miércoles, 21 de enero de 2015

Bajo la lluvia

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Por: Mary Luz Mojica Pisciotti

La lluvia atrapa mi atención. Danzando en una armonía perfecta de acordes y movimientos extraños, me ha cautivado desde siempre con su debilidad y fortaleza.

Las gotas de agua juegan a pasar de un estado a otro. Me gusta ver cómo se detienen en el vidrio y cómo algunas empiezan a resbalar. Me da una sensación de frío cuando me concentro en ellas.

Lucen demasiado naturales, comprensivas hasta cierto punto. Cuando la superficie está demasiado empapada, deciden arriesgarse y huir. Escapan de eso que eran. Se transforman. Como tú, como yo, como todos, como todo. Todo el tiempo.

Por un tiempo dejé de creer en tus mensajes silenciosos, en esos secretos que a voces y palabras enviabas para mí. Perdí la convicción de encontrarme contigo en la salida de la desdicha, así que cambié mi ruta hacia el portal de la esperanza y como una gota, me detuve a esperar. Te esperaba. Pero nada ocurrió.

El sol podría acabarme y entonces me moví a la puerta del olvido. Allí, a veces asomas tu cabeza y tus tobillos en una danza ridícula de dolor y alegrías fingidas. Eres un buen actor y eso seguimos siendo en medio de todo. Sigues siendo ineludible, inevitable, inestimable. Sigues culpándome por tu pena y ahorrándole la explicación a tu conciencia. Somos ajenos a las explicaciones, y eso es válido así prefieras negarlo.

Me estoy quedando sola. Desaparecida en medio de un desierto lleno de gente. El vacío no está en medio, ni en el borde, está jugando en la rareza del todo, en medio de esa nada que no existe y que insurgente resucita los latidos de una despedida.


La canción dejará huella y también cerrará su testimonio con una nota agraciada. Tal vez el concierto de tus labios se apague antes de llegar a los míos, y ese último amigo de nuestra dicha silenciosa, sabrá matar el encantamiento en ambas direcciones. Lo disfrutarás más. No te angusties, falta poco.

Carta a un pensador de lo inútil

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Por: Carlos Fernando Gutiérrrez T.

Así es escribir: un azar. Es intentar certezas con retazos de letras que se juntan para no ser sílabas muertas.

Quizá lance estas primeras líneas por ser las más difíciles para iniciar la aventura de escribir. Las siguientes continuarán ese ritmo lento de quien teclea buscando una boya en medio de un pensar  delirante.

Así debe ser la literatura: buscar lo incierto. Las demás personas persiguen certezas que les aseguren el porvenir.  Desean una pose definitiva que los sitúe en su lugar.  Adquieren un gesto que los reconozca. Ubican un sitio oportuno en el autobús del mundo.

Pero quienes estamos atrapados entre personajes, en historias e imágenes, no conocemos una estancia tranquila y definitiva, una taza caliente en noches de montaña. Quizá es la condena de quienes buscamos las huellas del tiempo en los libros, dialogamos con personajes inmortales o nos asombramos con páginas memorables; será la soledad.

Otros presumen de seguros oficios: médico, abogado, policía, conductor. Basta aprenderlo una vez y ya. Obtuvieron su tiquete definitivo. Pero decir: Mucho gusto, soy poeta, cuentista o novelista, seguro hará desconfiar a la mujer que tenemos al frente o sonreír al doctor que nos dará el empleo.  Así de simple será. Esta es la sensatez de esta vida de libros y seres de papel: la inutilidad.

La mayoría de personas se levantan todos los días y ejercen oficios útiles.  Recogen  basura, atienden animales enfermos, pintan uñas, conducen un bus urbano. Pero unos cuantos, además de estar frente a cuarenta y siete muchachos desencantados de estudiar o teclear cientos de páginas para un informe o soportar la sucesión de números de un profesor aburrido o trabajar en una oficina o huerta; también soñamos e intentamos tener otras vidas con historias propias y ajenas. Buscamos la belleza inútil, la verdadera, la que sirve para sentirnos inmortales. Dialogamos con otros hombres, en otros tiempos, en otras culturas. La historia de nuestro presente nos quedó corta y buscamos liberarnos en relatos memorables.

Por eso intento escribir esta carta, dirigida a un pensador de lo inútil, a quien la lectura o la escritura no le permiten ocupar su lugar.

Así debe ser la buena literatura: sin verdades definitivas. Para quien se asombra de nuevo con una página, a quien golpea la verdad escrita o se acongoja con la línea única. Como el niño que, frente al espejo de agua, lanza la piedra con breves saltos y se hunde sin aspavientos, dejando ondas de nostalgias en quien sintió ese instante leve y eterno.

Quizás muchos ambicionen pertenecer al jet set literario. Ser el escritor más importante de la cuadra o aparecer en una reseña de un aficionado articulista. Todo eso es válido para quien roba horas a lo útil y asume esta vocación con entereza.  Pero más allá, debe estar la decisión de hacer la siguiente línea mejor, la otra historia más novedosa, dedicar más horas a la página en blanco.  Así de simple debería ser, sin dejarse obnubilar por situaciones extraliterarias. Hay quienes posan, visten y hablan en voz alta, alardean de obras y citas, memorizan líneas y fragmentos. Luego de despojarse de máscaras y trajes, estarán desnudos y libres ante la página o pantalla en blanco.  Solo allí se validarán sus horas, su vida sincera, su masticar lento.  Siempre he pensado que es más importante quien lee, que lo leído.  Es creer en uno, pensar lo distinto, no seguir el camino común, ser sincero con la escritura.

Leí que lo único auténtico es lo autobiográfico, que lo demás es plagio.  No sé qué tendrá de cierto, pero puede ser una iluminación para mirarnos con profundidad, afilar el lápiz y empezar desde lo pequeño, pero constante.


Me faltan más líneas, hacer más catarsis con ustedes, pero quizá así es la literatura: fragmentos, líneas inconclusas que se abandonan para no cerrar el diálogo.

Mi testamento de ilusiones

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Oculté la lágrima para no darte más explicaciones sobre todas esas noches en las que el anhelo de un beso tuyo me hizo quedar tendida sobre mis propias dudas y silencios.

Asumí como una mejor alternativa el que no sepas acerca de mis descubrimientos. Que no te enteres más sobre la loca idea de que un buen día por fin estés ahí, perdido y sin razones, claro y contundente como apareces en mis sueños.

Una fecha de esas en las que coincidan los afanes irreales por ser protagonista de tus letras, por beber momentos coleccionables que dejen de ser broma y se acerquen a la pasión desmedida de los ya femeninos instantes de playa, con música de otras latitudes, como antídoto para el adiós.

En el fondo, la lágrima, que era mi aliada y amiga, supo desde hace mucho tiempo que censuré sus intervenciones en mi vida.  Que aprendí a callar mi sentimiento, salido de toda dimensión, porque era incomprensible para los afectos que aún tramitabas descubrir.

Lloré serenamente como despidiendo el instante que nunca existirá entre nosotros.  El día en el que escritures a mi nombre tus afectos y me permitas nombrar las palabras a las que le huyes por miedo a incorporar en mí la desmesura de lo ilimitado.

Firmé la renuncia y acepté quedarme con mi testamento de ilusiones.  Ese que me permite cantar en la soledad de la mañana  las canciones que me dejan sin fuerza, las que me animan al después, me devuelven la cordura y eliminan la idea esperanzadora del futuro.

Las que nos recuerdan, incluso en esta lejanía, que no tenías que convidarme, porque yo creía en tus palabras, en tus gestos, en tu cuerpo, en tus manos que se acaban, como me lo contó tu amigo.
Releo tus cartas, sin esmerarme en encontrar los detalles que ocultas.

Tendida en soledad, encuentro cada vez las respuestas de tu verdad: la necesidad de imaginar nuevas conversaciones, con besos y abrazos en los que no se imponga la razón, sino la irreverencia y el girar de la ruleta de mi ensoñación.

El día que la llamaron bruja

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Fueron otros tiempos.  Otra época.  Una generación que también la llamó bruja por intentar ser libre, y hablar duro, y opinar que la mujeres no debemos someter las pasiones a los delirios de los machos.

Tenía una estatura natural que le permitió tener siempre una mirada privilegiada; una férrea contextura que la hacía rechazar esas ideas falsas de que no podemos soñar con un futuro sin ataduras.

Intentó conciliar para ella los designios del amor, buscando las razones y una respuesta al silencio que le impusieron los demás.

Entonces le hizo caso a las señales que le palpitaban en su cabeza rubia; y dedicó horas a fumar las tardes para contar a sus clientes las visiones de mundo que se podían publicar, porque quizá, ofrecían una acertada solución a sus problemas.

Sus palabras fueron bálsamo, y otras noches, avivaron el brote del a rebeldía. En ocasiones, desaciertos disfrazados de locuras.

Pero ella siempre tuvo la intención femenina de arraigar el hoy, de garantizar los derechos, de soltar exigencias y promover la búsqueda de la felicidad.

Un día, algunos la llamaron bruja, sin darse cuenta de que su caminar era de diosa.

Se equivocaron quienes no vieron el poder de su energía; la magia volcada de su creatividad; los días en los que vivió radicalmente una vida extraordinaria.


La llamaron así porque no se dieron cuenta de que amó con intensidad, disfrutando ese nombre puro y de seis letras con el que la conocimos, y descubriendo que las horas no le eran suficientes.  Que era mejor perder para avanzar; ser valiente y otra vez valiente para cambiar su destino y el de quienes supimos que una mujer así como ella, jamás podrá llamarse bruja.

Cuando te dejé dormir



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Por: Irina Juliao Rossi

Las noches en que te dejé dormir
me volví sigilosa de tus sueños
contemplé el techo y la pared
jugando a hacer el amor con tu sombra.

Apacigüé los sentidos cerrando los ojos
adormeciendo los oídos
atando las manos para dejar libre el olfato
amilanado de romance sobre tu cuerpo.

Me esparcí entre sábanas
mientras repartías besos vociferados con los labios cerrados

dormidos sobre retazos de tiempo.

domingo, 11 de enero de 2015

Un mundo sin señales



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Me empeño en descubrir qué ves detrás de la hendija que separa nuestras habitaciones.

Soy curiosa, peor aún, caprichosa y sé que cuando encuentre la respuesta trataré de acomodarla a mi antojo.

Entendí que no percibimos igual los acontecimientos, aunque el día a día nos lleve a censurar los pensamientos puros del otro, a creernos dueños de la cotidianidad que compartimos y que ahora desarmaremos para placer de quienes no apostaron por nosotros.

He tratado de encontrar a tu lado, ese punto que nos permita vivir un par de días más, juntos, sin el temor latente del adiós.

Admito que amarro ese sentir a la fuerza oscura de mi voluntad.  Una voluntad tan frágil como tu ausencia, tan sintonizada con mi inconformidad.

Sueño que existirán un par de días en los que descubras al fin mi espontaneidad, mis elecciones, hasta mis incertidumbres.

Unos días extras en los que entiendas, sin que hable sobre la inmediatez del contacto, todo aquello que era necesario antes de asumir esta separación.

Pero tú te concentras en el agujero, porque en el agujero están tus egoísmos y tus falsas prácticas acerca del vano lugar en el que crees, te tienes que arraigar.

En cambio yo, puedo observar por encima de mi fragilidad, compartir la conciencia y superar la trampa.  La trampa de no identificar las señales que eliminaste con tu ausencia, y que lo único que hicieron fue advertirme de tu suicida adiós.

Ahora que estás lejos, te darás cuenta de que en las habitaciones de la vida, yo estaba del otro lado de la puerta.


Que con los ojos del amor pudiste entender el secreto de esa llave que nos hacía entender con certeza, esa idea de que aunque la vida es un juego duro, cada partida puede comenzar de cero si decidimos olvidar los resultados del último duelo y despedir un mundo sin señales.

Idealistic: el abismo de las princesas


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Por: Mary Luz Mojica Pisciotti

Se despierta la princesa y de inmediato llega a sus labios el aroma de una ausencia. Sonríe porque el efecto es abrumador, y le recuerda esa imagen que ella tanto adora. Y quiere repetir ese tímido beso en la mejilla, equivocarse, girar la cabeza y quedarse quieta con sus labios a pocos milímetros de los suyos como una tentación latente, dejar que el instante perdure por eternos segundos y darle al tiempo la oportunidad de escoger el desenlace. Dejar el capricho hacerse sombra y cubrirlos.

Ella cree ser como Cenicienta algunas veces, pero no trabaja en los quehaceres todo el tiempo, ni tampoco su príncipe se quedó con la zapatilla. La busca, aunque no tiene pistas tangibles que le indiquen dónde hallarla. Ambos juegan a esperar algo que no tiene tiempo, el primer paso. Estando descalza es difícil, pero lo intentará. Cruzará el camino fijándose en todas las direcciones.

En ocasiones se siente tan pequeña como Pulgarcita, probablemente demasiado pequeña para él. A veces él parece no verla, ella siente que él no la ve. Otras veces lo siente demasiado alejado, y sin rendirse toma nuevamente fuerzas. Él reacciona y viven en un continuo intercambio de palabras. Su delicadeza hace que sea un blanco demasiado extraño de lograr.

Piensa entonces que tal vez es como la Bella Durmiente, pero a veces no se siente bella y además no duerme mucho últimamente. Ha decidido acostarse tarde mientras su oscuridad se duerme. Quizá Rapunzel. Ella también tiene el cabello largo y se siente aislada, aunque no en una torre, sino en un abismo. Sin embargo, no espera que su príncipe la alcance halando su cabello. Piensa que es tal vez la forma más primitiva del maltrato, sin dejar de ser la más coherente de las actitudes humanas. Generar amor y dolor indistintamente.

A veces se despierta como Blancanieves, en un lugar donde todo es demasiado pequeño y se siente desprotegida, sin nadie a su alrededor porque todos están demasiado ocupados para atenderla, y de repente se da cuenta que ya no piensa a menudo en su lejano amor. Piensa que tal vez lo está olvidando, que él la está olvidando a ella. Entonces se asusta y se aleja corriendo de los enanos.

Un día, incluso llega a sentirse también como Caperucita. Ya no siendo una princesa, solamente una niña vestida de rojo porque el color le gusta y le recuerda su boca. De inmediato esa visión escarlata se desvanece y se le viene a la cabeza la historia de la Bella y la Bestia, aunque luego se confunde y no sabe cuál es su personaje. Entonces piensa en su príncipe y nota que no vale la comparación. Él quizá no le haría daño. Ella no lo dañaría a él. Ambos lo saben.

Hace mucho tiempo, ella se encontró algunos perversos seres que quisieron jugar con su vida y resistió el ataque. Es fuerte. No siempre, pero usualmente lo es. Así aprendió que en una primera cita, es mejor no exponerse demasiado, no para confundir ni para ocultarse a sí misma, sino para dejar que cualquier efecto ulterior tenga un ritmo de desarrollo normal. Es extraño, y aunque de muchas formas también es confuso, no quiere contrariar a su cómplice. Hace mil travesuras antes de hablar de sí misma, se lleva su cabeza llena de nervios y, a pesar de todo, luce tranquila, disfrutando algo que la hace salir de su rutina. 

Conoce la fascinación que solamente genera la belleza y se deja cautivar.

Quizá sea una nueva princesa. Una con desórdenes alimenticios porque se le olvida comer, y también con inclinaciones artísticas porque escribe y canta. Una de esas que aparecen en el libro apropiado y desconocido para enviar mensajes sólo a personajes selectos. Una que teme a la soledad y está sola, que quiere estar con alguien y no sabe cómo, la misma que espera mirando fijamente a su otra parte. Parece que todo se confabula para que las cosas se desarrollen desesperándolos a los dos. Una que ya no sabe qué espera, excepto aquello que sigue aguardando. Imagina entonces que debe ser como Pocahontas, y dejaría de ser un cuento de hadas.


No insiste. No es un cuento. A ella en realidad no le gustan esas historias porque reconoce que no está en una y que son tan irreales como ella las imagina. Ocurre así que anoche, mientras se soñaba invocándolo, su tímida aparición le recordó que una vez fue feliz.