Hemos peleado tanto y tanto, sin
comprender que con un detalle más podemos hacer la diferencia, si dejamos la
vaga idea de aferrarnos tercamente al olor del futuro, a las categorías en las
que los demás nos quieren ubicar.
Reconfortante que palpite en el
pecho, la idea propia e inagotable que argumenta los sentires. Lo inimaginable, retador a muchos metros de
los delirios, imprescriptible, pero al fin y al cabo, nuestro, contundente,
exprimible solo para los adentros.
Palpita en las mujeres para
legitimarnos en convivencia, sin paradigmas, sin prejuicios, con la expectativa
de la relación que se tiene únicamente en la amnesia femenina. La compartimos con mujeres capaces de leer
las señales, de escucharnos horas enteras de monotemas y ecuaciones sin
equilibrio.
Nos vamos volviendo amorosas, en la
presencia del otro, sin tener que disculparnos, en la compresión del respeto a nuestras
prioridades, en la superación de un mundo real de competencias y falsedades,
con argumentos de tarde que nos reflejan en el escenario del amor.
Nos damos sermones cuando nos vemos
en ese espejo de círculos privados. Imaginamos que avanzamos en un único
camino, refrendando la idea de hallarnos bellamente ruidosas, preocupadas por
el color del esmalte, pero también por la idea que se nos presenta cuando nos vemos
en el espejo del amor.
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