Nos escribe porque la afectó el cruce de la primavera, el paso de los grados y la sensación de que aquí y ahora puede ser más valioso que "después".
Consensar burdamente la maraña de conceptos que están en la
cabeza y hacer uso del maravilloso invento.
Escribir, como el arma más contundente contra uno mismo. Escribir, como sano ejercicio de exorcismo de
las ideas, de los sentimientos y de las frustraciones. Compartir cavilaciones diarias, temores y alegrías, de forma elocuente y certera.
Hablar de un trabajo tranquilo, por ejemplo. De ese pequeño
espacio que comparto con un par de docenas de seres humanos, absortos en sus
quehaceres, disímiles, novedosos. Frío y
sin color, más que el que nuestra humanidad pueda darle cada día, eso sí, tranquilo. Lejano al absurdo ritmo el que impone el
mundo.
Darme el valioso lujo de perder el tiempo. Compartirlo con
los hijos, la pareja, la familia…uno mismo con uno mismo, con sus gustos y
necesidades, en este paso infinitamente corto del cual no vamos a tener otra
oportunidad.
Mientras menos entiendo, más puedo ser feliz. Desde niña pensé que si hacía todo lo que la
gente decía que hacían los adultos: estudiar, trabajar, casarse o tener hijos, sería
muy feliz.
Un día me di cuenta de que ya lo había hecho todo, pero no
lograba ser feliz. Pensé entonces que la
vida no podría ser aquello. La felicidad
no es un estado constante, sino pequeños impulsos que dan energía para seguir.
Para qué ir tan rápido si todo regresa, todo se repite.
Como diría Melquiades: “Siempre es
lunes”.
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