoloteaba en señal de futuro.

Como buena madre y abuela, negociaba sus tristezas con esas plantas diminutas.  Los cambiaba por entusiasmos y halos de vida que le permitieran superar la indiferencia y la locura del resto del mundo.

Aprendió con los novios rojos a ser más solidaria; a respirar antes del abandono; a suplir con suficiencia los silencios que bloquearon el camino y a nadar en medio de lo que parecía ganar la batalla.

Nos explicó al resto de quienes la conocimos, que las mamás saben identificar la caída, el florecimiento, el punto en el que todo se marchita, la complicidad, la fuerza interior, la tierra que no puede abonarse, la temperatura que aniquila…el aire en el que se funda la libertad.

En la raíz de la conciencia de la abuela que hablaba con los novios rojos, está la marca de una generación que hoy nos hace seres maravillosos.  Dejó en Manuelita la resiliencia; en Claudia la disciplina; en Ofelia, la nobleza del desprendimiento; en Judith, la desbordante inteligencia de los seres supremos; en las Adrianas… el aliento de la respiración que puede pausarse antes de la próxima respuesta.

Dejó en todas las amigas y madres, un espacio en el arrayán de la libertad, para que con esperanza, colguemos todos los días las palabras de papeles de colores que le dan sentido a la Humanidad.


En casa, hoy, tengo un novio rojo que tiene la contraseña para no marchitarse…y dos cielos con sol de venados, interminables, astutamente compatibles con mi herencia y retadores de una vida que nos llevará tan lejos como nos proponemos en la mirada eterna de cada amanecer.




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