domingo, 15 de junio de 2014

Las dueñas de la silla



Intentaron acercarse sin fingir, a un mundo en el que las mujeres lloran porque no tienen zapatos y se angustian al dejar en el bus a sus niños.

No pueden ofrecer garantía alguna, porque como las reinas, sonríen y envían mensajes a distancia.  A cualquier edad, esperarían tener escrituradas las esquinas del poder, aunque pese a su carisma no reciben suficientes pruebas de quienes alardean ser su círculo inmediato.

Conocieron.  Perdón. Pudieron dar a conocer un nuevo horizonte. Expulsaron sus miedos, pero se dejaron ganar por la única tentación de la que debían marginarse.

La mujer que pide zapatos solo conoce una pradera lodosa.

Otra, de su género, la reconoce.  La mira con esperanza y admite que quiere ayudarla para  que se tranquilice y se encuentre con su verdadero yo: lento y real; contrario y retador de una velocidad podrida.

No está loca.  Sabe que puede encontrarla, antes de cerrar su urna y comprobar que un día como hoy, se le adelantaron para que no estuviera vacía.


Las dueñas de la silla la llenaron una vez más de agua vaporosa y falsas realidades.  

Le prometieron zapatos, le regalaron traición.


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