Por: Tatiana Cardona López
Aunque temió abrirla, no pudo dejarla entreabierta. La resistencia perdió la batalla y no tuvo opción sino dejarla pasar de par en par.
Temió modificar su estructura, tan cómoda y segura. Comenzó, sin darse cuenta, a remodelarla.
Sintió, vibró, soñó, suspiró de nuevo, pero todo en pasado.
La sensatez – intrusa, inoportuna, malvenida – se instaló en su lista de prioridades y la dejó de nuevo, como a muchas mujeres, despojada de toda esperanza, de toda posibilidad, de todo porvenir.
Para qué tantas palabras, para qué tantos proyectos, para qué tantas preguntas si en el momento menos esperado y de la forma menos indicada decide renunciar, y renuncia.
El camino no ha dejado de ser. Tiene ahora nueva ruta, otra textura, olores diferentes, aunque el sentimiento se esconda en lo más profundo de la razón y pretenda desaparecer sumergido entre las paredes de lo correcto.
No deja de ser, no de repente.
Podrá desvanecerse lentamente, perder su fuerza paso a paso, cuando todo lo que los mantenía vivos se muestre ausente.
Y cuando deje de existir, cerrará, esta vez con fuerza y determinación, la posibilidad que nunca antes debió abrir.
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