Intentaron acercarse sin fingir, a un
mundo en el que las mujeres lloran porque no tienen zapatos y se angustian al
dejar en el bus a sus niños.
No pueden ofrecer garantía alguna,
porque como las reinas, sonríen y envían mensajes a distancia. A cualquier edad, esperarían tener
escrituradas las esquinas del poder, aunque pese a su carisma no reciben suficientes pruebas de quienes alardean ser su círculo inmediato.
Conocieron. Perdón. Pudieron dar a conocer un nuevo
horizonte. Expulsaron sus miedos, pero se dejaron ganar por la única tentación
de la que debían marginarse.
La mujer que pide zapatos solo conoce
una pradera lodosa.
Otra, de su género, la reconoce. La mira con esperanza y admite que quiere
ayudarla para que se tranquilice y se
encuentre con su verdadero yo: lento y real; contrario y retador de una
velocidad podrida.
No está loca. Sabe que puede encontrarla, antes de cerrar
su urna y comprobar que un día como hoy, se le adelantaron para que no estuviera
vacía.
Las dueñas de la silla la llenaron
una vez más de agua vaporosa y falsas realidades.
Le prometieron zapatos, le regalaron
traición.
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