Para odry, una chiquilla que habita un patrimonio del
que quiere hablar con la lengua de todos. Adelante. escucha la voz de Marguerite Duras:
“Lo desconocido que uno lleva en sí
mismo: escribir, eso es lo que se consigue. La escritura es lo desconocido.
Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total
lucidez. Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Si se supiera
algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se
escribiría. No valdría la pena. Escribir es intentar saber qué escribiríamos si
escribiésemos”.
SAGRADO CORAZÓN
El calendario marcaba el noveno mes del año, eran las dos de
la mañana, cuando ella, mi madre, se acercó a mi cama a despertarme; su cara
revelaba una inmensa angustia que se conjugaba
con una preocupación latente… sus labios modularon un susurro desconcertante
que simplemente expresaba: – ¡Hija!, Debo salir, por favor cuida a la abuela.-
Me acerqué al cuarto de mi abuela, ni ella, ni yo,
entendíamos porque siendo apenas la 1:56 a.m. mi mamá debía salir de la casa;
en ese momento la confusión se apoderó de nosotras, que en medio de la oscura
noche, quedamos perplejas y envueltas en nervios.
El reto era cuidar a mi abuela, una delgada mujer de 70
años; tierna, cariñosa y amable, colmada de una inmensa bondad que la hacía
merecedora al título de buena gente y humanitaria ante las vecinas de la cuadra
y un ejemplo a seguir para sus compañeras del grupo de tercera edad al que no
asistía desde hacía siete meses. Mi abuela, a quien siempre llame abue,
últimamente al lado de una pipeta de oxigeno compartía los ires y venires de
una enfermedad que atroz y paulatinamente fue desdibujando la valentía, esperanza
y coraje de quien siempre se mostró fuerte, firme y capaz de superar cualquier
circunstancia.
¿Qué habrá pasado?, ¿Por qué se fue Martha? Le preguntaba
insistentemente mi abuela al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que reposaba
en las blancas paredes de su cuarto, ese mismo cuadro que junto a mi mamá eran
testigos de las constantes luchas que día y noche mi abuela libraba contra un
cáncer, culpable en su delicado y frágil
cuerpo de un profundo malestar, dolor y sufrimiento. Mientras tanto en el afán
de reconfortar a mi abue, se me ocurrió solamente acariciar su cabello, que por
aquellos días no lucía tan radiante como antes y pasar mis manos con delicadeza
por su espalda, al tiempo que me preguntaba, ¿Qué está pasando?
Pareciera que todo se hubiese detenido y que el tiempo se
confabulara con el inclemente silencio que inundaba toda nuestra casa,
interrumpido únicamente por el eco incesante del tic-tac del antiguo reloj de
péndulo de la sala; que lenta, muy lentamente marcó las 3:00 a.m., y mucho después las 4:00 a.m. Quizás eran las
4:15 de la mañana cuando el silencio fue una vez más entrecortado, pero esta
vez por el leve toque que hicieron a la puerta, toque que cargaba consigo la
incertidumbre, inseguridad y desasosiego que vienen inmersos con el palpito y
presentimiento de que no hay buenas noticias.
La corazonada resultó ser cierta, al abrirle la puerta a mi
mamá, era más claro que las noticias no eran
buenas, su rostro sin expresión alguna me dijo, nuevamente, en un
susurro: - ¡Martín se mató, no le vayas a decir a la abuela!
Martín , el menor de los tres hijos de mi abue, el niño de
la casa, tenía 34 años; alto, moreno y
buen mozo, sería la descripción apropiada para él, quien había sido internado
desde hacía dos días en una clínica de reposo
por una depresión que lo agobiaba debido al delicado estado de salud de mi
abue.
Con una instrucción aparentemente clara, mi mamá tan
confundida como yo, simplemente me dice que me vaya a dormir. ¿Cómo me pide mi
mamá que duerma? Refunfuñaba yo por dentro, era imposible conciliar el sueño,
con el sabor amargo de que Martín, mi tío, se había suicidado y que debía
mantener al margen a mi abuela de semejante noticia.
Con el amanecer de un nuevo día, Martha sale nuevamente
dándole como excusa a mi abue de que una cita médica la esperaba y que
probablemente se demoraría. Como no demorarse si las torturosas diligencias que
debía hacer mi mamá no eran fáciles. Entre tanto, yo quedé, una vez más al
cuidado de mi abue, y con la orden de no decirle nada de lo que estaba
sucediendo. Fue una larga mañana, mi abue, preocupada por el estado de salud de
Martha y también por el de Martín que estaba en la clínica, al lado de su
pipeta de oxigeno enfrentaba esa mañana una dura batalla contra su enfermedad,
al compás del toque desesperado de los vecinos
de la cuadra que se habían enterado ya de lo sucedido y muy apresurados
querían saber más detalles que ni yo conocía.
A eso de la 1 tarde mi madre volvió a la casa, triste, afligida y acongojada. Había
finalizado sus diligencias; la velación, la misa y el sepelio ya habían sido
programados, podría decirse que todo estaba listo y que muchos acompañarían el
féretro de Martín hasta su tumba.
Mi abue, inocente, pregunta: - ¿Cómo le fue Martha?, ¿Qué le
dijo el médico?, mi mamá solamente dice: -Bien, gracias a Dios.
Un poco más tranquila por la respuesta de Martha, mi abue,
pregunta por Martín, ¿Cómo seguirá el niño?, Martha responde tranquilamente:
-Yo llamé esta mañana a la clínica y me dijeron que estaba mejor-.
Luego de esto, aquella mujer de 70 años, se dirige a su
cuarto, se sienta en su cama y una vez más como muchas tantas dirige su mirada
al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, expresándole su total agradecimiento
por todos los favores concedidos, por un nuevo día de vida y le pide con fervor
sabiduría, protección y salud, para sus
hijos y su nieta, rogándole también porque las cosas terminen de salir muy bien
para todos, y por último diciendo Amén. Mi abue se recuesta en su cama y
cayendo en un profundo sueño se deja ir… Ya lejos de aquí, logra entrever muy a
la distancia a Martín, ella feliz de verlo, le da un beso, beso que Martín
compensa diciendo: -¡Gracias por venir a acompañarme!, extrañaba mucho la magia
de tu sonrisa y la paz de tu abrazo- A lo que mi abue responde: -¡Te amo mi
muchacho!-
Me gusta esta pluma... Qué buen texto! Felicitaciones a quien corresponda.
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