Para ellos, que abrieron antes la puerta del cielo
Es justo el aliento caliente de la
madrugada lo que nos permite sobrevivir a los desalmados ataques de la
indiferencia, para darnos la somera respuesta que deben asumir dos personas
marcadas con el mismo inicio y arrojadas al vacío con diferente predicado.
Es el peso de los años que nos
conduce a contemplar con calma la desidia; a negociar con sus violentos
desmanes, la visión de vida y de muerte que heredamos por afecto social.
La respuesta viaja con nosotros. Es la certeza de las equivocaciones, y a la
vez, el hilo que nos arrebata el vibrante desafío del deber ser, alejándonos de
las sombras oscuras del egoísmo, impuestas como si no tuviéramos derecho a
elegir con el pálpito de la belleza.
Están equivocados y tenemos que
hacerlo público. Naufragaron en sus
desdichas y aun no saben que el poder ensordecedor de la verdad indaga para el
futuro, las respuestas de la sabiduría.
Ella está para quitarte el velo y
conjurar el absurdo en el encuentro vital de las 31 almas que se reconocen en el
nivel omnipresente que cuestiona estos minutos, porque hace mucho tiempo
habitaron la misma invención indiscreta.
Te habla para quitarte la máscara de
dolor que quieren imponerte en la hoguera de los poderosos.
La luz de los ausentes corre como tu
rutina. Te obliga a habitar el nuevo
mundo, más allá de la muerte y mucho más cerca de la solidaridad que reclamas y
que pueden conocer las almas puras.
Es cierto, tenemos la receta. La llevábamos en un bus, de regreso al naufragio
de los cuerpos. Ella ascendió porque les
quitó el dolor del futuro y los acompañó al repentino viaje de la felicidad.
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