jueves, 31 de julio de 2014

El color de la plenitud


"El que no tenga Dios, que tenga supersticiones...mientras haya flores amarillas nada malo puede ocurrirme. Para estar seguro necesito tener flores amarillas".  GGM*


Me subiré una vez más a tu carro, atando mis manos para no provocarte sobresaltos.

Callaré los míos para dar una tregua habitable por una mujer más sensata.  

La que espera la luz, inconscientemente; la que ruega un día caluroso, con cierre de los cigarrillos que guardas en la cajita de metal que un día espero desocupar a punta de carcajadas que reemplacen los vicios, las ansiedades, que pasen a la media luna escondida en algún rincón del escritorio público.

Cuando te vea de nuevo seré menos mesurada.  Te besaré cuando la necesidad se me venga a la piel, y no guardaré palabras.  Las justificaciones vendrán así, como en letreros que leerás sin resquebrajar tu pausada madurez.

Me subiré una vez más al carro, atando mis recuerdos a la condición futura que teje para mis bondades una reputación menos caprichosa, pero más explosiva, aventurera, gigante, desmedida, incorregible, incontrolada.

Cuando las dueñas del psicoanálisis digan que nunca me he enamorado, yo solo responderé que probablemente haré justicia con tu imaginario de carnaval, contando la verdadera historia de la manilla que marqué y pedí para ti, como si fueras el único ser disponible para encajar en mis debilidades, en el color de la plenitud.

* Foto: Laura Castaño Giraldo.


Ser o parecer

               

Primeras letras de quien puede hacer universal su sentir, y apenas inicia su ruta para visibilizar lo que para los demás sigue siendo tan normal.



Camila es una excelente diseñadora. Siempre ha tenido un gusto exquisito. Hace poco terminó su carrera en diseño y está dedicada a hacer repostería, arte que aprendió por sus propios medios. No solo cocina muy bien sino que decora excelente. En estos días quiso abrir una cuenta en Instagram para publicitar sus pasteles y, oh sorpresa, no sabía cómo llamarla. Haciendo uso de todas sus habilidades creativas, empezó a hacer la lista de posibles nombres. Había pensado en muchas opciones muy curiosas y que llamarían la atención.

Pero había un detalle. ¿Cuál es el público objetivo de ese tipo de repostería? Por la calidad de sus ingredientes y su producción artística, los pasteles están dirigidos a personas con un poder adquisitivo alto. Mejor dicho, no tienen un pelo de baratos. No quedó más remedio que romper la lista y tirarla a la basura. A continuación, se puso en la tarea de buscar nombres en otro idioma. Empezó por su segunda lengua: el inglés. La lista fue prominente, se imaginó a sí misma en el curubito de la repostería mundial. Pero se acordó que era el francés el que llevaba las banderas de la elegancia y lo sofisticado. En Colombia idolatramos lo europeo —sobre todo lo francés—, así no entendamos su idioma, ni su historia, ni su cultura. La mayoría tan solo tenemos la típica foto con la torre Eiffel detrás.

Con sometido estoicismo,  Camila tuvo que romper la lista en inglés y tirarla a la basura. Con ayuda de un diccionario Francés-Español escogió un nombre. Los pasteles de Camila evocan la catedral de Notre-Dame, La Ópera Garnier , el museo de Louvre, la música de Edith Piaf, la Sorbonne, los Campos Elíseos y demás maravillas parisinas. La verdad es que la repostería de Camila no tiene mucho de francesa, pero todos sabemos que lo importante no es ser sino parecer. Lo postizo y lo superficial está por encima de lo genuino.

Esa es la realidad de la sociedad contemporánea y a Camila no le quedó más remedio que acomodarse. Como nos toca acomodarnos a todos. Por eso esperamos ir a hacer un posgrado en el exterior. Así sepamos que allá no sea necesariamente mejor que acá. Pero mostrar un diploma extranjero en una entrevista de trabajo parece ser muy encantador. El culto por lo extranjero es evidente en los colombianos, no hemos logrado, todavía, deshacernos del famoso complejo de Bochica. 

“Comportarse genuinamente no es cosa fácil, a juzgar por la cantidad de personas fascinadas por las apariencias”, decía Carlos E. Climent, psiquiatra y docente universidad del Valle.

martes, 29 de julio de 2014

Siempre es lunes



Nos escribe porque la afectó el cruce de la primavera, el paso de los grados y la sensación de que aquí y ahora puede ser más valioso que "después".


Consensar burdamente la maraña de conceptos que están en la cabeza y hacer uso del maravilloso invento.

Escribir, como el arma más contundente contra uno mismo.  Escribir, como sano ejercicio de exorcismo de las ideas, de los sentimientos y de las frustraciones.  Compartir cavilaciones diarias, temores y  alegrías, de forma elocuente y certera.

Hablar de un trabajo tranquilo, por ejemplo. De ese pequeño espacio que comparto con un par de docenas de seres humanos, absortos en sus quehaceres, disímiles, novedosos.   Frío y sin color, más que el que nuestra humanidad pueda darle cada día, eso sí, tranquilo.  Lejano al absurdo ritmo el que impone el mundo. 

Darme el valioso lujo de perder el tiempo. Compartirlo con los hijos, la pareja, la familia…uno mismo con uno mismo, con sus gustos y necesidades, en este paso infinitamente corto del cual no vamos a tener otra oportunidad.

Mientras menos entiendo, más puedo ser feliz.  Desde niña pensé que si hacía todo lo que la gente decía que hacían los adultos: estudiar, trabajar, casarse o tener hijos, sería muy feliz. 

Un día me di cuenta de que ya lo había hecho todo, pero no lograba ser feliz.  Pensé entonces que la vida no podría ser aquello.  La felicidad no es un estado constante, sino pequeños impulsos que dan energía para seguir.

Para qué ir tan rápido si todo regresa, todo se repite.  
Como diría Melquiades: “Siempre es lunes”.   



domingo, 27 de julio de 2014

El moretón de la dualidad



Nos escribes solo para respirar en la pausa de una culpa que no te pertenece.  Abandónala.  Ya superaste las ausencias y las mareas del destino. Ahora tienes la suerte de tener tus propias respuestas y curar el moretón de esa dualidad.


Estoy herida.  Olvidé en una noche de eterno calor,  lo visionaria,  innovadora, inspiradora, inteligente y sabía que puedo llegar a ser.

El aroma a culpa desvaneció innumerables sueños.  El torbellino de la decepción rondó mi territorio.  Solo clamó el deseo de guardar un sentimiento impotente ante la frialdad y la mirada de un ser totalmente extraño.
 
Mi único deseo fue abandonar el karma que me atormentó y alivió  los dolores de mis crías, esos que la medicina aún no logra entender.

Mi gran apuro: ver el amanecer para que afloren nuevos pensamientos y esfuerzos…continuar con esa fuerza salvaje que ningún particular debió atravesar.

La bicicleta de los recuerdos felices


Nos escribe una loba que amará aún más el presente, porque en adelante no se perderá en fallidos intentos.  Envolvió la incertidumbre en una botella que navegará bien adentro de los miedos que ya se llevó.  



Esto es el presente. Tal vez el verano, el maravilloso ventarrón que cruza los árboles y entra por la ventana y que parece devolvernos las posibilidades.  A lo mejor los poderosos rayos del sol imponente de julio que se erige sobre el más puro azul del cielo…tal vez nada, tal vez todo. 

Hoy fuimos sólo hoy.  Trascender las preguntas y la incertidumbre para vivir y disfrutar.

Lo hicimos en una comodidad tan natural.  Tasamos en la justa medida, las palabras que sin pensar se desbordan. 

“Entonces este es el presente” dijiste con la más linda sonrisa que he visto en mi vida, así de simple, así de real: este es el presente, el mismo del que no pienso volver a salir. Me he instalado en él y él te recibiré cuando quieras visitarme, cuando quieras encontrarme.

Aquí he descubierto la magia de un día.  Aquí me asombro y disfruto los detalles que me rodean.  Tengo además un espacio enorme que puedo compartir contigo, en el que habita la bicicleta de mis recuerdos felices, sin que quiera ya subir en ella.

Está parqueada junto al estante donde he puesto mis planes, proyectos y sueños, muy a la vista, para que no se me olvide que sólo dependen de lo que hago hoy.


Infinitamente feliz fue mi hoy, nuestro hoy … sólo eso basta.

sábado, 26 de julio de 2014

Realidad despeinada



Esta loba se llama Simona.  Los demás creen que necesita despeinarse, pero no saben que en su piel resbalan los estereotipos que la van llevando por una ruta en la que sus mejores armas son las sonrisas y las letras. Ya eso es suficiente.



Yo diría que el amor es entregarse plenamente, dejar a un lado aquellos estereotipos de ser físicamente lindos, armónicos, atléticos o fitness; las exigencias que nos impone día a día  la sociedad que alcanza una supuesta felicidad.

A pesar de los muchos sermones que reciba por pertenecer al selecto club de los bellos, y mis esfuerzos en vano por sumergirme en alguna de estas locas tendencias, mi corazón alberga la satisfacción de poder compartir mi vida con alguien que vive mis sueños y anhelos como propios; alguien a quien le puedo confiar mis secretos, mis dudas, mis preocupaciones; que me acompaña en todo momento…alguien con quien me entiendo tan bien en todos los aspectos.

Eso incluye también  la intimidad; ahí donde a él poco o nada le importa qué tan gorda despelucada, desarreglada o desmaquillada esté.  A la hora de hacer el amor, la lujuria es dueña de su cuerpo y sus emociones, y las sábanas que envuelven nuestras pasiones son testigos de los besos que se desbordan intensamente.  Podría decir que falta cuero para que las caricias sigan la ruta erótica que las conduce al clímax, aunque no es necesario entrar en detalles,  pues solo quien ha vivido un sexo loco impregnado de amor sincero  puede entender el impacto de semejante suceso.

No desconozco la importancia de ser “bella” por salud o bienestar, pero amo el hecho de que me amen, por sobre todos las cosas y sobre todas las situaciones.

Para mí el amor es más que una apariencia, más que un físico, más que un estándar impuesto.  Mi idea del amor es y seguirá siendo aquella de entregarse sin reparos de más o de menos… pues solo el amor me brinda la verdadera felicidad.

viernes, 25 de julio de 2014

De la vida contemplativa



En calma, nos escribe por primera vez un lobo que desafía la velocidad del mundo moderno, para invitarnos a pensar por qué con pausas vemos en los ojos de los demás, un antídoto para la media humana que se traga su manada, en un tercio de vida 
que da vueltas sobre el mismo lugar.  


David Alberto Campos Vargas, MD*

A mi amada esposa.

Sí, a mucha gente de hoy en día le hace falta algo de contemplación. Algo de asombro, en el sentido que Aristóteles le daba a la palabra: asombro ante la belleza del Cosmos, asombro ante la vida misma y sus manifestaciones, asombro ante lo evidente y lo que no lo es tanto (como esa Causa de las causas que fascinaba al estagirita, ese Motor Inmóvil detrás de cada realidad del Universo). 

Esta pobre gente corre y ni se da cuenta que se le pasa la vida en eso, en afanes, en actividad poco fecunda. Pocas veces se detiene a ver una puesta de sol y a filosofar. ¡Y hace tanta falta algo de pensamiento! Esta gente, la que sólo piensa en amasar capital y en adquirir poder sobre otras personas, está sentenciada al pantano mismo de la vida meramente material. Por eso es tan torpe a la hora de imaginar siquiera algo que no tenga corporeidad o que no se pueda vender o comprar. Por eso sufre y sólo se acuerda de Dios en las últimas, cuando ya su cuerpo (al que le rindió culto antaño) se acerca a la putrefacción y a la extinción misma.

En vez de pensar y disfrutar de la calma, de lo bello del mundo, de lo que en verdad vale la pena en la vida, esta monetarizada gente que no sabe de la vida contemplativa está pensando en hacer dinero o en gastarlo, en cómo adquirir poder para adquirir más dinero (y en cómo gastar dinero en esa loca carrera hacia el poder). Es decir, está sumida en la propia contradicción existencial, y en la infelicidad. No disfruta. Calcula. No ama, sólo se empareja, y la mayoría de las veces de manera casual, sin valorar la dignidad de la otra persona, ni la lealtad a ella.

La contemplación es bella en sí misma, porque nos acerca a la belleza. Hoy, cuando disfruto de un día festivo acompañado de buenos libros, de mi amorosa Ana Ximena, de mi perro fiel, encuentro que no es en la azarosa y vertiginosa vida de los que sólo buscan hacer y gastar dinero donde la felicidad reside. No. La felicidad no tiene que ver con autos de lujo, ni con bacanales, ni con ropa fina, ni con costosas joyas. Tampoco se encuentra en una enorme hacienda, ni en una mansión. La felicidad no está en las posesiones. Por eso es imposible poseerla. Sólo se nos da, se nos dona, en días hermosos como éste. Y, si estamos atentos, podemos aceptar ese don tan precioso.

 Llueve. He parado de leer y ahora escribo, felizmente. De vez en cuando, miro a través de la ventana y observo la belleza de la vida que está detrás de todo: el niño que juega, las gotas que acarician el pavimento, el cielo gris y solemne, el descanso que da la conciencia limpia. Y pienso en la misma serenidad de la que hablo alguna vez Heidegger, el filósofo que amaba la campiña. ¡Con razón amaba esa vida de campo, ese contacto con la tierra, con la naturaleza! Y pienso en San Francisco de Asís. ¡Qué hombre tan lúcido!, ¡tan sabio!

En esta época la gente está obsesionada con tomar unas variables y predecir el resultado; procede científicamente hasta a la hora de enamorarse (y, obviamente, arruina hasta el mejor momento); no es capaz de valorar un poema porque no quiere dar lugar a sesgos de apreciación o subjetividad; hace rato que ha perdido contacto con su esencia y hasta menosprecia el cultivo de la espiritualidad o la vida interior, porque cree que es simple pensamiento mágico o arcaico. ¡Cómo si no pudiera ver lo arcaico de la vida destinada a trabajar sin disfrutar, a consumir sin producir algo bueno para la Humanidad!

Insisto. Es buena la vida de contemplación. Al menos por un instante. Pienso qué hermoso sería invitar esta tarde, a mi casa, a un hombre de negocios. Sacarlo de sus múltiples ocupaciones. De sus preocupaciones, aunque sea por un instante. Enseñarle que la gente no vale por lo que tenga puesto encima, ni por el monto de su cuenta bancaria. Decirle (aunque prudentemente, para no escandalizarlo) que mucha gente valiosa ni siquiera tiene una cuenta en un banco.

O invitar a un científico, de esos neopositivistas que quieren medir hasta la felicidad (no podrán jamás, pero hacen vehementemente su intento, y por eso los admiro un poco: por su tesón, por su perseverancia, aunque luchen una batalla que tienen perdida de antemano); escucharlo atentamente, aprender de él. Sí, se aprende mucho de esa gente. Al menos en lo referente al mundo físico. Y a cambio enseñarle, o al menos susurrarle lo que algún día podrá liberarlo de esa vida tan pesada, tan estéril: que el trabajo investigativo es muy limitado si le huye a la reflexión y no se pregunta por el sentido de los resultados que encuentra.

El pensar contemplativo es el pensar humano por excelencia, el pensar filosófico, pues indaga por el sentido de las cosas, por las consecuencias, por el para qué; no se queda con la apariencia, busca la esencia de las cosas; no se contenta con llegar a unos resultados, está siempre preguntándose por la significación (las significaciones) y el sentido de los mismos.

Cada uno, a su manera, intenta justificarse y hacerse “necesario”. Pero no me convence el pensar calculador y materialista de quien sólo piensa en lo que puede tocar con sus manos. Me parece que no se justifica, y que no es radicalmente necesario. Gracias a él se han dado las guerras, los imperialismos, los colonialismos, las revoluciones sangrientas y los atentados contra la Ecología, y contra la Vida misma.

Por eso me gusta leer Historia. Aprendo. Comprendo. Pienso. Gracias a ella entiendo que el hombre monetarizado avanza en la técnica pero retrocede en virtud, y que prosigue su dominio (brutal y desarraigador, desconsiderado) sobre la Tierra. Ese hombre materialista, destinado al fracaso (aunque él mismo crea, para consolarse en su infelicidad, que obtiene el éxito), cree que por gritar más fuerte o por exhibir sus títulos es mejor que los otros. Se ufana de su (relativo, relativísimo…en realidad, insignificante) poder. Monopoliza. Me río para mis adentros, porque sé que monopoliza, y habla mucho, y es muy fotografiado, y es “poderoso”…pero no convence.

Y, al final, así como todos los ególatras caen y mueren, ese mismo sujeto henchido de narcisismo no será más que polvo. Y ni siquiera dejará un buen recuerdo. La Historia, en realidad, menosprecia al hombre egoísta. Lo escupe, se burla de él. En cambio, hace justicia. Así como el Tiempo (de hecho, el Tiempo y la Historia son buenos amigos). De la megalomanía no quedan sino las ruinas. Y, muchas veces ni siquiera eso.

Creo que, en realidad, es injustificable una forma de pensar que nos ha conducido como especie a la robotización y automatización de casi todos los procesos vitales, que nos ha deshumanizado y que, en el mediano plazo, pone en claro riesgo nuestra supervivencia, no sólo por un eventual cataclismo atómico, sino por el severo daño ecológico que produce. Y, en ese orden de ideas, no puede ser ni bueno ni necesario algo tan dañino.

La vida contemplativa es uno de los antídotos ante tanta premura, ante tanta estupidez. Filosofar, agradecer a Dios, meditar reflexivamente es claramente justificable (puesto que permite al hombre reflexionar sobre sí mismo, sobre sus propósitos, sobre sus actitudes, sobre el para qué de lo que hace), bueno y necesario (dado que, en este mundo automatizado, brutalmente tecnificado, apresurado e irreflexivo, en el que la técnica amenaza con arrasar con la Vida misma, se requiere esa sensatez, ese buen juicio que da la reflexión). Se requiere de un pensar reflexivo para que la especie no sucumba, al menos tan pronto. Se necesita. 

La contemplación, esa serenidad alegre y pacífica, nos ayuda a evitar la deshumanización y el actuar atolondrado e irreflexivo propios de nuestra época. Nos abre los ojos, nos dice que el camino de la técnica deshumanizada no es el único, ni mucho menos el más deseable. Dicha serenidad no implica una negación, un odio al progreso técnico. Por el contrario, implica el uso de todas las cosas que nos brinda el avance técnico siempre y cuando ese uso esté encaminado al bienestar del hombre.

La vida contemplativa acepta que las cosas (que tanto buscan atesorar y acaparar los monetarizados) nos facilitan la vida, pero que jamás deben convertirse en las rectoras de nuestra vida. Usamos las cosas, pero no las necesitamos para ser plenos existencialmente. Podemos darles una utilidad, pero nunca hacernos sus esclavos. La contemplación es la actitud del justo medio: no está en contra del progreso técnico, pero tampoco le rinde culto.

Uno de los errores de nuestra época es la dicotomía. Mucha gente vive haciendo divisiones, viendo opuestos donde ni siquiera existen. Por eso vive en guerra, en estado de azoramiento permanente, en insatisfacción. Por eso, no se trata de creer que el mundo técnico es un enemigo. Al contrario, tenemos que estar abiertos a él, aprender de él, usufructuarlo en la medida en que aumente nuestro bienestar existencial. En dicha apertura conviene saber que el camino correcto está en interactuar con las cosas, en conocerlas, pero evitando caer en su servidumbre.

Intuyo que esa pobre gente que  vive tan deprisa, en una loca carrera contra el tiempo, buscando ser cada vez más “competitiva y eficiente”, necesita mucho amor. Y ese amor podrá traerles la cura a esa vida inútil destinada solamente a producir y consumir dinero. Ese amor, reflexivo y fértil, contemplativo, es la vacuna para ese existir infeliz y enfermo.

La vida de contemplación permite ese arraigo tranquilizador, ese “hogar” que permite la reflexión, la serenidad por la que abogaba Heidegger. En la premura y la superficialidad (el culto a la apariencia física y al tener cosas materiales) de esta época, en vez de asentarnos y proyectarnos hacia el pensamiento fecundo, hacia lo que de verdad vale la pena, corremos cada vez más riesgo de empantanarnos en un torbellino de desarraigo, en una sensación de no-pertenencia a nada, en el anonimato y la soledad (pese a vivir cada vez más atiborrados con otros seres humanos).

Me gustaría despedirme con otro breve pensamiento. Debemos fomentar en los demás su autonomía (ante tanto bombardeo mediático que incita a continuar por el camino de la premura y a olvidar el de el amor y la reflexión), su sentido de lo humano. La autonomía los hará independientes, personas que no se dejen llevar por la corriente (así se mantendrán centrados, aún cuando la mayoría ya “no pueda vivir” sin el dinero). El sentido de lo humano les permitirá apreciar lo bello de la reflexión, de la actitud contemplativa que se deleita en el pensamiento, de las funciones más sublimes del espíritu humano (que jamás podrán ser igualadas por las máquinas).

Serenidad, en este mundo ágil y vertiginoso, muchas veces irreflexivo y apresurado, con tan poca autocrítica, es lo que hace falta. A nuestra época le sobran afán y billetes. Le vendría bien más contemplación.

*Médico Psiquiatra, Historiador, Escritor, Estudiante de Filosofía

sábado, 12 de julio de 2014

Un camino de verbos para replantear




Para una loba que puede mirar las aguas claras; 
lanzarse con la certeza de salir a flote.

Cuando llegó al tope y cargó todo sobre sus hombros, camufló las palabras porque quiso replantear su camino.

Creyó que finalmente la vida era un juego donde los disfraces y las falsas expectativas son el pan de cada día. 

Antes de entrar al trance, desdibujó la creación en milésimas de segundos y se atrevió a mirar más allá de esa supuesta estabilidad mental y emocional.

El trance y el camuflaje…uno después del otro. Confusión, desasosiego y hasta una dimensión desconocida.  Quiso abandonar,  extraviar el camino labrado en el recorrido de esa creación superficial.

Como fiel compañera, su esencia la rescató.  Le pidió a gritos que sacara las garras, sin nada de metáforas, en blanco y negro para volver a empezar. Entendió que la vida no es borrón y cuenta nueva; hay cosas que siempre se quedan y no pueden opacarse.

Con una demanda de nuevas convicciones, le trajo aliados. Seres de luz que le recuerdan con palabras o silencios, desconcertantes pero significativos, que aún si cae habrá salida, porque en este momento de verdad tiene la fuerza justa para replantear el camino.



viernes, 11 de julio de 2014

Alicia y la mano invisible



A que no te dejas ganar de la ansiedad y aquietar tu mente.  Saltar al vacío y asumir el nuevo paradigma. 

Hablar con propiedad de la mano invisible, descifrar los códigos que siempre nos han pertenecido, con la sensación oportuna de asumir con fe lo que viene de adentro; la esencia.

Estás preparada para el nuevo camino.  Puedes dar el siguiente paso.  Anotar en la lista de pendientes el visto bueno de tus descubrimientos, ahora que ya te hallaste y sabes que es esa capacidad de relacionarte la que te conduce a una verdadera experiencia con la intimidad.

Olvida el miedo. 

Reta los tonos brillantes que cuestionarte tener. 

Persigue la estrella de este camino exótico. 

Sigue el conejo y sobrevive al vértigo.

Gánale.  Tu sabes qué hay detrás de la montaña.


En adelante, el fantasma del baúl será un absurdo.  Estás en libertad de gozar tu nuevo tiempo, de conquistar dragones y renunciar a tu vieja identidad.  

Es solo eso...mi premonición de felicidad y encuentro con Alicia.  

miércoles, 9 de julio de 2014

La escritura es lo desconocido



Para odry, una chiquilla que habita un patrimonio del 
que quiere hablar con la lengua de todos.  Adelante.  escucha la voz de Marguerite Duras:

 “Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez. Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena. Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos”.



SAGRADO CORAZÓN


El calendario marcaba el noveno mes del año, eran las dos de la mañana, cuando ella, mi madre, se acercó a mi cama a despertarme; su cara revelaba una inmensa angustia que se conjugaba  con una preocupación latente… sus labios modularon un susurro desconcertante que simplemente expresaba: – ¡Hija!, Debo salir, por favor cuida a la abuela.-

Me acerqué al cuarto de mi abuela, ni ella, ni yo, entendíamos porque siendo apenas la 1:56 a.m. mi mamá debía salir de la casa; en ese momento la confusión se apoderó de nosotras, que en medio de la oscura noche, quedamos perplejas y envueltas en nervios.

El reto era cuidar a mi abuela, una delgada mujer de 70 años; tierna, cariñosa y amable, colmada de una inmensa bondad que la hacía merecedora al título de buena gente y humanitaria ante las vecinas de la cuadra y un ejemplo a seguir para sus compañeras del grupo de tercera edad al que no asistía desde hacía siete meses. Mi abuela, a quien siempre llame abue, últimamente al lado de una pipeta de oxigeno compartía los ires y venires de una enfermedad que atroz y paulatinamente fue desdibujando la valentía, esperanza y coraje de quien siempre se mostró fuerte, firme y capaz de superar cualquier circunstancia.

¿Qué habrá pasado?, ¿Por qué se fue Martha? Le preguntaba insistentemente mi abuela al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que reposaba en las blancas paredes de su cuarto, ese mismo cuadro que junto a mi mamá eran testigos de las constantes luchas que día y noche mi abuela libraba contra un cáncer,  culpable en su delicado y frágil cuerpo de un profundo malestar, dolor y sufrimiento. Mientras tanto en el afán de reconfortar a mi abue, se me ocurrió solamente acariciar su cabello, que por aquellos días no lucía tan radiante como antes y pasar mis manos con delicadeza por su espalda, al tiempo que me preguntaba, ¿Qué está pasando?

Pareciera que todo se hubiese detenido y que el tiempo se confabulara con el inclemente silencio que inundaba toda nuestra casa, interrumpido únicamente por el eco incesante del tic-tac del antiguo reloj de péndulo de la sala; que lenta, muy lentamente marcó las 3:00 a.m.,  y mucho después las 4:00 a.m. Quizás eran las 4:15 de la mañana cuando el silencio fue una vez más entrecortado, pero esta vez por el leve toque que hicieron a la puerta, toque que cargaba consigo la incertidumbre, inseguridad y desasosiego que vienen inmersos con el palpito y presentimiento de que no hay buenas noticias.

La corazonada resultó ser cierta, al abrirle la puerta a mi mamá, era más claro que las noticias no eran  buenas, su rostro sin expresión alguna me dijo, nuevamente, en un susurro: - ¡Martín se mató, no le vayas a decir a la abuela!

Martín , el menor de los tres hijos de mi abue, el niño de la casa,  tenía 34 años; alto, moreno y buen mozo, sería la descripción apropiada para él, quien había sido internado desde hacía  dos días en una clínica de reposo por una depresión que lo agobiaba debido al delicado estado de salud de mi abue.

Con una instrucción aparentemente clara, mi mamá tan confundida como yo, simplemente me dice que me vaya a dormir. ¿Cómo me pide mi mamá que duerma? Refunfuñaba yo por dentro, era imposible conciliar el sueño, con el sabor amargo de que Martín, mi tío, se había suicidado y que debía mantener al margen a mi abuela de semejante noticia.

Con el amanecer de un nuevo día, Martha sale nuevamente dándole como excusa a mi abue de que una cita médica la esperaba y que probablemente se demoraría. Como no demorarse si las torturosas diligencias que debía hacer mi mamá no eran fáciles. Entre tanto, yo quedé, una vez más al cuidado de mi abue, y con la orden de no decirle nada de lo que estaba sucediendo. Fue una larga mañana, mi abue, preocupada por el estado de salud de Martha y también por el de Martín que estaba en la clínica, al lado de su pipeta de oxigeno enfrentaba esa mañana una dura batalla contra su enfermedad, al compás del toque desesperado de los vecinos  de la cuadra que se habían enterado ya de lo sucedido y muy apresurados querían saber más detalles que ni yo conocía.

A eso de la 1 tarde mi madre volvió a la casa,  triste, afligida y acongojada. Había finalizado sus diligencias; la velación, la misa y el sepelio ya habían sido programados, podría decirse que todo estaba listo y que muchos acompañarían el féretro de Martín hasta su tumba.

Mi abue, inocente, pregunta: - ¿Cómo le fue Martha?, ¿Qué le dijo el médico?, mi mamá solamente dice: -Bien, gracias a Dios.

Un poco más tranquila por la respuesta de Martha, mi abue, pregunta por Martín, ¿Cómo seguirá el niño?, Martha responde tranquilamente: -Yo llamé esta mañana a la clínica y me dijeron que estaba mejor-.
Luego de esto, aquella mujer de 70 años, se dirige a su cuarto, se sienta en su cama y una vez más como muchas tantas dirige su mirada al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, expresándole su total agradecimiento por todos los favores concedidos, por un nuevo día de vida y le pide con fervor sabiduría, protección y salud,  para sus hijos y su nieta, rogándole también porque las cosas terminen de salir muy bien para todos, y por último diciendo Amén. Mi abue se recuesta en su cama y cayendo en un profundo sueño se deja ir… Ya lejos de aquí, logra entrever muy a la distancia a Martín, ella feliz de verlo, le da un beso, beso que Martín compensa diciendo: -¡Gracias por venir a acompañarme!, extrañaba mucho la magia de tu sonrisa y la paz de tu abrazo- A lo que mi abue responde: -¡Te amo mi muchacho!-

martes, 8 de julio de 2014

La historia no se borra



Hoy he comprendido con más razón que sentimientos, que esta vida no puede ser un juego.  Que hay que volcarse a lo importante, porque el jugador más fuerte del equipo ronda y ronda el arco; bombea y bombea la cancha entera, antes de las jugadas memorables.

Que los retratos de la perfección saben a carcajadas liberadas en tu carro para conjurar dolores; a las certezas de la gente alegre; a la dosis perfecta de cortisona con olor a esencia de chicle.

Que es en las pérdidas donde nos volvemos amigos de los verdaderos ojos del llanto, antes de pasar la página y refugiarnos en la bondad de las almas cercanas.  Que la inmortalidad se palpa en los abrazos espontáneos de quienes creen en las acciones éticas, y aparecen de repente en el piso 18 cuando el mundo celebra la inconsciencia, solo para recordarte que tienes un par, lejos de la miseria. 

Que la idea curiosa de repasar titulares e imaginar otros, es un ejercicio de contemplación, porque la complicidad está en las torpes intensidades de almas que irremediablemente volarán a tus ojos, porque te pertenecen.

Que no hay humillación pues todo se compensa; las ilusiones no se apagan, solo se nutren de nuevos beneficiarios.

Que no puedes estar derrotado jamás si caminas por la línea blanca del placer respetuoso.  Que nadie puede burlarse si los une camino de vistosas mariposas.  Que no existe la derrota si adentro palpita la transparencia de las acciones, incluso si habitas  un sillón prestado en las escaleras que conducen a la soledad del poder.

Que tus armas más dignas son impenetrables.  Que escuchas voces de aliento, femeninas, conscientes, invencibles.

Que después del desenfreno está la acertada renuncia, porque el regalo llegará un día, disfrazado de tonos y frases del cono sur, capaces que descubrir tus sueños mojados y ponerlo en metáforas, a pesar de que solo queden pocos días. 

Que dará miedo pensar en ese espejo de vida, pero que los caminantes aparecerán como recompensa, como acto de fe, como buena suerte, como compensación individual, no de patria, de vida, de muerte, de juego…

Tus leyes se imponen en medio de la algarabía colectiva, del recibimiento de los héroes, de los falsos regaños, de los correctivos de los egos, con órdenes a distancia.

Hoy he comprendido con más razón que sentimiento, que la historia no se borra…que nada te arrebata la esencia, que las oportunidades llegan con generosidad, porque aún no hemos perdido el anhelado partido del cariño.

Que el marcador estruendoso es solo una oportunidad para continuar siendo.  Que nada te borra de tajo el día 28, que puede ser un siglo, si adentro florecen los audios de primera mañana para las amigas; la encendida de la vela morada en el baño; el buenos días a distancia, con ojos cerrados, con editada de letras para no perturbarle el sueño de escritor.


Eso es lo que habría que decirles a las chicas que esperan el rescate, para sacarles media sonrisa, o por lo menos, una mueca de sonrisa: que la historia no se borra, que puedes soñar sin límites, que puedes nombrarlo, imaginarlo, amarlo, esperarlo, sin que nadie lo prohíba, porque son tus momentos de verdad infinita.

sábado, 5 de julio de 2014

La estela que reduce el tiempo



Ahora entiendo que no debo tenerle miedo a algunas palabras.  Voy a pronunciártelas de cerca sin evaluar con anticipos mis culpas. Tendré que gozarme más tus debilidades y gruñidos; los días en los que nos has querido verme; los minutos en los que puedo ser tu diosa.

Ya me di cuenta que la vida puede no ser tan larga. Que puede reducir el tiempo para colorear mandalas, para revisar textos, para guardar piedritas y símbolos de viaje en la cajita de momentos coleccionables.

Veo que no importan las estaciones de la fragilidad.  Te atravesaste porque eres necesario, porque un día sostendrás la sombrilla de mi realidad y sólo te reirás de mis manías para reafirmarme esas nociones de loca fantasiosa.

Ya lo sé. No hay tiempo.  La muerte se puso tacones.  En la puerta de un ascensor se acomodó a nuestra misma estatura y esperó a que los números descendieran hasta el piso del adiós.

Vino a susurrarnos que aún hay interminables muestras de afecto, códigos de fidelidad por descifrar, portarretratos que esperan postales para exhibirlas con complicidad. 


Yo no quiero civilidad ni explicación acertada de absurdas premoniciones.  Me quedo con una libreta de apuntes de 365 nuevas razones que me ayuden a descifrar la estela de luz que acompaña tu bondad.