Mis pensamientos son como paredes que se desmoronan.
De pronto pienso una cosa y luego es otra. Recuerdo el día en que una persona muy sabia
me dijo: desea poco y sufrirás menos.
Yo le debatí esa frase. Pensaba que la vida sin ilusiones,
sin deseos no era nada. Pero estaba equivocaba; ahora entiendo la magnitud de
esa frase.
Recuerdo nuestra siguiente conversación. Él era un
viejito. No recuerdo su nombre, pero sí,
que era especial para mí. Lo veía casi
todo los días en la playa donde alguna vez fui a descansar y a enterrar mis
lágrimas, cuando volví a mi mundo sin ti.
Solía andar por la orilla del mar con mi perrita Cándida, y
cuando me cansaba me fijaba que había formado una hilera con nuestros pasos. Me
sentaba y observaba cómo las olas venían y se alejaban, llevándose consigo las
huellas de la orilla.
Era una manera rara de extrañarte y desahogarme. Rara, pero real. Cuando me aburría de estar sentada, me
acercaba hacia un bote en busca del hombre solitario y sabio. Lo encontraba
sentado en la cuesta que llegaba a la playa, mirando su barca, diciendo que lo
había perdido todo en la vida, que ya sólo le quedaba su barquita, y que
siempre la estaba mirando porque tenía miedo de que también se le fuera.
Era preciosa. La había hecho cuando llegó a este lugar,
cansado de su vida en su tierra.
Recuerdo la conversación del último día. Hablamos de las
maldiciones. Le dije que no creía en
ellas, por el contrario, creía en la envidia que podía ser igual o peor que las
maldiciones.
Es verdad, las maldiciones no existen, me contestó. No
existen, son supersticiones, y una superstición es un temor innecesario. Las
únicas maldiciones en la vida son las preocupaciones de las que no conseguimos
librarnos.
Cuánto me hizo pensar.
No tuve demasiadas palabras para decirle algo adicional; sólo un ojalá
nunca olvide lo que me acaba de decir; ojalá un día pueda ayudar a alguien con
las mismas palabras con las que me ayuda siempre.
Esa fue la última vez que lo vi. Nunca más he encontrado un
sitio como aquel.
Me estoy haciendo mayor. Lo noto en mis pasos, en mi cara,
en mi memoria, en mis recuerdos, y sí, me gusta, la vida ahora. No es tan confusa, en todo caso soy yo.
Me paro, cuento hasta diez, me calmo y reflexiono, aunque he
de admitir que a veces mi mente y mi cuerpo se desploman.
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