Por:
Mary Luz Mojica Pisciotti
La
lluvia atrapa mi atención. Danzando en una armonía perfecta de acordes y
movimientos extraños, me ha cautivado desde siempre con su debilidad y
fortaleza.
Las
gotas de agua juegan a pasar de un estado a otro. Me gusta ver cómo se detienen
en el vidrio y cómo algunas empiezan a resbalar. Me da una sensación de frío
cuando me concentro en ellas.
Lucen
demasiado naturales, comprensivas hasta cierto punto. Cuando la superficie está
demasiado empapada, deciden arriesgarse y huir. Escapan de eso que eran. Se
transforman. Como tú, como yo, como todos, como todo. Todo el tiempo.
Por
un tiempo dejé de creer en tus mensajes silenciosos, en esos secretos que a
voces y palabras enviabas para mí. Perdí la convicción de encontrarme contigo
en la salida de la desdicha, así que cambié mi ruta hacia el portal de la
esperanza y como una gota, me detuve a esperar. Te esperaba. Pero nada ocurrió.
El
sol podría acabarme y entonces me moví a la puerta del olvido. Allí, a veces
asomas tu cabeza y tus tobillos en una danza ridícula de dolor y alegrías
fingidas. Eres un buen actor y eso seguimos siendo en medio de todo. Sigues
siendo ineludible, inevitable, inestimable. Sigues culpándome por tu pena y
ahorrándole la explicación a tu conciencia. Somos ajenos a las explicaciones, y
eso es válido así prefieras negarlo.
Me
estoy quedando sola. Desaparecida en medio de un desierto lleno de gente. El
vacío no está en medio, ni en el borde, está jugando en la rareza del todo, en
medio de esa nada que no existe y que insurgente resucita los latidos de una
despedida.
La
canción dejará huella y también cerrará su testimonio con una nota agraciada.
Tal vez el concierto de tus labios se apague antes de llegar a los míos, y ese
último amigo de nuestra dicha silenciosa, sabrá matar el encantamiento en ambas
direcciones. Lo disfrutarás más. No te angusties, falta poco.
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