Hemos peleado tanto y tanto, sin comprender que con un
detalle más podemos hacer la diferencia, si dejamos la vaga idea de aferrarnos
tercamente al olor del futuro, a las categorías en las que los demás nos quieren
ubicar.
Reconfortante que palpite en el pecho, la idea propia e
inagotable que argumenta tus sentires. Lo
inenajenable, retador a muchos metros de los delirios de los demás, imprescriptible, pero tuyo,
contundente, exprimible solo para los adentros.
Palpita, como dice Maturana, para legitimarte en convivencia,
sin paradigmas, sin prejuicios, con la expectativa de la relación que tienes únicamente
con amnesia femenina, y que compartes con las mujeres capaces de leer las
señales de tus ojos, mientras te escuchan horas enteras de monotemas o ecuación
sin equilibrio.
Nos vamos volviendo amorosas, en la presencia del otro, sin
tener que disculparnos, en la compresión
del respeto a nuestras prioridades, en la superación de un mundo real de
competencias y falsedades, con argumentos de tarde que te reflejan en el espejo
del amor.
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