Avanza sin ella. Corre hacia adelante,
con un poco de prisa, sin saber que ya la acompaña la sombra de otro caminante,
seducido por la forma en cómo le narra el mundo, atrapado por la manera en la
que le va alineando ese lado humano que ha tenido que anular.
Camina despacio junto a ella, analizando
cada uno de sus movimientos, sin entender cómo ha podido soportar ese silencio
durante todos estos años.
Por el contrario, él quisiera llenarla
de detalles que suplan la ausencia
eterna que va y viene entre sus pensamientos.
Lo anima la idea de levantarse en la
mañana y explorarla, de descifrar los enigmas que lo cautivaron lejos de su
realidad, lejos de una cálida zona de confort que eliminó sus miedos y le
censuró algunas palabras, desde hace muchos años.
Ella, tan segura y metódica, tan
fuerte para defender un amor para el que no acepta cuestionamientos, camina
atrás, autorizando una estela de insatisfacciones que ha ido justificándole. Él, camina a su lado como una nueva sombra, y
la escucha, a veces sin entender los pensamientos que se le atraviesan.
Quizá también tiene miedo de abrir
una puerta que corra por los sentidos de la memoria, que le devuelva la idea de
no tener miedo a nada, ni siquiera a la soledad o a la muerte.
Con la grata costumbre de los elogios
en la mañana y en la noche, Mariana dudó sobre la idea de tener un hombre frio
y distante, que piense si está bien que lo amen o no.
Descubrió que quiere cercanía,
aliento, ánimo, continuidad, frescura, vibraciones, encuentros, ganas de nuevos
atardeceres.
Y aún, en compañía del nuevo caminante,
duda. Duda de una condición que le
desbarate la vaga idea de felicidad que el mundo armó para ella. Esperemos entonces cuál será el siguiente
paso que den los tres.
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