¿Acaso
yo sabía que los temores podían hacerse realidad y separarme de ti?
Sollocé
varias veces y me culpé por exagerar mi racionalidad. Repetí que era mi culpa.
Me dejé ganar por tontas imaginaciones y volví a condenar mi forma de sentir.
Yo,
que creía que te molestaba mi libertad, supe que precisamente era lo que más
esperabas de mí. Que la mantuviera,
incluso para decirte que no cabían entre nosotros algunas restricciones.
Los
aires de los primeros días te traen como un regalo de primavera
anticipada. Y yo, que tantas noches
imaginé tu odio y lo intercambié por mis imperfecciones, cuando en realidad
debí suponer que sabes quién soy, tengo ahora la certeza de que conoces cómo te
espero, así pasen los días y aumenten las obligaciones.
Sé
que puedo narrarte la nostalgia, hablarte desparpajadamente de los cambios,
ceder a tus peticiones de virtualidad y sentirte aquí, a la vuelta de mi
realidad.
En
tu ausencia, me lo dije una y otra vez, y ahora que apareces de nuevo te
anuncio verdades que conocemos los dos, de esas que a ti no te da miedo
escuchar.
Tú. Que sabes sonreír, vivir tu hoy, ir tras los
momentos que deben coleccionarse.
Que
vibras si me escuchas y celebras mi incompatibilidad con el mundo. Tú que ya te
robaste mis incertidumbres hace tanto tiempo, y empacas mis certezas en el día
a día, porque no tienes miedo de abordarme.
¿Acaso
los dos sabemos que pueden separarnos?
Pueden
cambiarnos las horas, pero no el pasado y los vínculos que nos unen. Los dos
sabemos que en esa bolsa de acontecimientos, la memoria retiene todos nuestros
placeres, y que entre nosotros, el olvido jamás será un sitio para visitar.
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