Estimada Eliana:
Tu texto de hoy me rescata de lágrimas
absurdas y me conecta con tu inmortalidad.
Quizá vamos en la misma
carrera. También cuento los vivos y los
invoco, sin embargo ellos están más apresurados y no piensan en la condena del
olvido, como yo.
Me asusta el ritmo lento de vida
y en mi carrera de querer controlarlo todo, me levanto con el afán de que me
conozcan, para que no me dejen morir brutalmente como al mundo; para que mis
pretensiones no se queden en la mitad del camino y puedan permear algunas de sus
intermitencias, de sus velocidades, aunque conozco de antemano sus respuestas.
Hoy me acompaña la incómoda necesidad
del soplo que adivinas sobre los huesos. Me ocurre en la mañana y también me
asusta. Se refleja en la responsabilidad
enorme de derrotar tus insatisfacciones solo por el hecho de que los hijos nada
deben intuir de las cargas, las penas, los sueños rotos, el fango de la
realidad.
Nos enseñaron, como mamás, que
nuestro mundo debe morir siempre, antes que el de ellos; que el guión debe ser
perfectamente redondo, sin lugar a las fugas, y que es nuestra misión
inyectarles una dosis de pasión explicativa de las verdades amenazantes sobre
las que no podemos tener miedo y de las cuales no podemos escapar.
Pero un día, cuando no hay muerte
a la vuelta de la esquina, o al menos eso creemos, aparece el repentino bajón
energético, sobre el mismo cielo que nos cobija. Quién sabe acaso que morimos poco a poco, en
diminutas precisiones femeninas, en irremediables locuras que traen las ganas
de tener un mejor mañana?
Descubrimos un drama minúsculo,
pero en la intención de alcanzar la promesa de nuestros sueños, revaluamos la
lógica y sepultamos la tristeza.
Logramos rebasarla conectándonos con mujeres como tú, que piensan lo
mismo, a lo mejor tras un abandono de esos proféticos en el que se corre el
riesgo de apagar la felicidad.
Cuando has sido feliz con tus
gigantes, no hay quien abra más agujero en tus paisajes. Tú lo recuerdas hoy, para que no siga
pensando que es una tragedia. Con ellos sigues frecuentando tus lugares
íntimos, tus significados de época tus momentos trascendentales, tus infinitos.
Luego de leerte pienso en cuál es
la diferencia de que estén vivos o muertos, como MI Gabo,
inmortalizado en mi muñeca derecha, para marcar su adiós y su inmortalidad en MI
historia de vida. Qué hay si ya se fue
pero quedó pegado a mis órganos, después de desestabilizarme porque fui testigo
de momentos de placer que construimos para los dos.
Y no importa si como mujeres, los
armamos solas. Estuvieron junto a nuestro propio olvido, y desayunaron con
nosotras el domingo y simplemente lo fueron todo y no fueron nada porque era
mejor que fueran grandes en nuestras biografías privadas.
No se sabían nuestros pero lo eran. Es la mejor enseñanza que me dejas con tu aparición
virtual, querida Eliana, en un día extraño, de muertes silenciosas.
PD: me dejas compartir con las lloronas, tu texto?. Gracias!!!
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