Ahora entiendo que no debo tenerle
miedo a algunas palabras. Voy a pronunciártelas
de cerca sin evaluar con anticipos mis culpas. Tendré que gozarme más tus
debilidades y gruñidos; los días en los que nos has querido verme; los minutos
en los que puedo ser tu diosa.
Ya me di cuenta que la vida puede no
ser tan larga. Que puede reducir el tiempo para colorear mandalas, para revisar
textos, para guardar piedritas y símbolos de viaje en la cajita de momentos
coleccionables.
Veo que no importan las estaciones de
la fragilidad. Te atravesaste porque
eres necesario, porque un día sostendrás la sombrilla de mi realidad y sólo te
reirás de mis manías para reafirmarme esas nociones de loca fantasiosa.
Ya lo sé. No hay tiempo. La muerte se puso tacones. En la puerta de un ascensor se acomodó a
nuestra misma estatura y esperó a que los números descendieran hasta el piso
del adiós.
Vino a susurrarnos que aún hay
interminables muestras de afecto, códigos de fidelidad por descifrar,
portarretratos que esperan postales para exhibirlas con complicidad.
Yo no quiero civilidad ni explicación
acertada de absurdas premoniciones. Me
quedo con una libreta de apuntes de 365 nuevas razones que me ayuden a
descifrar la estela de luz que acompaña tu bondad.
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