domingo, 11 de enero de 2015

Un aguijón en el pecho

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Por: Federico Acevedo Ramírez

Hace ya algunos años que tengo un aguijón clavado en el pecho. Me lo clavó una mujer.  Algunos me corrigen y dicen que es en la cabeza porque “todo está en la mente”.  Sea como sea, lo cierto es que me amarga la vida.

Cada cigarrillo que fumo es un intento por olvidarla. Miles no han sido suficientes, pero proporcionan tres minutos de arrolladora esperanza.

A veces despierto con el firme propósito de vivir como si no la hubiese conocido, pero a medida que cae el sol voy cayendo de nuevo en el pesimismo.

Hay días que son peores: amanezco oscuro desde que abro los ojos. Avanzo a marchas forzadas. Siento que camino como si me estuvieran halando hacia atrás. Así es muy difícil sonreír. Cada persona que te cruzas en la calle te lo exige. Hay que complacerlos. No siempre puedo.

Los primeros días de cada año me exijo a mí mismo cambiar la situación. Doy todo de mí. Voy con el impulso del nuevo año, los buenos deseos y la firme convicción de cumplir con todos los propósitos. Liberarme de ella será siempre mi propósito.

Hace años que no la veo, pero vive conmigo. Ya ni me acuerdo cómo era mi vida antes de conocerla. ¿Cuáles eran mis sueños? ¿Cómo vivía? ¿Cómo sentía? ¿Cómo pensaba? ¿Qué hacía ella mientras tanto? Siento la tonta necesidad de recrear su infancia, su adolescencia, su juventud, todos sus años antes de que se cruzara en mi camino. Hace poco conocí el colegio donde estudió. Mi imaginación voló. Prefiero imaginarla sola, se me revuelve el estómago cuando pienso que alguien más la toca.
Recuerdo con exactitud todas las fechas: el día en que la conocí, la primera pelea, cuando me dijo “te amo”, el día en que la vi por última vez…me aterra la idea de morir y no volverla a ver. Me paso el día haciendo grandes esfuerzos por recordar los momentos que pasamos juntos. El tiempo ha ido tergiversando la versión de los hechos en mi cabeza.  He ido olvidando sus facciones.

La recuerdo en conjunto, completamente bella, pero olvido los detalles. Es inevitable que los años no hagan estragos en mi memoria, siempre tan infiel. Siento odio, amor, frustración, rabia, rechazo, soledad, todo al mismo tiempo. Es un torbellino de emociones que arrasa con todo el amor propio.

Reconstruyo nuestra historia todos los días, como si la tuviera que recitar. Probé otros cuerpos, ninguno sabe igual. Ya no lo hago más. Es inútil. De cada intento por enamorarme no he obtenido más que soledad.

A veces siento rabia con Dios. A veces siento que Dios es una creencia irracional. Tal vez todo lo que he sentido responda a creencias irracionales. Seguro así es, pero hace daño.

El aguijón inocula su veneno todos los días, sin falta. Unos más que otros, siempre cumple.  Su ponzoña anula la razón, suprime la cordura y me atemoriza con el peor de los finales: la enajenación permanente.


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