Hoy se desmayaron todas, en sus
escenarios privados, para no desentonar con la festividad del día soleado que
apareció de repente, horas atrás.
La luna durmió con ellas. Todas tan lejos de la dosis sanadora de
palabras, de reflexiones insensatas y juicios revaluados públicamente, de ideas
que se justificaron y se perdonaron entre sí.
Todas, perseguidas por la pena que
esconden por herencia. Todas, ancladas a
sus destinos por la necesidad de superar lo impensable.
Del otro lado, el correr de un tiempo
que catalogaron egoísta, injusto, provocador, ausente.
Se ahogaron en esa suma
conjunta. Su espacio muestral hizo
intersección a la solución de sus problemas. Invocaron ese deseo absurdo de
amarrar por un único instante el anhelo de convertirse en dueñas de esas
probabilidades, negadas para no llorar.
Necesitaron una valoración favorable
del hallazgo femenino, que por regla
general, multiplicó sus débiles necesidades.
Se devolvieron en los elementos
tecnológicos; miraron la foto para rogarles una conexión; imaginaron que podían
sacarlos del ritmo acelerado en el que, por descarte, a veces no quieren
encajar.
Nunca, una pizca de recuerdos, de
falta de placer; siempre, exceso de responsabilidades y reencuentros
felices. Jamás, la indescifrable ruta
novedosa, suficiente para instalarse en un tiempo repentino que recordarán con
devoción.
Una, en la ciudad costera de la
nostalgia.
Dos más, a pocos grados centígrados
del olvido.
Otra, en el encuentro novedoso de su
pasado.
Muchas, en el primer paso extranjero construido
para la esperanza.
Ellos, ejerciendo funciones que no
ejercían; despertando de la anestesia; levantando las manos de la conciencia;
conectados en la misma opción que los demás clausuraron por ridícula; untados
de memorias subterráneas; analizando el grito interno de la vida; fumando en un
espacio abierto para pensar en un teorema que no se resuelve; clamando
peticiones para olvidar lo que les prohibieron de niños, a cambio de la promesa
de encontrar el guión eterno de la libertad.
Hoy, todas en la ruta del encuentro
consigo mismas, se levantaron de la cama y suspiraron para continuar. Suspiraron, nada más, sin conocer la doctrina
de las probabilidades de un suceso que, se niegan a saber, ya está condicionado
por la felicidad.
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