viernes, 26 de diciembre de 2014

La resistencia

amor



Por: Tatiana Cardona López


Aunque temió abrirla, no pudo dejarla entreabierta. La resistencia perdió la batalla y no tuvo opción sino dejarla pasar de par en par.

Temió modificar su estructura, tan cómoda y segura. Comenzó, sin darse cuenta, a remodelarla.
Sintió, vibró, soñó, suspiró de nuevo, pero todo en pasado.

La sensatez – intrusa, inoportuna, malvenida – se instaló en su lista de prioridades y la dejó de nuevo, como a muchas mujeres, despojada de toda esperanza, de toda posibilidad, de todo porvenir.

Para qué tantas palabras, para qué tantos proyectos, para qué tantas preguntas si en el momento menos esperado y de la forma menos indicada decide renunciar, y renuncia.

El camino no ha dejado de ser.  Tiene ahora nueva ruta, otra textura, olores diferentes, aunque el sentimiento se esconda en lo más profundo de la razón y pretenda desaparecer sumergido entre las paredes de lo correcto.

No deja de ser, no de repente.

Podrá desvanecerse lentamente, perder su fuerza paso a paso, cuando todo lo que los mantenía vivos se muestre ausente.

Y cuando deje de existir, cerrará, esta vez con fuerza y determinación, la posibilidad que nunca antes debió abrir.

La esquina del adiós


esquina

¿Y qué tal si nos volvemos a encontrar en la misma esquina?

Volvería a sorprenderme por el frío de tu afán, tus músculos destapados expuestos a las bajas temperaturas, pero sobre todo, por esa espesa barba que me impedía descifrar lo que decías aceleradamente.

Los demás, tan concentrados en lo inmediato.  Digamos mejor, ocupados de la insignificancia.
Margarita, tu hermana, tan festiva como siempre, a pesar del afán de la temporada y el tránsito desaforado de gente.

Fue tan rápido todo, tan desconocido, que a lo mejor, si hubiéramos sabido de tu ausencia, la pausa habría sido la adecuada, la necesaria, la definitiva.

Ahora tenemos la certeza de que también en la esquina del adiós, los seres humanos nos dejamos sofocar por el paso exagerado del tiempo y cuando echamos un vistazo al lugar que habitamos es demasiado tarde para volver.

Cuando te desaparecieron, también yo albergué la insípida esperanza de un nuevo abrazo. Nutrí, como las mujeres de tu vida, esa sensación de esperar lo imposible en un país que cultiva la felicidad sobre el fango de la guerra.

Otra vez vi a tu Margarita, despachándose en sonrisas a pesar de todo su dolor.  La admiré por caminar sin descanso tras tus pistas, bombeando fe y optimismo en una tierra desconocida.

Sin mucho que hacer, en la distancia me solidaricé con tu fría soledad.  Sumé conjeturas y oraciones; leí de otros casos que anunciaron tragedias, y recreé varias veces nuestro paso fugaz por la esquina en la que nos conocimos.

Me pregunté una y mil veces, quién tiene el coraje de destruir el futuro y dormir una siesta, como si nada, armando un nuevo rompecabezas en el que solo se advierten lágrimas despiadadas, cortantes, insalvables, destructoras.

Entre tanto, se acabó la espera.  La esquina ya no sabe de nosotros.  No entiende que pasamos en un acto de inconciencia, abandonando múltiples posibilidades de encuentros, de verdad, de anuncios de felicidad.

Nos obligaron a reemplazar esa esquina por un espacio de cuatro paredes. 4 puntas en las que nos dieron a cambio de la tristeza una flor de alambre; tus músculos hecho polvo y la permanencia del recuerdo de tus respiraciones y tu energía vital.

4 puntas que guardan tus visiones de mundo. 4 mensajes para recordar que es hora de quemar el círculo irremediable del dolor, para que el giro de la muerte se convierta el color y vida.

Vuela, Kemel, a la esquina de tu libertad.  Por fortuna, aquí quedan las mujeres que te aman, reescribiendo la historia para incrustarla en tus nuevos ojos.

Kaddish

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KADDISH
Para Kemel Arteaga
 
“…I’ll see him soon,
But now I’ve got to cut through
To talk to you,
As I didn’t when you had a mouth…”
Kaddish. -Allen Ginsberg-
 
 
Entonces pongo una canción
Y me doy cuenta de que se trata de un juego de bafles,
No de una boca divina que canta letanías
En el amarillento mediodía de mi apartamento en Manizales.
 
Me imagino los recuerdos,
Esos que negué para nosotros durante diez años,
Hechizándolos con mi danza del orgullo
Y mis principios de lodazal endurecido.
 
Eras arcilla caliente
Y siempre te observé desde mi palacio de miedos.
 
Te suponía sin preguntar
Y te evitaba en la calles como si te debiera dinero o una explicación.
 
Abogué por tu raza mientras
Enterraba un cuchillo de palo en tu corazón de herrero,
Cantaba tus himnos a la vez que
Maldecía tu celebración de la vida.
 
No conocerte es irreparable,
Pero no recordarte es imperdonable.
 
Tu cabello negro brillante,
Tu pasión por la mecánica convertida en artesanía,
La cicatriz en tu estómago,
Tu risa estridente,
Tus ojos miel flotando en un mar teñido de rojo,
Tu oscura adolescencia,
Tu terquedad,
Tu modo de caminar.
 
Tu hijo te conserva mucho más vivo
De lo que logrará juzgado alguno,
Tu partida es ese final macabro que no se comenta
Cuando hablan del árbol,
Aquel que jamás su tronco endereza.
 
Lo que nunca entendieron
Es que tu alegría era una enredadera de flores pequeñas y vistosas,
De esas que recortan con fusil y expediente
Por ser cultivo sin impuesto.
 
Tu figura se conjura en la puerta sin hacerse vieja.
 
Café y cigarrillo y la distancia en tu cabeza.
 
Lo heredaste de tu familia gitana:
El escozor de la estadía,
Lo insoportable de la permanencia.
 
FEDERICO AC.
29.12.2KX


Soplo de lunares


parejas-audaces

Hago la pausa sobre las visiones de mi cuerpo.  Las que me devuelves con la marca de mi asombro y el reconocimiento de lo que creía perdido.

Me permito un respiro de aventura y me quedo con la imagen de un abrazo largo y suspendido, sin afanes.

Apareciste como un soplo de domingo, con una invitación para refutar la nostalgia y proponer un tiempo extraño de sensaciones que espero plegar a tus recuerdos.

Intentaré sugerirte nuevos placeres, solo con la excusa de un encuentro fallido, para que me ayudes a explorar el interior de mis verdaderas turbulencias.

Te mojaré una y otra vez en el arranque de cada cercanía y haré una invitación íntima y cerrada a mis límites, para narrarte más que cerca, cómo es que se ve desde la hendija de los sueños ocultos.

Me recrearé en el espejo de las renuncias a los miedos, para añadir en mi lista de pendientes una marca de libertad que vaya un paso adelante de tu protocolario silencio.

Me dejaré seducir por tus velocidades y ahí, bajo el calor de la novedad, te narraré cómo es que haces que me encuentre conmigo misma para saber que es pleno, que me pertenece y que llegó para liberar la carga de la incredulidad.

Voy a gozar que me quites la venda, de a poco, sin que te asustes, esperando que en ese ejercicio privado de pasiones, te quedes a escuchar el nuevo susurro y te acerques para ver a qué sabe la marca de lunares que brilla en el cruce de las pieles sudorosas color gris.

Abrazar el silencio

El-silencio-de-los-corderos


Despertamos juntos.  Despertamos de nuevo juntos. Me venció mi poder infinito de desgarrarme en equívocos, de acomodar el dolor a una nueva condición que como mujer, solo yo conozco y entiendo: la manía de pensar lo impensable.

Me olvidé del sueño de la mañana, que también era tan irrisorio como tu ausencia, tan capaz de añadirle bondades a tu novedosa debilidad.

Esto de ser una buena chica, hace que nos imaginemos tristemente en ires y venires; en condiciones culposas evaporadas sin querer.

Así como llegan, pesadas de la nada, se ríen de lo que en últimas todas aspiramos tener,  y me dicen salvajemente al oído que no es el tiempo de los merecimientos, que aún no llegan los días contigo.
Mientras te espero, hay noches en las que nos gana la soledad.  Se burla insistentemente de las condiciones que me dejo imponer y me reta a rechazarte, a admitir que aún no estoy preparada para recibirte.

Me frustro, claro. Literalmente, me cambio de posición. Y solo puedo decir en sueños que bombeo sentimientos para revivirte de esa extraña sombra que a veces quiero recuperar, absorber, armar de nuevo y  traer a mi red, aunque no me pertenezcas.

Uso el recurso de género.  Hablo por cualquier vía con quienes día tras día se hacen la misma pregunta.  Algunas se han hecho fuertes; otras han renunciado a su caprichoso proceder.

Se cansaron de dormir sin despertar, de tener que mirar por la hendija y acomodarse a la partida; de ser menos y tener que empujar la vida; de ser más y tener que cargar con las miserias de la indecisión;  de jugar a ser pacientes y tener buenas posturas, cuando en realidad solo quieren locuras, nuevos planes, desafíos de un soplo que sin explicaciones, motivar movimientos que acaso den que hablar.

Aman y gritan querer opciones que las alejen de la soledad del cuidado de los suyos y las adentren en el mundo vetado del placer.

Dormimos juntos.  Amanecimos juntos.  Te he visto pocas veces y ahogas mis imaginarios apareciéndote enrollado, ligero de equipaje, cuando te observo tras el círculo pequeño de la pasión que reprimo.

Tú del otro lado de la habitación.  Yo en esta, la misma a la que te invité, la misma en la que pospones el regreso, porque no has entendido que no te necesito, que solo avivas mis ganas antes de que yo cierre los ojos.

Que podrías ir y volver sin preocupaciones porque ya estoy preparada para abrazar tu silencio.

Una historia sin muros



aero


Me levanté tan apresurada, porque algo me decía que debía verte.  Dormía el sin afán del domingo, el sueño de la libertad y la holgura por la evaporación de las responsabilidades.

Creo que siempre, del otro lado, hay señales que van y vienen para decirte cómo es que hay que potenciar las pasiones, moverse con convicción; como tú mismo me dijiste: viviendo una vida que no tenga paredes.

Claro que me sorprende tu energía.  La vitalidad y la fe en el futuro, las ganas de sonreír y pensar que hasta lo imposible puede llegar a nuestras manos.

Pensé en cómo devoraste los secretos de tu personaje favorito para encontrarle una nueva faceta, para erradicar los miedos y aprender de su similitud.  Supe que a eso se le llama pasión y que tus pestañas la desbordan.

Despertar de ese marasmo que nos impide creer en nosotros mismos, imaginarnos dueños de un tiempo y un espacio que es tan ajeno a nuestras propias convicciones.

Me levanté para que tus ojos me lo recordaran.

Fuiste mi soplo de vitalidad.  Mi recuerdo mágico de que todo es posible, de que si lo persigues con afecto, lo logras, lo alcanzas, porque te pertenece.

Tu no sabes de categorías.  Eres pausado y medido porque crees con fe.  Te maravillas con la disciplina de los demás, y aprendes, aprendes a moverte a pesar de los tropiezos, y me muestras, me muestras cuál es el camino de una historia sin muros.

Retazos


corazón roto

Por: Luisa Rojas

Estamos llenos de posibilidades, de sueños hechos y desechos, de besos reprimidos, de amores imposibles, de recuerdos con sabor a nostalgia, de rompecabezas incompletos, de miedos latentes.

Somos un cúmulo de sin fin de sentimientos encontrados y no resueltos. Esa sonrisa que murió antes de nacer en nuestros labios.  Ese beso que jamás dimos y ese ´te quiero´ que nos quemó el alma pero que nunca dijimos.

Somos promesas incumplidas y esa vida que imaginamos junto a alguien que decidió partir, que ya no está.  Somos las lágrimas de quien herimos y  las que rodaron por nuestras mejillas en nombre de quien nos hirió. Somos lo que soñamos y lo que hacemos realidad. Somos la determinación de andar, de vivir.

Estamos hechos de pedazos rotos, de retazos. Venimos completos y nos desarmamos en el camino;  nos damos, nos entregamos por partes y cuando quedamos incompletos volvemos a crearnos con los trozos del pasado, de la experiencia, de quienes nos dieron todo y se fueron vacíos, de personas inciertas, de lo que ayer fue amor y hoy es olvido.

Somos una pieza imperfecta, abstracta, confusa. Lo somos todo sin serlo nada; todo al darnos completos y nada al quedar vacíos.

El tiempo perfecto de la soledad


soledad

Si me lo preguntas, claro que puedo esperarte. Tomarme sola el jugo de naranja y entender los compromisos que tienes en la mañana.

Brindar sin compañía por la satisfacción de alargar un poco más la estadía en la cama, pensando en que algún día podrás reemplazar mi soledad.

Esperar a que seas tú el que no tenga afanes, ni delirios. Ser tan comprensiva para entender que debo acomodar el tiempo de las oportunidades, a tus tiempos, a esos tiempos en los que probablemente no soy yo la que figura en primer lugar.

Me he acostumbrado a ver las señales, a soñarlas y a disfrazarlas de conveniencias. Esquiva, he aceptado tus excusas de medio día, las que planteas como retrasos del trabajo, cuando realmente tienes pánico de que nos descubran.

He tenido que dejar de pasar rabias.  Consumirme sola porque no puedo gritar a los demás que busco un cúmulo de minutos de mujer caprichosa, y que realmente he detestado tus frágiles posturas, que a la larga, resumen mi estado vulnerable y segundón.

Te he visto planear viajes sin mí.  Me he quedado esperando a que un día de repente me sorprendas, y sea yo la que tenga que decidir entre quedarme o marchar, siempre con la prioridad por marchar para ser tu compañía.

Nunca he entendido tus descordinadas palabras de afecto.  No las digo yo, y creería que tampoco necesitarías decirlas, si acaso solo quieres que pasemos un tiempo corto, descomprimido, desconectado y sin después.

En el fondo, tal vez todos probamos el mismo picante de la soledad.  La diferencia es que yo lo lleno con pasiones que me permiten desaprobarte.  Añorarte sin más pretensiones que las de conocer mi propio cuerpo.  Odiarte temporalmente y vincularte sin remedio a nuevos tiempos.  Saber que vas y vienes.  Que por alguna exclusividad que te gusta, aún no me dices adiós.

Lo que no sabes es que el tiempo perfecto de la soledad, duerme y se levanta conmigo como un aliado natural.  Se vuelve sólido sin ti, mientras yo dejo de preocuparme por una carrera social en la que tengo que mostrar un trofeo.  Ya avancé con más placer que culpa y  me llené de verdaderos motivos para hacer de tu compañía una opción evaporada.


Si me lo preguntas, claro que puedo responderte. Crees que te necesito, pero en el tiempo de la soledad, YO MUJER, soy perfecta para mí.  No te has dado cuenta que no hay brindis, ni despertares, ni viajes por planear. Que soy la misma loca que te mira y aún no te has dado cuenta de que no existes en mi tiempo cómplice y perfecto de la soledad.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Pigmalión



Carolina Rodríguez Mayo


Muchas veces las manos a su obra allega, tanteando ellas si sea
cuerpo o aquello marfil, y todavía que marfil es no confiesa. 
Ovidio 

Aquel hombre no parecía real. Estaba tan quieto, y eran tan perfecto que más parecía una estatua. No podía dejar de mirarlo. Quería ver su pecho moverse al compás de una respiración tranquila, comprobar que parpadeaba, saber su nombre, su edad, lo quería mío. Estaba tan quieto, y era tan hermoso que me hacía sentir dolor y fatiga.

Sentado, ahí, en medio del parque, cabizbajo; ese hombre parecía ser de mármol. De repente, dejó de observar sus propios pies y subió lentamente la mirada. No podía ver el color de sus ojos, mi posición no me dejaba más que recrear un perfil perfecto.

Pero, si bien su mirada se escapaba de mi riguroso estudio, algo me decía que aquél hombre estaba triste. ¿Es acaso posible que las estatuas sientan dolor?

Hermosa estatua. Firme y poderoso. Ese misterioso hombre de traje azul oscuro, camisa blanca sin corbata, zapatos negros lustrosos, ese hombre no podía ser real. ¿Respira? Me preguntaba preocupada. Tal vez no sea una estatua, tal vez sea una visión mía.

De repente, pasó lo imposible. Giró un poco su cabeza y me vio.

En medio del parque, cabeza alta, mirada fija en él, creo que también yo parecía una estatua, pero no de mármol ¡Una mujer como yo no puede compararse con Afrodita! Una estatua de esas acartonadas, de esas estatuas grises sin gracia que representan políticos que ya nadie recuerda. ¡Qué cuadro pintoresco! Dos estatuas que se miran y no se entienden.

El hombre-estatua se levantó, caminó y salió del parque. Por un instante me miró y me dedicó media sonrisa. -¡Vaya!- pensé ¡Las estatuas caminan!

martes, 2 de diciembre de 2014

Realidad encantada


hadas

A pesar de que creo ser una princesa, siempre he sido una mujer sensata y pocas veces suelo pensar que el príncipe azul de los cuentos de hadas sea un humano de carne y hueso.

Solo uno se acercó a lo que como mujer joven y luchadora pude desear.  Alto, piel blanca, ojos grandes y de color marrón, piel suave y fina como el algodón, carácter fuerte y realista, mente aventurera. Su gusto por la música y su incomparable olor, su caballerosidad y su paciencia lo hacían soñado. Su defecto: la nicotina.

Tuve a mi disposición lo que siempre añoré.  Con él quería arreglar el jardín, conocer nuevos paisajes, decorar el castillo, dormir sin límites y ver películas toda una tarde, bajo el disfraz de una pijama. Solo una mujer fuera de sus cabales podría despreciar algo así. Quizá iba ser la envidia de muchas y solo yo la afortunada de encontrar el príncipe.

El desenlace de la historia no fue como en los cuentos de hadas.  Nunca me casé con el príncipe. Lo dejé libre y tuve que verlo cabalgar en su jinete blanco hacia otros cuentos, donde princesas de vestidos rosados y moños en sus largos cabellos se permitirían disfrutar de su magia.

Mi final fue diferente.  Escogí un hombre de carácter fuerte, trabajador, piel trigueña y ojos aguileños; no tan aventurero, ni tan paciente, más orgulloso y menos romántico. Su defecto: no ser príncipe.

Pero como en la vida real tampoco soy princesa, me conquistó diciéndome cada día que era su reina. Finalmente entendí que el amor no se encuentra en las páginas de un cuento sino en una tarde gris, fría y con olor a lluvia evaporada.