Me empeño en descubrir qué ves detrás de la hendija que
separa nuestras habitaciones.
Soy curiosa, peor aún, caprichosa y sé que cuando encuentre
la respuesta trataré de acomodarla a mi antojo.
Entendí que no percibimos igual los acontecimientos, aunque
el día a día nos lleve a censurar los pensamientos puros del otro, a creernos
dueños de la cotidianidad que compartimos y que ahora desarmaremos para placer
de quienes no apostaron por nosotros.
He tratado de encontrar a tu lado, ese punto que nos permita
vivir un par de días más, juntos, sin el temor latente del adiós.
Admito que amarro ese sentir a la fuerza oscura de mi
voluntad. Una voluntad tan frágil como
tu ausencia, tan sintonizada con mi inconformidad.
Sueño que existirán un par de días en los que descubras al
fin mi espontaneidad, mis elecciones, hasta mis incertidumbres.
Unos días extras en los que entiendas, sin que hable sobre
la inmediatez del contacto, todo aquello que era necesario antes de asumir esta
separación.
Pero tú te concentras en el agujero, porque en el agujero
están tus egoísmos y tus falsas prácticas acerca del vano lugar en el que
crees, te tienes que arraigar.
En cambio yo, puedo observar por encima de mi fragilidad,
compartir la conciencia y superar la trampa.
La trampa de no identificar las señales que eliminaste con tu ausencia,
y que lo único que hicieron fue advertirme de tu suicida adiós.
Ahora que estás lejos, te darás cuenta de que en las
habitaciones de la vida, yo estaba del otro lado de la puerta.
Que con los ojos del amor pudiste entender el secreto de esa
llave que nos hacía entender con certeza, esa idea de que aunque la vida es un
juego duro, cada partida puede comenzar de cero si decidimos olvidar los
resultados del último duelo y despedir un mundo sin señales.
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