Tras su aparición, la dejó pensando
qué tan ancho y cercano, qué tan ancho y ajeno podría ser su mundo.
Se atrevió a decirle nuestro, sin
ningún afán de autosuficiencia o control.
Se lo dijo porque supo que en sus imaginarios, valoraría que el paso del
tiempo no la dejara ver como una mujer absurda o equivocada.
Las imágenes recorrieron otra vez los
adjetivos que se quedaron a medio camino. Era su profesor y esa ya era una
barrera para decirle abiertamente que con los años la vería valiente.
Muy por el contrario, ella supo desde
el primer encuentro, que él viajaría a conocer África, que articularía sus
investigaciones a nuevos territorios, que jugaría más partidas de ajedrez en
torneos internacionales y que en cada viaje, visitaría una nueva librería para
comprar libros recomendados sobre el tema.
Que se verían en Cuba o en Moscú,
intermitentemente, porque el mundo no era ancho y ajeno, y porque al calor de
un buen trago tendrían que discutir la idea de que el tiempo del amor es
efímero, pero el de los afectos, eterno.
En el recorrido de esos caminos
pasados, de los absurdos espacios del presente, la agónica sensación del
abandono, la añoranza de un húmedo,
intenso y volátil amor de oficina…solos
contra el mundo, mucho más que los seres humanos resilientes del desgano.
De nuevo, la virtualidad, y la
pregunta eterna de la vida, sobre por qué su tiempo es tan corto…por qué dos
horas de nuevas cercanías no fueron nada, o pueden ser mucho para el placer de
saber otra vez de los dos.
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