Por: Federico Acevedo Ramírez
Hace ya algunos años que tengo un aguijón clavado en el
pecho. Me lo clavó una mujer. Algunos me
corrigen y dicen que es en la cabeza porque “todo está en la mente”. Sea como sea, lo cierto es que me amarga la
vida.
Cada cigarrillo que fumo es un intento por olvidarla. Miles
no han sido suficientes, pero proporcionan tres minutos de arrolladora
esperanza.
A veces despierto con el firme propósito de vivir como si no
la hubiese conocido, pero a medida que cae el sol voy cayendo de nuevo en el
pesimismo.
Hay días que son peores: amanezco oscuro desde que abro los
ojos. Avanzo a marchas forzadas. Siento que camino como si me estuvieran
halando hacia atrás. Así es muy difícil sonreír. Cada persona que te cruzas en
la calle te lo exige. Hay que complacerlos. No siempre puedo.
Los primeros días de cada año me exijo a mí mismo cambiar la
situación. Doy todo de mí. Voy con el impulso del nuevo año, los buenos deseos
y la firme convicción de cumplir con todos los propósitos. Liberarme de ella
será siempre mi propósito.
Hace años que no la veo, pero vive conmigo. Ya ni me acuerdo
cómo era mi vida antes de conocerla. ¿Cuáles eran mis sueños? ¿Cómo vivía?
¿Cómo sentía? ¿Cómo pensaba? ¿Qué hacía ella mientras tanto? Siento la tonta
necesidad de recrear su infancia, su adolescencia, su juventud, todos sus años
antes de que se cruzara en mi camino. Hace poco conocí el colegio donde
estudió. Mi imaginación voló. Prefiero imaginarla sola, se me revuelve el
estómago cuando pienso que alguien más la toca.
Recuerdo con exactitud todas las fechas: el día en que la
conocí, la primera pelea, cuando me dijo “te amo”, el día en que la vi por
última vez…me aterra la idea de morir y no volverla a ver. Me paso el día
haciendo grandes esfuerzos por recordar los momentos que pasamos juntos. El
tiempo ha ido tergiversando la versión de los hechos en mi cabeza. He ido olvidando sus facciones.
La recuerdo en conjunto, completamente bella, pero olvido
los detalles. Es inevitable que los años no hagan estragos en mi memoria,
siempre tan infiel. Siento odio, amor, frustración, rabia, rechazo, soledad,
todo al mismo tiempo. Es un torbellino de emociones que arrasa con todo el amor
propio.
Reconstruyo nuestra historia todos los días, como si la
tuviera que recitar. Probé otros cuerpos, ninguno sabe igual. Ya no lo hago
más. Es inútil. De cada intento por enamorarme no he obtenido más que soledad.
A veces siento rabia con Dios. A veces siento que Dios es
una creencia irracional. Tal vez todo lo que he sentido responda a creencias
irracionales. Seguro así es, pero hace daño.
El aguijón inocula su veneno todos los días, sin falta. Unos
más que otros, siempre cumple. Su
ponzoña anula la razón, suprime la cordura y me atemoriza con el peor de los
finales: la enajenación permanente.
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