martes, 5 de agosto de 2014

Tres tiempos, tres mujeres de fuego


A Janeth, mujer pensante, de voz libre y pensamiento ruidoso,
 quien nos regaló tiempo para el arte y los libros.


Supe que Janeth tenía algo de mí, porque el fuego de colores le crecía en las uñas; los lunares sobresalían en la piel blanca, y respiraba ofrecimientos y regalos en las góndolas de libros.

Caminaba lento y defendía los reproches públicos contra las mujeres.

La última vez que conversamos, me dijo que al fin encontró mi retrato de los años futuros.  

Me llevó a ver a Aleyda.  Comprobé las tímidas teorías que nos persiguieron, esas que decían que encontraríamos la respuesta antes de ver que el paso de los años no debilita la mente.

Coincidimos después de la misa.  Debíamos encontrarla allí, porque Amado Nervo le había enseñado –nos había enseñado- que las noches de penas prometidas y sanamente serenas solo se calmaban bajo la mirada tranquilizante de los nuevos rostros.

La encontré luminosa y divertida.  Me concentré en el carismático verde de sus ojos.  Pensé que los girasoles podrían rotar y adquirir este color.

Supe una vez más, ahora con Janeth, que a lo largo de la vida todas pensábamos en las vanidades del indisciplinado cuidado de la piel, la incomodidad de un cabello que pierde luminosidad, mientras asumíamos el afán por escribir con tintas mojadas en papelitos que luego arrojamos por el balcón para esconderlo de su destinatario.

Hablamos del papá de Aleyda, salido de todos los esquemas, quien la animó a escribir y la empujó a guardar esos papelitos  en una cajita decorada con flores rojas. 

Las tres, nos pusimos el espejo, muy de cerca.  Janeth me dijo que así seríamos viejitas: bellamente ruidosas, preocupadas por el color del esmalte, pero también por el pensamiento de los elegidos de la humanidad, en periódicos, revistas y películas. 

Que poco íbamos a bordar o a dar sermones en círculos privados de ancianos.  Que la caridad la íbamos a demostrar con ejemplo, con señales para avanzar en un único camino, refrendándolas en nuestros hijos, por la mañana, en la tarde y en la noche.

Cuando nos encontramos con esas láminas de futuro, conversamos sobre los privilegios con los cuales vinimos al mundo. Lo hicimos en la mesa de su librería, una tarde de cometas que mezclaba el viento fresco con el pito vigilante de presencia de nuevos lectores.

En El Quijote, quedó la fotografía en tres tiempos.  3 mujeres, 3 estaciones de vida, un adiós anticipado y el abrazo, con las manos de fuego de una mujer que amo las letras, porque la llenaban de fe para continuar.

Nos presentó la última colección. Se movió entre los estantes y nunca nos quitó la mira de encima, porque podía ocuparse de todos los detalles, adelantarse a este falso adiós de libros y letras.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario