Federico Acevedo Ramírez
Llegó
el día en que todos los monstruos de Absurdistán se presentaron a la Primera
Audición Nacional de Monstruos para conseguir un cupo en alguno de los 23
circos que construiría el rey alrededor del país. Los intelectuales aplaudieron
la medida y se alegraron de que los abortos del demonio, como han sido
llamados, pudieran desempeñar una función distinta a la de limpiar baños
públicos y recoger basuras. Los duques, los condes y demás ostentadores de
títulos nobiliarios estaban furibundos. Les parecía inconcebible que esas
criaturas ocuparan un lugar más digno en el reino. Nacieron para lo más ruin.
En general, a ellos no les gustaban los cambios. El orden social existente era
el dictado por las divinidades y no se debía alterar. El Rey pensaba lo mismo,
pero era más inteligente. Según su último censo, los monstruos habían crecido
más en la última década de lo que crecieron en el último siglo. Era mejor tenerlos contentos y evitar
insurrecciones.
La
fila de monstruos era interminable. Cuando uno pensaba que había llegado el último, ahí mismo aparecía otro.
Era la oportunidad de oro. La mayoría estaban disfrazados. Sus deformidades,
decoradas. Quienes tenían habilidades circenses practicaban con esmero mientras
esperaban la audición. La diversidad de la fauna monstruosa era inmensa. Eran
monstruos, pero eran diferentes. Había altos, bajos, gordos, flacos; de piel
morena, blanca, negra, azul, roja, verde, gris y de colores inexistentes; con
narices aguileñas, garfios, ñatas, respingadas, rectas, gibosas o griegas. La
variedad en su máxima expresión.
Como
siempre, no faltó quien quisiera sabotear las audiciones. Desde el cielo, los
unicornios de los nobles arrojaron agua. La ventaja es que la piel de los
monstruos absorbe rápidamente la humedad. En cuestión de minutos estaban secos
y con la misma disposición. Nada los iba a detener ese día. Sus almas, sus
vidas y sus corazones se dirigían lanza en ristre a aprovechar esa oportunidad.
Y la
oportunidad se aprovechó. El 70% de los monstruos de Absurdistán fueron
elegidos para actuar o trabajar en los circos. Unos harían parte de los
espectáculos; otros, trabajarían como meseros y anfitriones. Los 23 circos
iniciales tuvieron tanto éxito que se construyeron diez más. Gente de todo el
mundo asistía a los espectáculos. La economía creció, pero también creció el
resentimiento de los nobles hacia ellos. En los baños públicos y en las basuras
seguían trabajando monstruos, pero también gente “normal”. Había escasez de
monstruos, casi todos estaban en los circos. Este hecho era imperdonable. La
raza normal no había sido creada para desempeñar esas vilezas. Era un insulto a
las divinidades que debía ser reparado.
El
odio fue avivado cuando los monstruos se organizaron alrededor de un partido
político y obtuvieron un tercio de las curules en el parlamento. Era imposible
que la monstruosidad tuviera voz y voto. La indignación fue masiva. Se
organizaron huelgas generalizadas por todo Absurdistán. Las protestas se
convirtieron en revueltas. Los circos fueron quemados. Al principio, eran
normales contra monstruos. Al final, eran todos contra todos. El país quedó
reducido a ruinas. El auge económico se convirtió en desgracia. La pobreza, la
desigualdad y la mediocridad volvieron a ser el pan de cada día. La nobleza
recuperó el parlamento y negoció con el rey su permanencia en el trono. Nunca
más los monstruos serían tratados como normales. Ese error era irrepetible.
Hoy,
Absurdistán sigue siendo lo que siempre fue: un paraíso para unos; un infierno
para otros.
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